La transmisión de la lucha libre por Televisa durante los años noventa contribuyó al surgimiento de un nuevo público. Mucha gente descubrió ese deporte por primera vez. Algunos otros conocieron a luchadores que no figuraban en su panorama o de los que tenían poca información. El boom televisivo fue de gran beneficio para el pancracio, principalmente para gladiadores que tenían lona recorrida y les faltaba estar en el espectro visual de todo el país.

 

Uno de esos luchadores fue Daniel López, mejor conocido como El Satánico. El público conocedor lo tenía perfectamente identificado como un rudo de cuidado y formado por uno de los mejores maestros luchísticos que ha tenido México, Cuauhtémoc el Diablo Velasco. Para ese entonces, el señor Daniel ya contaba con cartel. Su presencia en las funciones era de estelar. Sin embargo, para su fortuna, la televisión vino a catapultar todavía más su carrera.

Gente comenzó acudir a las arenas México y Coliseo de la capital para verlo en vivo por la simpatía o coraje que les generó de inmediato al verlo en pantalla. Querían comprobar si en verdad era el rudo número uno, tal como se autoproclamó. Y no solamente lo confirmaron, ¡también se volvieron sus fans! 

Eso ocurría con El Satánico, un luchador que se ha hecho querer pese al temperamento que se posesiona de su cuerpo en el cuadrilátero. ¿Qué ha pasado con esta leyenda viviente? En Bolavip México platicamos con él.

 

Entrevista con El Satánico

 

¿El Satánico ya se retiró?

No. Gracias a Dios todavía no. Lo que pasa es que hice una pausa. Cuando se me mandó a hacerme cargo de la Arena Coliseo de Guadalajara estuve dos años y medio fuera de los cuadriláteros, sin subir a ellos como luchador. Eso fue interpretado como un retiro de El Satánico.

Posteriormente, al haber cambios en la dirección de la Coliseo, algunos promotores se acordaron de mí y me hicieron invitaciones que acepté. Eso fue muy bueno para mí porque empezaron a caerme contratos para presentarme en arenas de todo el país. 

Después de dos años y medio inactivo, ¿qué tan riesgoso fue volver al ring?

Hay riesgo desde que debutas y te conviertes en luchador profesional. Te puedes fracturar  a la primera. Un luchador bien preparado va a tener larga duración en este deporte. Desgraciadamente, muchos luchadores de la actualidad están hechos al vapor y serán de corto plazo, ya no longevos como los de mi generación. En lo personal estuve yendo al gimnasio, entrenando como profesional que soy. Me mantuve en forma para no perder condición ni ritmo.

Sabiendo que usted no se ha retirado. ¿Cómo trabaja ese proceso El Satánico? ¿Qué tan fácil o difícil es?

Retirarme es algo que no he pensado nomás una vez. Lo he pensado mínimo cinco veces. Siempre está el retiro en la mente del luchador. Lo que nunca visualizamos como luchadores es que ese momento va a llegar. Mentalmente no nos preparamos para lo que viene. ¿Qué es lo que viene? Que te vas a alejar del cuadrilátero, te vas a alejar del público, de las arenas y de toda la pasión que envuelve a la lucha libre. En mi caso, puedo decir que será hasta que el cuerpo me lo pida. El día que no pueda más, me voy.

De esas cinco veces que ha pensado en retirarse, ¿por qué lo llegó a considerar? ¿Qué pasó?

Por ejemplo, cuando estaba en el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL) no le caía bien a uno de los programadores. Se me vino la edad de los 40 y de la noche a la mañana vi que me relegaron de luchas estelares a terceras luchas con elementos recién incorporados. Entonces fui a platicar a las oficinas para pedir una explicación porque no había motivo para tomar esa decisión. Yo estaba bien físicamente y la gente me quería. Pero cuando le caes mal a un programador, su mejor forma de lastimar a un luchador estrella es haciéndote eso, bajarte en la programación. Como yo no me dejé, les dije que si no les interesaban mis servicios mejor me iba y gracias por todo.

