Había prometido que tomaría la vida de Dustin Poirier, pues sentía que este le había faltado el respeto. Se había preparado como en los mejores momentos de su carrera y salió al octágono pleno de confianza para vengarse en la trilogía de la derrota que había sufrido en enero de este año.
Pero Conor McGregor solo se quedó en sus palabras y en su actitud, esa que todavía es capaz de hacer vibrar a los fanáticos aunque ya no la respalde cuando comienza la verdadera acción. Y cuando la verdadera acción comenzó, no tardó en sobresalir la figura de Dustin Poirier, que lo dominó a lo largo de todo el único round que duró la pelea.
Más allá de la superioridad del estadounidense, lo que pondría fin al combate sería una fatalidad. Porque faltando diez segundos para el final de la ronda, cuando Poirier le había permitido levantarse luego de castigarlo a placer en un derribo, McGregor pisó mal en un retroceso y terminó sufriendo la fractura de su tobillo izquierdo, lo que obligó al árbitro a dar por finalizada la pelea.
El irlandés recibió rápida asistencia, le fue colocada una bota y fue retirado del octágono en camilla. Mientras lo trasladaban fuera de la Arena T-Mobile para que fuera a realizarse los estudios médicos correspondientes, McGregor tuvo el ánimo suficiente para intercambiar algunos gritos con los fanáticos, algunos que lo alentaban y otros no tanto.
Pero así quiso despedirse The Notorious, con una sonrisa. Y es que tal vez sea su última imagen en las grandes carteleras de UFC. ¿Qué sigue para él? Nadie lo sabe. Tal vez sea hora de responder a las constantes provocaciones de Jake Paul.