Marcelo Gallardo está a punto de cumplir ocho años como entrenador de River. Un proyecto que parece un oasis en este desierto que es el fútbol argentino. Un medio local que obliga a cualquier entrenador a empezar una y otra vez, porque de un semestre al siguiente no sabe con qué jugadores podrá contar para encarar las competiciones.

Wikipedia podrá tener el listado de títulos del ciclo Muñeco, pero no da cuenta de los contextos. Ningún entrenador gana siempre y el DT de River no es la excepción. Cada medalla colgada estuvo precedida por momentos de dudas y de búsquedas. Algunas pruebas funcionaron, pero otras no. Por suerte, el fútbol no tiene una receta mágica y el desafío es combinar las piezas disponibles para que la máquina arranque.

Tras un inicio que encadenó Sudamericana-Libertadores, con ideas bastante distintas entre sí, el ciclo Gallardo tuvo su fase de experimentación 2016-2017 sin demasiado brillo. Su momento más complicado se destrabó en marzo de 2018 tras el título en la Supercopa Argentina contra Boca y el “jugamos mal a propósito”. Luego, el círculo virtuoso con la Copa en Madrid y la edición 2019 que se escapó en el final contra Flamengo. Se fue Exequiel Palacios y varió el sistema. Vino la pandemia, la épica con Palmeiras que no fue (pese al gol anulado a Montiel). En 2021 se sacó la espina de la liga argentina con un equipo que se armó desde las bajas y de un rendimiento individual como no se había visto en todo el recorrido. ¿Cómo está este River 2022? Algunas claves futbolísticas para pensar el rendimiento, más allá de los resultados que, sabemos, no se discuten.

Equipo que gana se tocó

El campeón de 2021 sufrió las ausencias prolongadas de Angileri, De la Cruz y Suárez. El hueco que dejó el delantero fue llenado por un tal Julián Álvarez. Sin el uruguayo, el medio se armó con Simón-Enzo Fernández-Palavecino delante de Enzo Pérez y dos puntas. Ese 4312 fue su mejor versión, aunque por momentos, ante lesiones de Romero, Gallardo empezaba a mostrar cierta simpatía por el 433 con Simón más y Rollheiser de extremos.

Para este torneo se sumaron, en la faceta ofensiva, Pochettino, Juanfer Quintero y Barco. No salió nadie. El DT decidió prescindir de un punta, pese a que sus mejores equipos fueron con dos delanteros. Teo-Cavenaghi (o Mora), Driussi-Alario, Pratto-Borré, Borré-Suárez, Álvarez-Romero. Hasta en este semestre se vio un mejor funcionamiento cuando Julián y Suárez compartieron cancha. Romero sale cuando mejor estaba y vuelve sin confianza.

Al equipo le cuesta poblar el área, no tiene un nueve fijo, hay pocas diagonales para opciones por adentro. Pero no solamente el aspecto ofensivo se resiente, sino también el defensivo: River te ahogaba para recuperar la pelota. Se movía en bloque con puntas y medios para ejercer la presión asfixiante. Este nuevo 433 o 4141 se preocupa tanto por el ancho del terreno que despliega rápidamente a sus jugadores y empieza a dejar huecos por adentro.

El Rey está desnudo

El 29 de agosto de 2018, Enzo Pérez se convirtió definitivamente en figura del fútbol argentino. Ese día, revancha vs Racing por Libertadores, reemplazó a Ponzio (expulsado en la ida) y jugó por primera vez solo en el eje. Desde ahí, dio cátedra de lo que tiene que hacer un volante central. La premisa en ese partido fue juntar al resto del mediocampo cerca de él para no exponerlo. Lo que parecía una emergencia se transformó en norma y acomodó al equipo durante un año y medio. Las piezas debían estar cerca para defender y desplegarse para atacar.

