Mientras trabajé como recepcionista de hotel en Playa del Carmen conocí a gente de todo el mundo. El mejor idioma para comunicarme con muchos huéspedes fue el futbol. Siempre hubo un jugador o un equipo como referencia que facilitó el diálogo y encaminó la comprensión hacia idiomas no dominados. Las mejores conversaciones acerca del balón fueron con argentinos, quienes con el español hicieron accesible el habla. Desde hinchas de Boca, River, Racing e Independiente hasta hinchas de Excursionistas, Colegiales, Sacachispas y Temperley pasaron por la sala de recepción para platicar mientras aguardaban su transportación al aeropuerto o una zona turística, o bien cuando esperaban a que la familia estuviera lista para salir a recorrer la Quinta Avenida.
Fueron un par de años de demasiado enojo para su causa con la selección argentina, así que preferían hablar sobre sus clubes. Y es que en 2015 y 2016 perdieron dos finales consecutivas de Copa América contra Chile. Coincidieron en culpar a Gerardo Martino de esa catástrofe. Era el innombrable, el hombre de la mala suerte. Preferían referirse a él como “el señor ése” con tal de no mencionar su nombre y así impedir una extensión del infortunio con la Albiceleste por aquello de la superstición. “Volveremos a ganar algo importante cuando fracase con otra selección”, me dijo Augusto, hincha xeneize. Imposible imaginar en ese momento que a la postre iba a tener razón, pero en ese instante percibía al entrenador como una maldición de la cual debían deshacerse. Finalmente eso sucedió; Martino dejó el cargo tras los dos subcampeonatos seguidos.
Gracias a esa sala de recepción pude forjar amistad con varias y varios argentinos. Para 2018, con motivo de la Copa del Mundo de Rusia, manteníamos contacto por redes sociales, correos electrónicos y WhatsApp. Ya con Jorge Sampaoli en el timón de Argentina, las molestias persistieron. No tenían confianza en él. Hinchas como Romina, una fiel devota del Millo, lo consideraron un farsante, un vendehumo. Al no tener fe en ese proceso, le prestó poca atención a las cábalas. Por demasiado amor que se tiene a la camiseta nacional, el escepticismo hacia el director técnico erradicó el recurso supersticioso para esperanzarse. Ya estaba resignada a que lo peor iba a ocurrir. No se equivocó.
Cuatro años después, con Lionel Scaloni como entrenador, la ilusión volvió. Esa misma ilusión que tuvieron en Brasil 2014 con la gestión de Alejandro Sabella siendo más jóvenes que ahora. Sin embargo, con la memoria intacta de las cábalas que llevaron a cabo en aquella Copa del Mundo que culminó con el subcampeonato mundial, modificaron los planes para esta ocasión. La comunión con la Scaloneta y sus hombres fue tal que se veían campeones del mundo en Qatar 2022 desde que se efectuó el sorteo, por lo tanto no quisieron repetir ejercicios cabalísticos que hicieron en 2014, así como tampoco los que pusieron en marcha durante las finales de Copa América que perdió Martino.
Walter vio la final de 2014 en Buenos Aires, por lo que decidió ir a Córdoba en este 2022. Se convenció de que la ciudad fue el factor determinante para perjudicar a la Albiceleste: “Era niño cuando perdimos la final del ‘90 contra Alemania y estaba en Buenos Aires. Lo mismo pasó en el Mundial de Brasil y volvimos a perder contra los alemanes. ¿Coincidencia? No, no me iba a arriesgar de nuevo. Justo el día que salí a Córdoba perdimos contra Arabia. ¡Tenía que irme, loco! Estaba escrito”.
En 2015 y 2016, Vanessa, hincha de San Lorenzo, vio ambas finales de Copa América junto a su esposo. No creía lo suficiente en el tema de las cábalas hasta que en 2018 vio la Copa del Mundo en compañía de su marido y los resultados negativos continuaron. Para Qatar 2022, sin pensarlo, le pidió a su pareja que vieran por separado el Mundial. Pusieron fin a la dinámica amorosa de disfrutar y sufrir unidos por Argentina. “Si lo que estorbaba era él, listo, ya está, no más a su lado. Si seguimos casados para 2026, cada quien verá los partidos por su cuenta”, me comentó a través de un audio.
A Laura, Jess, Alito, Pablo, Marcos, Nico, Jesica, igualmente los contacté para que me contaran sus cábalas. Accedieron gustosos a hacerlo. Fue una rara dinámica para ellos porque me conocieron como recepcionista de hotel, no como periodista. “¿Escribirás sobre esto?”, me preguntaron. “Por supuesto que sí”, les respondí. Imposible no hacerlo a sabiendas de que también las cábalas juegan. Mayor aún porque cualquier argentino cabulero se siente responsable o partícipe de que Lionel Messi por fin pudiera consagrarse campeón del mundo.
Sin querer fui parte de sus cábalas. Cuando se llevaron a cabo las ediciones de Copa América en 2015 y 2016, y el Mundial de Rusia 2018, viví en Playa del Carmen. Para la Copa del Mundo de Qatar 2022 retorné a Ciudad de México a residir, lo que fue interpretado como un cambio energético favorable en favor de Argentina. “¿Ves? Tú también tenías que cambiarte de ciudad para que el sueño fuera posible”, me dijo Walter como si yo fuera una pieza de su rompecabezas supersticioso. “¡Claro! Es lógica la conexión. Volviste a la ciudad donde Diego fue campeón. Debías estar allí para ver al otro genio levantar la copa”, fueron las palabras de Romina tras volver a confiar en las cábalas y dejar atrás su desprecio por Sampaoli.
Augusto, en cambio, ofreció una disculpa. Su alegría se erigió en nuestra derrota, o al menos así lo considera después de haber vaticinado que la Albiceleste conquistaría algo importante cuando Gerardo Martino fracasara con otra selección, en este caso con la mexicana. “La diferencia con nosotros es que allá perdió las dos finales y se fue, acá ustedes quisieron dejarlo. Hicieron mal, el señor ése es de mala suerte. ¡Mirá cómo les fue en Qatar!”, compartió al teléfono durante una llamada.
Para no dejarme sugestionar por eso y evitar compasión por la próxima selección que dirija Martino, le formulé otra pregunta cuya respuesta en verdad me inquieta: ¿Qué se siente ser campeón del mundo? Entonces empieza otra historia, una nueva, pero que tiene en el aporte de sus cábalas al origen del “fuimos campeones porque…”. Y es que ese título, tal como lo dicta el folclore cabulero, lo ganaron todos.