Y es que, pese a ser rudo, El Satánico es un luchador querido por la afición. ¿Pesa el público al contemplar el retiro?

La gente ha dejado de ver en mí a un rudo o un técnico. Se fijan en mi trayectoria, en lo que he forjado como El Satánico. Eso lo noto cuando me dicen que no me retire o que les duelo, o que me extrañan. Me lo comentan en la calle o a través de mensajes. Me dicen palabras muy bonitas, halagos que no sé si merezco. Mi única forma de corresponderles es manteniéndome activo con la misma enjundia que me ha caracterizado siempre. Quizá no tenga la misma velocidad de antes, pero sí mantengo el mismo coraje, especialmente la vergüenza deportiva.

Estuvo dos años y medio sin luchar. ¿No fue una especie de hombre extraño para su familia por permanecer tanto tiempo con ellos?

Sí, claro. Les cae de golpe a mi esposa y a mis hijos. Se llegan a preguntar “oye, ¿por qué pasa tanto tiempo mi papá aquí?”, o les saca de onda que empiece a ser más preguntón con temas sobre su vida. Eso es normal. 

Como luchador generalmente vives fuera de tu casa, pero cuando estás en tu hogar quieres descansar, aprovechar a tu familia. La cosa es que ellos quieren salir, disfrutar. Entonces tengo que adaptarme de una forma u otra para darles gusto también de que disfrute junto a ellos de cosas que les gusta hacer. 

¿Qué papel juega su esposa en la vida de El Satánico? Es una heroína anónima, ¿no?

Para un luchador es muy importante encontrar a una mujer que tenga toda la paciencia del mundo para entender lo que significa esta profesión. Cuando llegan los hijos, el rol paterno en un luchador es el de proveedor, es decir, que no les falte alimentación, vestido, educación y diversiones. Hay cosas que uno se pierde, como los eventos escolares de los niños. Nunca supe lo que fue ir a un cierre de cursos de mis hijos. La que siempre estuvo ahí y se hizo cargo de todo eso fue mi esposa.

Cuando me vino la disminución de trabajo porque no me programaban o no me contrataban, me daba más tiempo de estar con ellos y es entonces que me di cuenta de algo. ¿De qué? De que le dejé todo el paquete de la educación y el crecimiento de mis hijos a ella. Después de eso también noté que le afectaba verme casi a diario en la casa porque no estaba acostumbrada a eso y yo tuve que entender que ella tenía su propio ritmo y su propio espacio para sus actividades. 

Siendo usted un luchador formado, crecido y encumbrado en una generación con dominio del llaveo y contrallaveo, ¿qué opinión le merece la lucha libre actual?

Ya no hay lucha. Simplemente no hay lucha. La lucha libre es el arte de saber defender con la práctica de llaveo y contrallaveo. Hoy día eso no se utiliza, no hay llaveo y contrallaveo en la actualidad. Vemos puras cosas aéreas, acrobáticas.

Cierto, eso le gusta a la gente. Pero está confundida la nueva generación de aficionados creyendo que así es la lucha libre. Los lances son un complemento de la habilidad que tiene el profesional. Previo a eso, el luchador debe dominar técnica, tener entrenamiento pulido en llaveo y contrallaveo. Hay que saber golpear, matar una caída (protegerte). Ahora todos quieren ser aéreos

Los médicos han dicho que los luchadores de nueva generación tienen una duración de tres a cinco años como profesionales porque tienden a lesionarse con consecuencias graves en su salud. Difícilmente va a haber luchadores longevos con trayectorias de 20, 30 o 40 años como los de mi generación. 

¿Puede decirse que la lucha actual es un servicio a la carta del fan? 

Sostuve una lucha en la Arena Coliseo por el campeonato de peso medio contra Solar, que era mi retador. ¡Duró una hora con 15 minutos! Fue puro llaveo y contrallaveo. El público no se iba. Hubo gente que debió gritarnos desde las gradas “ya empaten” y “uno déjese perder” porque les iban a cerrar las puertas del Metro.

