Los Pumas, equipo argentino de rugby, dieron una muestra de amor por los colores y cantaron el himno entre lágrimas. Además, superaron a Irlanda por los cuartos de final del Mundial en Cardiff, donde fueron totalmente visitantes.
Argentina superó por 43-20 a Irlanda, equipo bicampeón del seis naciones, y se metió en semifinales. Con muchos argentinos presentes, pero con mayoría absoluta
irlandesa, el himno retumbó en el Millennium Stadium de la capital galesa. Las imágenes de estos tipos enormes y musculosos llorando con la lírica es imposible que no toque las fibras del corazón.
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El rugby, especialmente en Argentina, tiene algunos tintes de amateurismo que el fútbol ha ido perdiendo. Si bien es un deporte mega profesionalizado internacionalmente, el no tener el alcance y la popularidad del deporte rey, la contaminación del marketing, la TV y el negocio a veces es menor.
Esto permite que veamos algunos, a veces, destellos de actitudes puras, como el fair play, amistad, caballerosidad, compañerismo, reconocimiento al rival y sinceridad. Muchas veces ausentes en el fútbol de alto vuelo.
El trabajo colectivo es la única herramienta para ganar un partido.
Porque además ayuda la concepción del juego, un deporte donde es muy difícil destacarse individualmente, donde el trabajo colectivo es la única herramienta para ganar un partido. No hay Messis, ni Cristianos Ronaldos. Si no empujan todos, si el más talentoso no se embarra tackleando, no hay siquiera posibilidad de competir.
En este contexto es donde se entienden estas lágrimas. Este orgullo genuino de representar a un equipo, pero sobre todo a un país en el cual no existe una liga profesional, y aún así se las ingenia para competir, y vencer, con los más poderosos del planeta.
No vamos a decir que el fútbol tiene que aprender del rugby, no mezclemos peras con manzanas. Pero sí aprovechemos estos gajos que este deporte, tradicional y conservador, sabe mostrar.