Brazadas y más brazadas. Una, dos, tres… y hasta ocho o nueve horas. Sin parar, una a una, con una precisión casi quirúrgica. Acompasada. Al ritmo que le impone su mente, su cabeza y su corazón. En definitiva, su oficio. Para ella, el más lindo del mundo. El que recogió como un regalo sagrado a los 6 años cuando era una niña que sólo quería divertirse y estar con sus hermanas, muy cerca de los suyos, en GEBA (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires). Club que en 1992, cuando tenía 8, la federó porque sus profes veían que Pilar, la menor de las hermanas Geijo, tenía pasta para la natación. Cada vez que Pilar recuerda cómo y cuándo empezó, en su rostro se dibuja una sonrisa. La misma que hace que sus ojos, muchas veces, se achinen un poco, mientras sus dientes anuncian que algo va a decir. “El recuerdo es fantástico. La actividad era una excusa para compartir tiempo con mi familia, con mis hermanas. Ellas nadaban y para una niña de 6 años era un plan genial porque mi papá jugaba al básquet, mi mamá iba al gimnasio y mis dos hermanas nadaban. Entonces, era tiempo genuino con ellos“, dice Pilar. Y agrega: “No podía tener un escenario mejor y el recuerdo es verme en el agua con ellas y con mis amigas de la infancia en un club. Era divertirme, nadar. Fue una etapa muy agradable“.

A los 37 años (19 de septiembre de 1984), la mejor nadadora argentina de aguas abiertas de la actualidad, con cinco títulos mundiales, miembro del Salón de la Fama de la Natación (desde 2018), recordista del cruce del Río de la Plata, no detiene su marcha. Ni el coronavirus pudo con su ímpetu tan positivo como voraz y locuaz. Tras la miocarditis (una inflamación del corazón que puede quedar como secuela) que sufrió el año pasado (se contagió Covid-19 a fines de agosto de 2020), estuvo poco más de cinco meses “nadando muy suave”. Para ella, acostumbrada a entrenar hasta 10 horas por día para competir en el máximo nivel, fue como un mazazo que la obligó a recapitular. En verdad, a barajar y dar de nuevo. “Fue un largo proceso porque durante esos 5 meses seguí haciendo actividad pero con sesiones de muy baja intensidad. Cuando tuve el alta, en marzo de 2021, con mi entrenador el Gallego [Juan Carlos Martín] Martín buscamos recuperar el tiempo porque estuve casi 10 meses sin entrenar: primero por la pandemia, después cuando me contagié y, finalmente, cuando pude volver a entrenar a muy baja intensidad por la miocarditis”. Volvió a competir en agosto y, en cierta forma, volvió a sentirse plena. “Después del alta, tuve otros 5 meses de entrenamiento a full, que es muy poco para la alta competencia, y llegué muy cansada, mucho más que antes, pero se dieron buenos resultados: salí segunda en el circuito mundial, tercera en Macedonia y cuarta en la Capri-Nápoles”, explica la nadadora.

Un elemento clave durante todo ese proceso es la hidratación, aspecto sumamente importante en ese camino hacia la grandeza que deben transitar los atletas de alto rendimiento para alcanzar la élite en su disciplina como en el caso de Pilar. Ya sea durante los primeros pasos como deportista amateur o en la etapa profesional, la alimentación y la hidratación juegan un rol fundamental en la preparación para alcanzar los objetivos trazados.

Tanto durante la etapa de entrenamiento, como al momento de competir, una hidratación adecuada permite reponer lo que se pierde por sudor, mediante el consumo de agua o de bebidas isotónicas como Gatorade, y puede hacer la diferencia para alcanzar las metas de rendimiento diagramadas por los deportistas.

–¿Cuándo te diste cuenta que tenías condiciones y que eras realmente buena?

