En el mundo del deporte no todo es color de rosas, el éxito solo lo alcanzan unos pocos privilegiados y la historia de Johnny Greaves no hace más que reflejar esa afirmación. El boxeador inglés debió afrontar su adicción al alcohol y las drogas, sufrió abuso, pésimos momentos económicos y apenas ganó cuatro de las 100 peleas que disputó. Sin embargo, logró dejar atrás todo lo malo y pudo salir adelante.
El oriundo del este de Londres fue un púgil que no subía al cuadrilátero para derrotar a su rival, sino todo lo contrario: buscaba perder. Los fanáticos que presenciaban los combates lo escupían cuando subía al ring, reveló que lo trataban “no mejor que a un perro” y resumió su alocada carrera boxística de una manera muy sorprende. “No era más que inutil”, sentenció.
Mientras en su día a día trabajaba como pintor y decorador para poder alimentar a su esposa e hijos, al mismo tiempo recibía paliza tras paliza. Se convirtió en profesional con 30 años y después de haber acumulado 50 peleas sin licencia y otras 30 como amateur. Además, en su momento de máximo esplendor llegó a tener hasta 20 combates en el mismo año calendario.
Cuando se enteró que podría recibir 800 libras esterlinas por cada contienda como profesional, siendo que cosechaba casi £2.000 por enfrentarse a estrellas emergentes que daban sus primeros pasos, optó por dejarse vencer y percibir el dinero. “Estaba pasando por una situación muy difícil”, explicó el británico en una entrevista reciente con el medio europeo SunSport.
Greaves confesó el motivo que lo llevó a tomar esa decisión. “Vicky (esposa) y yo acabábamos de mudarnos a un lugar, Teddy (hijo) acababa de nacer con un pie zambo grave, por lo que entraba y salía del hospital día por medio“, contó. Esta deformidad es una anomalía que afecta a los músculos y huesos de los pies, a tal punto que hasta puede estar en dirección opuesta a la tradicional.
En reiteradas ocasiones subía al ring notablemente borracho. En diálogo con el importante diario, recordó su derrota en 2008 ante Ryan Walsh que fue una de las tantas veces que lo hizo. “Acababa de abrir mi tercera lata de cerveza cuando mi teléfono sonó a las 16:30 del sábado. Acepté la pelea y 18:10 estaba boxeando”, mencionó el pugilista de origen británico.
Mientras boxeaba, Johnny atravesaba un momento tan oscuro de su vida privada que hasta lo desconocía su propia familia. Es que además de luchar alcoholizado, el londinense sufría una importante adicción a la cocaína, a tal punto que peleaba bajo dichos efectos. “Me da asco la forma en la que pasé por las drogas a lo largo de mi carrera”, deslizó tristemente durante la entrevista.

Johnny Greaves durante un combate de boxeo ante Bradley Skeete en Londres en 2011. (Getty Images)
En cuanto a su inédito récord personal, casi siempre provocado por sí mismo por intereses financieros, Greaves manifestó: “Tuve 100 peleas profesionales, y solo gané cuatro”. Sin embargo, también se refirió a la batalla mental que debió afrontar en aquellos tiempos. “Cuando estás frente a una multitud de 900 personas gritando y riéndose… Fue emocionalmente duro”, deslizó.
Llegando a la parte final de la historia del inglés, vale destacar que en su última pelea en 2013 derrotó a Dan Carr y se retiró del boxeo con una victoria. Sobre su última experiencia en un cuadrilátero, el británico confesó que logró despedirse como quería. “Luché con todas mis fuerzas y entrené como un caballo. Habría boxeado con cualquiera en mi última pelea y habría tenido la confianza suficiente para ganarla“, reveló.
El hombre que actualmente tiene 46 años y pudo dejar atrás sus adicciones al alcohol y la cocaína, tiene una cuenta pendiente que aún no superó. Es que según contó, todavía no logró ganarle la batalla a la depresión que lo persigue hasta el día de hoy. Ante eso, durante la parte final de la entrevista, Greaves declaró: “Siempre he sido débil mentalmente. Sufro muchísimo con los pensamientos suicidas y tengo muy baja autoestima”.
Johnny decidió volcar sus duras vivencias en un libro que lanzó recientemente y detalla su biografía: Bright Lights and Dark Corners. Allí dejó guardadas sus incontables experiencias oscuras sobre el ring y expresó: “Este libro ha sido una sesión de terapia para mí, se trata de sacarme mucho del pecho”. Y ahora que eliminó de su vida tres de las cuatro pesadillas que lo atormentaron, trabajó pintando The Shard en la estación de London Bridge.

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