El director del Servicio Departamental de Deportes de La Paz, Rolando Blanco, propuso públicamente la demolición del estadio Hernando Siles, casa del seleccionado boliviano.

Antes que nada, es propicio hacer una declaración de principios. ¡La historia no se toca! Y el mítico estadio de la ciudad de La Paz es patrimonio histórico y cultural, sede de contiendas épicas, donde la tan cuestionada altura hizo de las suyas, donde la pelota no dobló y donde más de un futbolista, entre propios y extraños, debió recurrir al respirador artificial después de una corrida. Fue allí, también, que Bolivia construyó una histórica clasificación al Mundial de Estados Unidos 1994, desde los pies del Diablo Marco Etcheverri, con triunfos ante Brasil, Uruguay, Ecuador y Venezuela. ¡Y la historia no se toca!

No se toca porque no sólo la selección local escribió en ella. ¿Acaso algún hincha argentino puede olvidarse de aquel gol agónico de Sorín, para conseguir un empate 3-3 con sabor a triunfo, por las Eliminatorias rumbo al Mundial de Corea y Japón? ¿Podría echar de menos algún brasileño, por más títulos que ostente, aquella final que estaba preparada para el equipo local y que revirtieron con fútbol y los goles de Edmundo, Ronaldo y Ze Roberto? ¡Esa historia no se toca!

“El estadio Siles está viejo. Cada vez es más complicado rehabilitarlo. Ahora tenemos que mejorar el sistema de iluminación. Además reforzar el trabajo por filtraciones. Lo mejor es pensar en su demolición y construir otro estadio” confesó, con descarada soltura, Rolando Blanco, Secretario Departamental de Deportes de La Paz, en diálogo con Unitel. Pero deshacer la historia no puede ser decisión de un funcionario. Puede, sí, pero no debe. Porque la historia traspasa a los gobiernos de turno y nadie puede ser dueño de patrimonios históricos.

La historia no se toca, porque hay más. Porque en Chile no olvidarán jamás la revolución Bielsa, inicio de un proceso que culminó con la obtención de su primera Copa América, y aquel triunfo por 2-0 en la clasificación al Mundial de Sudáfrica. Y porque los uruguayos tienen todavía muy fresca la cabeza de Godín que empezó a sentenciar, hace apenas unos meses, lo que sería el primer triunfo charrúa en ese temible reducto.

No se toca porque en el Hernando Siles han plantado banderas equipos de toda América, porque es el estadio más importante de Bolivia, por esos 47 mil espectadores que se sentirán desalojados, como quien ve caer su casa para que cruce el cielo alguna autopista que conecta su rincón con algún destino que no conoció ni conocerá nunca. Si hasta Maradona, después de aquellas seis puñaladas a su orgullo de semidios siguió insistiendo en que Bolivia y la altura eran indivisibles… No se toca, no. La historia no se mancha.

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