En un Boca que afrontará una profunda reestructuración de su plantel tras la eliminación en semifinales de la Copa Libertadores, el extremo de 20 años aparece como el único futbolista en el que Guillermo Barros Schelotto confía plenamente.

La doble derrota ante Independiente del Valle representó un nuevo golpe al orgullo Xeneize, cada vez más cascoteado por acontecimientos que sus hinchas creían improbables tiempo atrás, pero a los que han ido acostumbrándose a la fuerza, porque el tiempo pasa para todos.

Tanto dolió la eliminación de la Copa Libertadores contra un rival al que miraban con airosa superioridad que hasta los máximos referentes del equipo fueron puestos en duda, y en la actualidad hay más dudas que certezas sobre la continuidad de nombres como el de Carlos Tevez, Agustín Orión o Cata Díaz.

Pero entre tanta decepción, Guillermo Barros Schelotto se aferra al nombre de Cristian Pavón, un pibe que apareció como crack en enero del 2015, pero que se lesionó y se pinchó en el camino, y que ahora empieza a revalidar todo el talento que hizo que Boca se fijara en él cuando era jugador de Talleres de Córdoba.

Una patada de Leonel Vangioni en un Superclásico de verano frenó su proyección. Y la decepción por su escasa participación en la Selección Argentina que tuvo una actuación para el olvido en el Mundial Sub 20 de Nueva Zelanda pusieron en duda sus capacidades para convertirse en un futbolista que mereciera un lugar en uno de los equipos más importantes de Sudamérica.

Sin embargo, con la llegada de Guillermo Barros Schelotto al banquillo Xeneize, Pavón recuperó la confianza y empezó a reencontrarse con su mejor nivel. El Melli lo eligió más de una vez por encima de nombres con mucho mayor rodaje, como Daniel Osvaldo, Andrés Chávez, Nicolás Lodeiro y, en el último juego de Copa Libertadores, por delante del flamante refuerzo Darío Benedetto.

Hoy por hoy, el extremo es el único futbolista en el que el DT confía al cien por ciento, una buena noticia para él y su proyección, que podría verse afectada por una situación caótica en la que pocos saben si se quedan o se van y en la que el derroche de millones no ha garantizado, todavía, la formación de un equipo con identidad.

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