Un gol llega en el momento justo. No antes ni después, sino en el instante exacto. A veces caprichoso, otras tantas berrinchudo, pero cumple con su cita en partidos donde es esperado con los brazos abiertos. Aguarda el tiempo oportuno para hacerlo, ya sea para alegrar a unos y amargar a otros. Una de sus apariciones más célebres fue en la final de Champions League entre Real Madrid y Bayer Leverkusen en 2002.

Pero lo único inexacto con su presencia es la voz de quien lo narra. Y de ello no tiene culpa. En el caso del poema de gol hecho por Zinedine Zidane en aquel juego, delineado por una volea inesperada, perfecta e impecable, ¿cómo se describe un golazo así de manera oral? Es más, ¿se grita? ¿Es válido el silencio como manifestación del asombro ahogado en la garganta debido a la incredulidad?

Los aficionados presentes en el Hampden Park de Glasgow aquella noche mágica de Champions no tuvieron narración alguna para sus oídos; su euforia se manifestó en los decibeles del grito colectivo propiciado por la obra de arte de Zizou. Claro, no así con los seguidores del Leverkusen, que posiblemente lo gritaron hacia sus adentros en reconocimiento a la joya del francés, o simplemente no lo hicieron por el enmudecimiento lógico que propicia una anotación del rival.

Si nos ubicamos en México, algunos futboleros tuvieron que cantarlo al interior de un bar donde se le puso mute a las pantallas y los encargados del negocio optaron por amenizar el ambiente con canciones como Torero, de Chayanne, o A Dios le pido, de Juanes, por mencionar dos de esa época.

Los antimadridistas, o simplemente quienes no soportan al Real Madrid, vieron el partido sin prestar atención al encargado de narrar toda la jugada que se trazó para culminar con el remate de Zidane. Para muchos puede estar en la memoria la voz de Luis Omar Tapia o la de Fernando Palomo, incluso confundiéndolos entre sí. Lo único imposible de olvidar, aunque les caiga gordo el escudo merengue, es el golazo.

Con el paso de los años, si se le pregunta a un aficionado mexa cómo recuerda la narración del gol de Zizou, un gran número no la tiene presente. Hasta cierto punto que bueno que así sea, porque preserva lo más importante, que es la volea, una anotación que jamás pasará de moda.

No falta el pambolero que agradece a la vida de que aquel gol no haya caído en voces como las de comentaristas ampliamente criticados en la actualidad por sus estilos, porque de lo contrario la experiencia hubiera sido un poco insípida y la pieza artística de manufactura francesa compartiría anecdotario con lo patético de una narración no muy grata.

El golazo de Zidane apareció en el momento justo, idóneo para no olvidarse nunca. Por cierto, usted amable lectora y lector, de haber sido el responsable al micrófono de aquella transmisión, ¿cómo narraría ese gol? Seguro que no lo haría con Chayanne y Juanes de fondo.