Novak Djokovic, hace tiempo, dejó de ser un mero jugador de tenis. Uno enorme, caso, de los mejores de todos los tiempos. Hoy, a los 34 años, el actual número 1 del mundo se convirtió en un actor político. Uno que trascendió su propia bandera para quedar elevado en un sitial que, acaso, ningún otro tenista accedió.
En medio de la pandemia por Covid-19, Djokovic mostró su verdadero rostro a partir de comportamientos erráticos y díscolos. Desde organizar, a mediados de 2020, un torneo en los Balcanes (Adria Tour) que no contó con ningún protocolo sanitario y que se convirtió en un foco de infecciones de coronavirus, incluidos él y su esposa Jelena, hasta expresar públicamente sus dudas sobre el programa de vacunación, ganándose así el apodo peyorativo de “Novax”. O, incluso, con aquel torneo de Belgrado, organizar una fiesta en Lafacettte Cuisine Cabaret Club, un popular bar de la capital serbia, sin respetar el distanciamiento social, sin barbijos, sin remeras y a los abrazos junto con los tenistas profesionales Alexander Zverev, Dominic Thiem y Grigor Dimitrov. Todo, a pesar de las recomendaciones sanitarias y del pedido, inclusive, de suspender el torneo.
Con ese escenario y la deportación que padeció, tras llegar a Australia para disputar el primer Grand Slam de 2022, no resultan azarosas ni tampoco ingenuas sus palabras a la BBC. Sin más, se trata de uno de los medios de comunicación más respetados del mundo. Si bien no opacó el título 21 de Rafael Nadal, Djokovic acaparó una parte formidable de todo lo que se dijo, habló y escribió en torno al Australian Open.
Y ahora, ante la BBC, no hizo más que mostrar su enorme poder de fuego mediático para dejar en claro que el mundo queda subsumido a su mundo, el mundo Djokovic. Acaso, un mensaje directo contra la ATP y sus directores. Una advertencia a poco más de un mes del escándalo de Australia, un país embarcado en una rigurosa campaña antipandemia. Porque, en su mundo, tan solo se trató de “un error de juicio” entrevistarse, contagiado de Covid-19, con un periodista en Belgrado. También “fue un error humano” declarar que no había pasado por otro país (España) antes de volar a Melbourne. Y “probablemente cometí un error” al afirmar que el Gobierno federal australiano le facilitó en principio el vuelo, y no de la autoridad deportiva y del Estado de Victoria, Australia.
Su primera declaración, “no estoy en contra de la vacunación, pero mi cuerpo es más importante que cualquier título: es el precio que estoy dispuesto a pagar; yo defiendo la libertad de ponerme lo que quiera en mi cuerpo”, concuerda a la perfección con la que esgrimió tiempo atrás cuando las aguas comenzaban a ponerse espesas para Nole, allá por 2020. “Personalmente estoy contra la vacunación, y no me gustaría que alguien me obligue a vacunarme para poder viajar. Pero si esto se convierte en una obligación, ¿qué va a pasar entonces? Entonces tendré que tomar una decisión”, había anticipado como un aviso directo. Aquella vez, como ahora, claro, el patrón de sus declaraciones no buscan otra cosa que imponer un mensaje. Fraguar detrás de su sonrisa una imposición maquillada como sugerencia. Plantar una bandera. La suya, por supuesto. Una recomendación tan clara y contundente que, en el mundo Djokovic, representa una máxima: la suya, sin importar el resto y sus derechos. Y, con eso, para contar con su venerada presencia en un torneo, habría que admitirlo, tal y como él quiere y pretende: sin vacunarse contra el coronavirus.
Por eso, ante la BBC, hasta se animó a sugerirles a Roland Garros y a Wimbledon que es capaz de “sacrificar” su presencia para no cambiar su postura. Incluso, tampoco podrá estar en los dos primeros Masters 1000 (Indian Wells y Miami) que se disputarán desde el 10 de marzo en Estados Unidos, un país que exige el esquema completo de vacunación. Así, recién podría volver a jugar en el ATP 500 de Dubai (torneo que ganó en cinco oportunidades), a partir del lunes 21 de marzo, dado que Emiratos Árabes Unidos no tiene limitaciones sanitarias para poder ingresar.
Si algo destaca a Nole es que nada de lo que dice o hace es inocente. Al contrario, sin temor al error, lo suyo tiene una precisión quirúrgica que nada tiene que ver con un comportamiento espasmódico, ni mucho menos.
Tiene razón Djokovic. Uno es dueño de sus decisiones. Y él, como todos, tiene absoluto derecho a no vacunarse, por más que la ciencia ya mostró evidencias empíricas suficientes de cómo combatir una pandemia. Pero como bien está en su derecho, también lo están todos y cada uno de los países en imponer sus condiciones para ingresar o no adentro de su geografía. Porque, en definitiva, no se trata de ciudadanos de primera o de segunda. Se trata de aceptar las leyes, ni más ni menos. Por más que te llames Novak Djokovic y seas el mejor del mundo. Como dijo Nick Kyrgios, Djokovic “es uno de los líderes del deporte del tenis. Es nuestro LeBron James y tenemos que responsabilizarnos de sus acciones. Ha hecho cosas equivocadas durante el tiempo de pandemia”. Y, ahora, tiempo después, el serbio pretende privilegios como si le correspondieran. Porque, en su mundo, Nole creó su propia versión a partir de un virus llamado Djokovic.