Para mí, la culpa de que el espectáculo actual sea denigrante es del luchador. El gladiador está obligado, con su rendimiento y su accionar, a llamar la atención del público. Hoy día vemos que el público le pide a los luchadores qué hacer, y ellos están a expensas de cumplir con esas peticiones. La mayoría lo hacen mediante competencias aéreas, acrobáticas, sin lucha.

El luchador dejó de tener dominio sobre el público. Ahora es al revés: el público domina al luchador. La gente exige cada vez más, más y más, a lo que el gladiador corresponde sin ponerse a pensar en un aspecto fundamental. ¿En cuál? En que es el luchador el que se está acabando de manera rápida, no la afición.

Oiga, ¿qué hay detrás del rudo número uno que es usted? ¿Qué impulsó ese carácter bravo y salvaje para trascender en un ring?

Mi personaje tiene que ver mucho conmigo como Daniel con mi niñez y juventud. Cuando hay carencias creces con muchas ganas de tener lo que no tuviste. Eso que hay detrás es el coraje. Te da mucho coraje.

Esas limitaciones tuve que trascenderlas pero me volví rebelde. Me costó mucho llegar a ser El Satánico, y a El Satánico le costó mucho comprarse una primera camisa a su gusto. Esa rebeldía fue la que me sacó a flote porque me sirvió para no dejarme de nadie. 

Tuve que esperar cinco años para que me dieran la oportunidad de probarme como profesional. Pero esa oportunidad no era el cielo ganado, no. Era el inicio de labrar otro camino más duro frente a las grandes figuras y monstruos de la lucha libre que ya estaban consolidados. 

A mí se me cayeron algunos ídolos del pedestal. En las épocas de Alfonso Dantes y Ángel Blanco, con quienes me tocó subir de compañeros al cuadrilátero como mi gran alternativa, esos gladiadores que eran leyendas fueron muy crueles con los que éramos jóvenes. En lugar de apoyarnos, nos insultaban. Querían humillarnos. Recuerdo que me quisieron cachetear fuera del ring y no me dejé. Hubo compañeros que sí se doblegaron ante ellos y hasta les ofrecieron disculpas por no estar a su nivel. 

Como yo no me dejé, pude sobresalir. Desde ahí demostré que nací para ser rudo porque debía comportarme con rudeza arriba del cuadrilátero y abajo de él para no doblegarme ante ellos. A mí no me iban a humillar. Aprendí que debía ser duro, duro y más duro para llegar lejos. 

Hablando de ser rudo y duro, una lucha en la cual usted mandó asustada a la afición a casa fue cuando le destrozó la rodilla a Halloween con una katana de madera.

Esa rivalidad ya venía desde Tijuana, lugar al que fui a gritarles que el único rudo número uno soy yo. Un mes antes habíamos ido Los Infernales a luchar contra Halloween, Nicho el millonario y Damián 666. Ellos estaban en su casa, así que nos quisieron humillar, pero no esperaban que nosotros los humillaríamos ante su propio público. 

A micrófono abierto, en el Auditorio de Tijuana, les dije a todos que “aquí para ser rudo nomás hay uno y ese rudo soy yo, el rudo número uno”. A partir de entonces se generó una rivalidad muy intensa. Ellos también venían a la Ciudad de México para presentarse en aquellas funciones que eran de rudos contra rudos y varias veces nos pusieron frente a frente. ¡Nos dábamos con todo!

Sobre la katana, bueno, tenía el antecedente de dos ocasiones en que Damián 666 me había pegado con ese artefacto en la cabeza. Uno de esos golpes provocó que me abriera cerca de la frente. Le dije que eso no se iba a quedar así. Cuando tuve la oportunidad de desquitarme, lo hice. Le tocó a Halloween.

Ese fue un episodio fuera de lo profesional, de las reglas luchísticas. Se perdió el respeto porque era golpear más allá de lo permitido. Con ellos hubo broncas incluso en los vestidores, mucha palabrería. Pero no me iba a dejar humillar. Les demostré que soy el rudo número uno.