El escritor uruguayo falleció esta mañana a los 74 años en el sanatorio Casnu 2, en Montevideo, donde se encontraba internado desde la semana pasada.

Nació en la República Oriental del Uruguay un 3 de septiembre de 1940. Pero su pasaporte lo describe como oriundo del continente entero. En 1971 publicó Las venas abiertas de América Latina, y desde entonces lo incorporamos como parte de nuestra sangre.

Porque mejor que nadie le pudo contar nuestra situación al mundo. Los excesos que provocaron los europeos tras el descubrimiento de América. ¿Descubrimiento? Bueno, para ellos, que al parecer gustan de apropiarse y destruir lo que encuentran por ahí.

Porque América estaba habitada, no había ningún desierto aquí. El genocidio del que poco se habla, el más grande de la historia, es el que provocó el europeo cuando llegó a estas tierras, a las que colonizó y condenó para siempre. Gracias a Galeano pudimos, y mucho de ellos también, tomar conciencia de esto.

Su estilo siempre estuvo cruzado por sus raíces de periodista, un experto en el género documental.

Pero no sólo le agradecemos su trabajo como Latinoamericanos, sino también como futboleros. Porque hubo cierto tiempo en que los intelectuales y el fútbol eran enemigos. Pero Galeano fue uno de los pocos en romper esa barrera, en meterse en lo más profundo de la cultura popular para poder narrarla y describirla con altura.

Ya había escrito Su majestad el fútbol en 1968 y en 1995 se consagró con Fútbol a sol y sombra, un decálogo que no puede faltar en cualquier biblioteca. Un repaso por los distintos personajes del fútbol, Mundiales y sus figuras. Microrelatos que atraviesan el deporte más hermoso del mundo.

Lo lloran en el Club Nacional de Footaball, el cuadro de su corazón.

Cómo no vamos a extrañar así, a alguien que pudo poner en un texto una situación tan inexplicable, como la locura que nos genera un gol.

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El gol, en Fútbol a sol y sombra, por Eduardo Galeano.

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golecito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.