Jonah Lomu, uno de los más grandes jugadores del rugby superprofesional de los noventa, murió a los 40 años en Auckland, como consecuencia de una enfermedad renal con la que venía luchando desde hace tiempo.
La noticia conmovió al mundo del rugby e incluso trascendió ese circulo cerrado, porque eso era “la Bestia Veloz”, como se lo conocía en su país. Con él, un deporte sectario por naturaleza se abrió a todo el planeta, siguiendo el ritmo de su tranco imparable.
De un momento a otro, la figura más rutilante de la historia de los mundiales, el único neozelandés que se ganó la atención de Nelson Mandela en 1995, en una final preparada para la celebración sudafricana, el hombre que marcó 43 tries en copas del mundo, dijo adiós sin darle al mundo tiempo para asimilar el golpe.
“Estamos todos consternados y profundamente tristes por la muerte repentina de Jonah Lomu. Jonah fue una leyenda de nuestro juego y era muy querido por sus innumerables fans aquí y en todo el mundo”, escribió en Twitter Steve Tew, director general de la Federación Neozelandesa de Rugby.
El gigante peleó durante mucho tiempo, después que le diagnosticaran un síndrome nefrótico y un serio desorden en el riñon, apenas un año después de disputar aquella histórica final de Sudáfrica, donde el rugby fue capaz de unir voluntades que la política no quiso. Peleó y se levantó, porque el Mundial de Gales, en 1999, volvió a tenerlo como protagonista, marcando ocho tries.
Pero para 2003, en vísperas del Mundial de Australia, la Unión de Rugby de Nueva Zelanda anunció que Lomu recibía diálisis tres veces por semana debido al deterioro de las funciones del riñón, por lo que un año más tarde debió someterse a un transplante.
Y Lomu siguió luchando, ya no desde dentro del campo, pero sí como un embajador del deporte alrededor del mundo. Incluso estuvo presente en la Copa del Mundo de éste año, disputada en Inglaterra, donde sin darse cuenta, todos los presentes en el mítico barrio de Covent Garden, en Londres, le rindieron un último homenaje.
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