Hoy sucede prácticamente lo contrario. A los 36 años, la disposición del equipo lo obliga a correr cada vez más. Con dos extremos abiertos pierde opción de pase, pero también queda desprotegido ante la pérdida. Enzo Fernández, obligado al box-to-box, ya no se asocia tanto con él. River juega con más volantes, pero el cinco está más solo que antes. Los inconvenientes defensivos arrancan mucho antes de la línea de fondo.

La cadena se rompe

Los problemas del equipo para recuperar alto la pelota exponen a los defensores, porque los dejan en una situación de inferioridad. Pero lejos de resolver el inconveniente, el nivel individual de las piezas no ha sido el mejor. El valor de una cadena está dado por el eslabón más débil. River viene padeciendo hace rato la debilidad de, al menos, un jugador del fondo por partido. Ya sea por rendimiento general o por un error puntual. Lo sufrieron González Pirez, Paulo Díaz, Martínez, Pinola, Casco, Herrera, Elías Gómez y hasta Mammana.

Si lo mejor del equipo en ataque estuvo dado principalmente por el desequilibrio individual de sus figuras, en el aspecto defensivo muchas veces eso mismo le jugó una mala pasada.

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Arriba, izquierda, abajo, derecha

No es un truco de videojuegos, es un problema que el equipo no logra resolver. Por un lado, la lesión de Rojas dejó a Gallardo sin una especie de jugador que le ha rendido mucho en su ciclo: el central reconvertido en lateral. Pasó con Mercado, con Montiel y también con el paraguayo. Aportan juego aéreo, defienden más de lo que atacan (pero incorporan subida también), hacen coberturas y requieren menos relevos.

El lugar de abajo a la derecha le quedó a Herrera, un jugador de mucho más despliegue que concepto. En el 4141 ese sector quedó varias veces desprotegido por la distancia que hay entre volante-extremo y lateral. Si uno de los volantes internos retrocede cerrado y no colabora con la cobertura por afuera, queda una autopista en ese sector que varios equipos han sabido aprovechar.

Otro inconveniente River lo tiene con la profundidad por izquierda, en ataque. No tiene a un zurdo que haga ese trabajo que supieron hacer Vangioni con Rojas como volante que se cerraba, o Pity Martínez, con Casco como lateral que se arrimaba al cinco. Las sanciones a Rollheiser y Angileri por la no renovación de sus contratos privó a Gallardo de dos opciones para eso. Una apuesta y una probada. Elías Gómez no aprovechó su chance todavía y Paradela, pese a tener el perfil, no siente el recorrido largo por afuera.

En cambio, el que ocupó ese espacio bien abierto fue Esequiel Barco, a quien le cuesta el retroceso para ayudar en la marca, y queda muy lejos de la zona donde lastima. Las veces que jugó más cerrado, de un borde el otro del área, pudo ser más desequilibrante y hasta llegar al gol por la media distancia.

¿Sorprende la eliminación?

Siempre que un equipo con figuras queda eliminado es posible hablar de sorpresa. Pero en este caso lo hacemos más por los nombres propios y por el contexto de sus rivales que por el funcionamiento colectivo. Su juego ha estado en deuda en casi todo el torneo. El intercambio de golpe por golpe le ha deparado resultados más positivos que negativos porque se impone por peso específico de sus individualidades.

Perdió cuatro partidos, pero padeció en muchos otros. Racing y Argentinos se levantaron tras dos goles abajo en el Monumental. San Lorenzo, Fortaleza y Defensa y Justicia lo hicieron sufrir. Ante Platense y Banfield se impuso con dos penales discutibles. Concentró el 60% de sus goles en solamente cuatro juegos: Patronato-Argentinos-Sarmiento-Gimnasia.

El análisis no cambia por el resultado contra Tigre. Podría haber pasado. Creer que la eliminación se debe únicamente al error de Paulo Díaz es hacerse trampa. Los diferentes River de Gallardo ya han demostrado sobrada capacidad para revertir malos momentos. Y tiene al mejor ingeniero posible para ensamblar las piezas y volver a poner la máquina en (mejor) funcionamiento.