Marcelo Gallardo borró a Boca otra vez. Bicho, inteligente, pragmático, sencillo. Un planteo lógico para jugarle al todopoderoso líder terminó en otra hazaña de un equipo que estaba en Modo Avión desde la vergonzosa caída ante Lanús por semifinales de Libertadores. La estrategia de los enemigos externos (desde la prensa pasando por los arbitrajes hasta llegar a la presidencia) le salió bien a un equipo que encontró la motivación perdida y salvó un año que parecía negro ganando el partido más importante de los últimos 50 años entre ambos clubes.

Muchos me recriminarán por los cruces por copas internacionales. Seguramente, la trascendencia del torneo y los marcos sean muy superiores al de ayer, pero lo de caer en una final con el morbo que produce ver a tu enemigo deportivo regocijándose con tu tristeza mientras levanta el trofeo que sea , es una sensación que para mi generación -y la de nuestros padres, diría- es cuasi nueva.

River festejó el título de forma moderada, pero con los jugadores de Boca mirándolos a un costado.

Es difícil pasar página como si nada quedándonos con que en el torneo local, hace ya más de un año que al equipo de Guillermo Barros Schelotto, nadie se atreve a molestarlo. ¡Diciembre de 2016! ¿Cuántas cosas pasaron desde aquel entonces? La supremacía de Boca es tan innegable como que la fórmula que los Mellizos encontraron para sacar semejante diferencia en un campeonato tan parejo como el argentino, no funciona en los duelos donde no se va más allá de los 90 o 180 minutos.

El innoto Independiente del Valle en una final de Libertadores, dos eliminaciones consecutivas por Copa Argentina ante Rosario Central, una competición a partido único perdida sin resistencia alguna ante el peor River de los últimos siete años. A Boca le cuestan los mano a mano. Vende barata su derrota en los duelos decisivos. Aquel virus que instaló el nefasto cuerpo técnico que hoy disfruta los morlacos en algún país de medio oriente está al borde de convertirse en terminal y, parece, que la única cura es la más cara de todas y hace ya hace diez años y monedas que el club no la puede encontrar.

Guillermo y una derrota que trajo al presente los fantasmas del pasado.

Una Bombonera llena le dio el sábado pasado la bendición a un equipo que enterró por un rato las nostalgias. Aquel bendito celular de Dios se había encendido cuando Leonardo Jara apareció inesperadamente en el área para ganarlo en el descuento. Más allá de la adrenalina que genera un triunfo sobre la hora en cualquier equipo del mundo, la relación hincha – jugador parecía haber vuelto a su apogeo y la oportunidad de ayer se presentaba como ideal para sacarse la espina clavada, dar otro salto de envión y por último, y menos importante, terminar de hundir a River.

Pero ‘la piña’ que nombró Carlos Tévez dejó a Boca totalmente groggy . Boca era un rockstar que hacía oídos sordos ante las críticas y les respondía refregándole en la cara los números. Era un frontman que sabía lo que hacía y al que comparaban con las grandes figuras internacionales. Hoy es un músico venido a menos que no para de fumar y tomar mientras recuerda las mujeres que lo marcaron y se queja porque le copiaron la fórmula del éxito. Está apichonado, mojado y acostado en la cama mientras recuerda que hubo un tiempo que fue hermoso, cuando los caprichosse convertían en apuestas que salían bien y los superhéroes eran de carne, hueso y además hacían goles y los evitaban. Cuándo desde Colombia venía café del bueno (pobre Wilmar) y no un combo explosivo que a la larga termina cayendo mal. Cuando las palabras de quiénes mas necesita el hincha estaban bañadas de humildad y sinceridad y nos podían hacer olvidar -un poco- de los dolores.

Una Bombonera repleta pidió por el triunfo en Mendoza una vez consumada la agónica victoria.

Hoy será otro día y el domingo, otro partido. Y Boca estará un poco más cerca o lejos del título. Al cabo, se dirá que La derrota caló profundo o que se superó rápidamente. Queridos lectores, dado mi sentir y nada más que mi sentir, La derrota es mucho más que perder la Supercopa argentina. La derrota es el modo que adaptó el club cuando dos de los que tienen su estatua en Brandsen 805 dejaron al amor de sus vidas sin poder despedirse de él. Las buenas rachas, lógicas por la calidad de jugadores que tuvieron la dicha de defender los colores en los últimos cinco años, son estados de gracia que nos hacen e hicieron el viaje más ameno. La derrota exilió a varios y es una bola de nieve que arrasa con todo a su paso. La derrota es quizás un viejo o nuevo karma que paga el hincha por los manejos de su presidente. La derrota es un círculo vicioso. A La derrota la sufrieron los de enfrente y es una pesadilla. La derrota está consumada y asentada, pero por suerte, también, termina. Siempre y cuando, La derrota no termine con uno.