Nunca (se ríe). Tengo la particularidad, que la hago como autoprotección, que es minimizar un poco los resultados. En general, de alguna manera, es lo que me permite seguir haciéndolo como si fuese el primer día. Me pasó algo raro. Con 13 años, en mi primera carrera de aguas abiertas, la gano. Mis comienzos fueron buenos. De chica, nadaba 200, 400, 800 y 1500 metros y me destacaba. Ganaba muchísimas pruebas y, lógico, perdía otras. Y el resto de los chicos, no tanto. Hacía récords y percibía que tenía condiciones, algo distinto tenía pero no era tan consciente. Cuando arranqué a hacer el circuito mundial, en 2009, me di cuenta que tenía resultados de manera bastante prematura cuando había chicos que hacía años estaban ahí y no tenían esos resultados. Por ejemplo, ganar carreras súper tradicionales como la Capri-Nápoles, el lago San Juan, Canadá. Ahí sí me di cuenta de tener condiciones.

–¿Saberse bueno te obliga a algo más?

No, para nada. Al contrario, es una ventaja. Ser bueno no te lleva a nada. Ser bueno te hace trabajar para llegar a eso que quieres. Uno puede tener talento pero con eso no alcanza, eso no te garantiza nada. Al talento le tienes que sumar trabajo. Mi confianza se basa en el trabajo que hice. Yo soy buena, tengo talento y estoy 10 meses sin nadar. No voy a tirarme a competir porque sé que tengo talento o “soy buena”. Lo que me da la confianza para competir y buscar el triunfo es el trabajo que hice, todo lo anterior al día de la competencia. Trabajé para ser buena y, en ese caso, ese trabajo es una herramienta, un beneficio.

–De la pileta a las aguas abiertas hay un océano de diferencia. ¿Por qué uno y no la otra?

A los 13 años conocí las aguas abiertas y me encantó. Pero recién a partir de 2009 me dediqué a las aguas abiertas. Antes, nadaba también en pileta. En 2006 empezó ese proceso de cambio que me llevó unos años hasta hacer el cambio definitivo. Me encontré con la libertad, me sentía libre, eran distancias más largas y la estrategia se convertía en un punto clave. Me divertía eso de nadar en grupo, el pelotón. Era un desafío enorme, en las aguas abiertas hay que estar atenta a la variabilidad, a lo inesperado. Eso le da un condimento muy lindo al deporte.

–¿Cuándo y cómo se dio el paso de ser una nadadora amateur a una profesional?

Nuestro deporte ya en su denominación se llama Federación Internacional Amateur de Natación (FINA). Quiero decir que uno puede vivir de esto por los sponsors o por las carreras, pero el deporte no deja de ser amateur. Recién a partir de los 23 años pude empezar a vivir de este deporte. De grande empecé a tener sponsors y demás. Los chicos a esa edad ya trabajan. En mi caso, siempre debo agradecer a mi familia y a mi pareja de ese momento que vivía con él que hacían que no me hiciera falta trabajar. Yo estudiaba pero no trabajaba como cualquier persona de 23 o 24 años que, a esa edad, debe trabajar.

–¿En qué piensas cuando nadas tantas horas? ¿Qué pasa por tu cabeza? ¿La engañas de alguna manera?

Suelo estar muy concentrada en la carrera en sí. Hay carreras que te resultan más fáciles que otras, y otras que te cuestan más. Es muy variable, de una competencia a otra. El tiempo se me pasa muy rápido. Son carreras de 8 o 9 horas y no me doy cuenta del tiempo. Siempre me da la sensación de que es menos tiempo que el que realmente implica la prueba. No la engaño. Divido los objetivos. No pienso que son carreras de 8 o 9 horas. Entonces, lo divido cada 20 o 30 minutos y me doy forma a ese período.

Pilar Geijo lleva más de 30 años como nadadora. Primero, como una niña que jugaba a dar sus primeras brazadas detrás de sus hermanas. Luego, como federada para convertirse en la mejor nadadora argentina de aguas abiertas. Un sueño que forjó al paso que creció y aprendió a optimizar todas las adversidades que tuvo que enfrentar para sacarles provecho. Desde las que sortea adentro de los ríos, mares y lagos cuando compite, a las de la vida misma, las que la formaron hasta convertirla en periodista deportiva, Analista Contable y Administrativa y profesora de natación. Una mujer todoterreno que trascendió su deporte.