El 10 no tuvo su mejor partido ante Chile y otra vez aparecieron los señalamientos, debates y discursos obnubilados. Amantes y detractores, dos lados bien marcados, aunque desparejos. Aún así queda una duda, ¿alguien realmente se detiene a simplemente apreciar el juego de Messi?

Usted, que lo ama y admira, aprenda a disfrutarlo.

Usted, que suspende su raciocinio cuando ve la elegancia, la simpleza, con que el mejor jugador del mundo deja colegas en el camino sin tocar la pelota.

Usted que a duras penas puede hacer una multiplicación, pero recita de memoria los récords imposibles, incuestionables, que ese enano rebelde se aburre de romper.

Usted que se maravilla cuando abre el pie izquierdo y la coloca donde quiere, donde es más lindo, donde más duele.

Usted, aprenda a disfrutarlo . No necesita recordarle a nadie quién es ese número 10, todos lo vemos, todos tenemos ojos y entendemos de qué se trata. No necesita masticar bronca, no hace falta atragantarse con ningún detractor (siempre los habrá, de todo), con ninguna idea o latiguillo. ¿Para qué? ¿Para qué perder tiempo en eso? ¿Para qué buscar colgarlo en algún absurdo casillero de la historia? ¿Para qué la historia?

No hay que estar a la defensiva con el ancho de espadas en mano.

No es necesario recurrir a la mitología, comparar épicas, narraciones o gestualidades. Déjeselo a otros, a los detractores quizá, a los archivadores o a los teólogos.

No hace falta defender cada movimiento, señalar, apuntar. No hay que estar a la defensiva con el ancho de espadas en mano. No es necesario andar persiguiendo fantasmas que no existen, inconvencibles, espectros lejanos e inalcanzables. Es más sano, e incluso más coherente a su culto, dedicar ese tiempo al goce, a la excitación, al frenesí que La Pulga provoca.

El que realmente admira a Messi, o al menos que realmente lo disfruta, sabe que Lío no necesita escuderos. A los férreos defensores, solo los quiere para gambetearlos.

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