Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2020. Ana Gallay es sinónimo de vóley. O, mejor dicho, de beach vóley. Tras la clasificación para los Juegos Olímpiccos en la Continental Cup de Asunción, la entrerriana nacida en Nogoyá hace 35 años va por su tercera participación olímpica consecutiva. Su historia es la de una luchadora. Mujer decidida y resiliente que aprendió a nunca bajar los brazos. Responsable, una de las principales, para que este deporte se popularice en la Argentina, más allá de los confines del verano, la playa y la Costa atlántica.
Desde 2018 es compañera de Fernanda Pereyra, con quien ganó la medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Lima 2019. Anes jugó en dupla con Virginia Zonta, juntas disputaron los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y luego hizo conGeorgina Klug con quien ganó el oro panamericano en 2015, además de participar en Río 2016.
Descubrió el beach vóley en 2007 más por necesidad y azar que por conocer algo de este deporte. Mientras estudiaba Educación física, precisaba ayudar en su casa para continuar con la carrera. Proveniente de una familia de clase media, en la casa de los Gallay (Ana tiene tres hermanos -Eva, Lorena y Poli-), las cuentas no estaban en rojo pero todo costaba y mucho, mientras la Argentina buscaba reponerse de la crisis de principios de siglo. “En mi ciudad dieron un curso de arbitraje de Beach y lo vi como una posibilidad para poder ganar algo de dinero. Como era los fines de semana, tampoco me perjudicaba en los estudios. De esa manera arranqué como árbitro en la primer fecha y me gustó tanto la disciplina que para la segunda fecha ya estaba adentro de la cancha”, contó en una reciente nota con Entre Ríos Plus.
Así, durante cuatro años se entrenó en soledad durante la semana en su pueblo y cada fin de viajaba a Aldea Brasilera, a 120 kilómetros, para poder competir con un club de aquella ciudad. Cuando se recibió, tomó dos trabajos, uno en el campo, en Crucecita Octava, a donde Ana recorría 70 kilómetros arriba de su moto, por caminos de tierra y con temperaturas bajísimas desde las 6.30. Por más abrigo que se pusiera, recuerda que muchas veces sufrió hipotermia y, que para repeler el frío que le helaba los huesos, debía bajarse de la moto y empezar a trotar para recuperar la temperatura corporal.
Jugadora y promotora de sí misma, Gallay patea las calles, llama por teléfono y pide ayuda a distintos sponsors buscando apoyo para que las giras sean lo más redituables y competitivas posible. Por eso vendió y vende publicidades para sus remeras. Arma canchas y vende las publicidades en carteles y bandera. El ingenio no lo usa solo para jugar y lanzarse con enorme osadía detrás de una pelota que para ella nunca se da por perdida. Todo suma y ella, como deportista profesional que lejos está del profesionalismo real que viven otros deportes donde se posan las luminarias de empresas privadas, le busca la vuelta. No sabe lo que es resignarse y quedarse a la espera. Gallay activa todos sus sentidos y empuja convencida que hacerlo la acerca a los lugares a los que quiere acceder.
Ni la pandemia por Covid-19 la detuvo. En sus propias palabras, Gallay contó en Zona Mixta, un programa radial de su ciudad, que estuvo 85 días adentro de su departamento, sin salir. “Un día, ante la desesperación por entrenar, me apropié del pasillo de mi piso y de la escalera. Dejaba la puerta abierta y subía y bajaba, corriendo, saltaba y hasta hacía ejercicios con pelota. Imaginate los vecinos”. Y agregó: “Dos meses atrás no podía casi jugar por la luxación de un hombro. Me interné en Rosario para llegar de la mejor manera a este torneo que era la chance de clasificar a los Juegos”.
Detallista al extremo, no elige la queja como forma de expresión. Más bien dice que su misión es instar y bregar para que su deporte crezca más porque el beach vóley aún es “extremadamente amateur en Argentina” . Mientras pide para que se construyan más canchas que inviten a grandes y chicos a practicarlo, admite que su punto de vista no es la crítica destructiva sino una más bien constructiva y altruista. Ana Gallay sabe que su presente está en Tokio 2020 . Pero su mente vertiginosa también tiene un resquicio para avizorarse en París 2024 . De ella dependerá.