Vincha roja y la bata clásica, con los colores de México. Mirada al frente, nunca abajo. Y esa caminata hacia el cuadrilátero que sabía muy bien que era la última. Ante la algarabía de los fanáticos que llegaron de a decenas de miles al Estadio de Jalisco para despedirlo, Julio César Chávez pudo contener la emoción hasta llegar al cuadrilátero. Pero una vez arriba, sabiendo que después de entonces ya no más, dejó escapar las primeras lágrimas. 

Entonó el himno con un guante sobre su corazón y buscó al cielo en una mirada, para quién sabe a cuántos que ya no están dedicarle su última función. También se hizo el tiempo de reconocer a su formador, el entrenador Rómulo Quiralte que lo acompañó arriba del ring y a quien hizo emocionar con sentidas palabras.

Y nada más quedaba tiempo para la acción, la última función de El César ante Macho Camacho Jr, 16 años menor pero muy lejos de haber tenido alguna vez el nivel del mexicano, incluso comparándolo con el tramo final de su carrera. Por si fuera poco, sus dos hijos le habían encomendado la tarea de salvar una vez más el apellido, pues ambos habían perdido en los combates previos.

La pelea fue bien en serio. El Machito salió a faltarle el respeto a la leyenda, caminando mucho el ring y finteando los golpes para contragolpear. Chávez en todo momento salió a presionarlo, cerrándole las vías de escape y buscando quemar con golpes a las zonas blandas para desgastarlo.

El César tuvo un gran cierre de tercer round, acorralando contra las cuerdas al puertorriqueño durante casi todo el minuto final. Y para el cuarto y definitivo cumplió con la promesa de quitarse la careta, pero El Macho dijo que dejaría el cuadrilátero si este no se la volvía a poner. En el medio, Canelo Álvarez asaltó el cuadrilátero a pura sonrisa y hasta pareció que el combate iba a tomar tintes de lucha libre.

Pero el multicampeón tapatío se quedó en la esquina para alentar a la leyenda, que salió con ese impulso a pelear los últimos dos minutos de su vida a puro corazón. Los fanáticos se rompieron las palmas de aplaudir en ese final. Y solo quedó tiempo para recibir la ovación. Porque no hacía falta definir un ganador, porque leyenda se nace y leyenda se dice adiós.