El 31 de marzo se cumplió un nuevo aniversario del primer –y único- título de Liga que consiguió Sevilla. La temporada 45/46 lo encontró celebrando un hito que entonces no habrán imaginado como irrepetible, al menos por casi 80 años. Una década después tuvo su último subcampeonato. Y desde entonces, apenas tres terceros puestos para completar el podio.

¿Cómo es que un club con ese recorrido histórico merece que una competición continental lleve su nombre? El caso es una maravilla: desde 2005 lleva siete finales de UEFA Europa League jugadas y e igualdad cantidad de títulos obtenidos. Venció a clubes de España Portugal, Ucrania, Italia e Inglaterra. Más que duplica a los siguientes en el palmarés –Juve, Inter, Liverpool y Atlético Madrid tienen 3- lo que lo convierte escandalosamente en el más ganador.

A nivel mundial hay dos casos que se le parecen. El europeo es Real Madrid, que ganó cinco Champions consecutivas antes de perder un par de finales. Además, el club de la capital española lleva ocho títulos en ocho definiciones desde el año 2000.  El sudamericano es Independiente, que tiene siete Libertadores sin conocer lo que es un subcampeonato. Son números admirables por donde se los mire.

La situación de Sevilla es, por otro lado, una invitación a valorar las competiciones secundarias, las que no tienen a la élite del fútbol. En tiempo de ligas hiperconcentradas, con presupuestos que amplían cada vez más las brechas internas, la posibilidad de tener un torneo entre “pares”, como es también la Sudamericana, es un gran acierto que el mundo de la pelota se ha dado. Difícilmente podamos ver en el caso del club andaluz la prepotencia de la billetera en relación a sus rivales. Sus proyectos futbolísticos, casi siempre motorizados por Monchi, muestran tanto el terreno de lo posible como sus límites: se pueden generar cosas interesantes para ganar sprints mano a mano, pero es imposible sostenerlas a largo plazo en las carreras de fondo que son los torneos locales.

Desde la primera conquista de Sevilla en la temporada 05/06, en España se sucedieron solamente tres campeones (Real Madrid, Atlético Madrid y Barcelona). En Italia, Napoli recién ahora se anotó como cuarto (Inter, Milan y Juventus). Cuatro también Alemania, con Bayern Munich que lleva una década consecutiva (Stuttgart, Wolfsburgo, Dortmund). En Francia fueron siete por cómo se turnaron Bordeaux, Marsella, Lille y Montpellier entre las rachas de Lyon y PSG, con aparición de Monaco. En la Premier fueron cinco, con dominio de los dos de Manchester más Chelsea y el one hit de Leicester y el regreso de Liverpool.

La lista de entrenadores campeones con el club se acaba de estirar a 4. Fueron dos con Juande Ramos, tres con Unai Emery, una con Julen Lopetegui y la reciente con José Luis Mendilibar. La variación de jugadores es obviamente enorme. Todo pasa, pero al lado del nombre del club lo que se sostiene es la foto levantando la copa.

Más allá de las simpatías personales, los “nuevos” campeones, los que no están acostumbrados a consagrarse, nos generan algo distinto. Es un cambio, revitalizan la ilusión, redistribuyen la alegría. El caso de Sevilla es una anomalía fenomenal: el multicampeón europeo de clase B, el testigo de festejos ajenos en su propia casa.