El grito del final. Un desahogo. Una combustión de felicidad y alegría. Una descarga de adrenalina después de correr el maratón olímpico de Tokio 2020 y llegar en tercera posición. Puesto que se traduce en una medalla, la de bronce, en su tercera experiencia maratoniana. Nada mal habrá pensado Molly Seidel, la estadounidense de 27 años (12 de julio de 1994) que arribó a la meta en 2h27m46s , solo por detrás de las keniatas Peres Jepchirchir (2h27m20s) y Brigit Kosgei (2h27m36s) .

La primera fue hace poco menos de un año y medio, el 29 de febrero de 2020, como parte de los Trials del equipo de atletismo de Estados Unidos. En Atlanta, terminó en segundo puesto (2h27m31s) para asegurarse su lugar en Tokio 2020 que la convirtió en la primera estadounidense en clasificar a un maratón olímpico corriendo la distancia por primera vez. Unos meses más tarde, en octubre de 2020, completó su segunda maratón, esta vez en Londres donde quedó sexta (2h25m13s).

Su recorrido como atleta la tiene como una destacada en juveniles en distancias como los 3000, 5.000 y 10.000 metros en pista, pero su carrera se vio truncada por lesiones, la depresión y los desórdenes alimenticios. Valiente, se alejó del deporte porque decidió priorizar su salud mental. Y la primera vez que se animó a hacer pública su situación real fue dos meses antes de su debut en el maratón. La suma de kilómetros la llevó a pensar y repensarse una y otra vez. Lo hizo público en una entrevista con una amiga cercana, Julia Hanlon, quien tenía un podcast llamado “Running On Om”. Para esa charla decidió dejar atrás la coraza que, en cierta forma, le obturaba el corazón. “Fue la primera vez que hice pública mi historia sobre el tratamiento por trastornos alimenticios que padezco desde 2016 y todas mis luchas con el trastorno obsesivo compulsivo, la depresión y la ansiedad”, contó en esa nota. Y agregó: “Mis personas cercanas sabían lo que estaba pasando desde mis tiempos en Notre Dame, de 2012 a 2016. Sabían que mi trastorno se había manifestado en desórdenes alimentarios que derivaron en bulimia. Sabían que luchaba por evitar comer cualquier cosa que considerara poco saludable. Pensaba que tenía que estar súper delgada y súper en forma todo el tiempo, sin siquiera permitirme comer un plato rico y sabroso porque no me lo merecía. Menos salir a comer con amigos sin preocuparme por lo que pediría. Nunca intenté ocultar lo que pasé con mi familia y amigos”.

El podio femenino del maratón de Tokio: Peres Jepchirchir, Brigit Kosgei y Molly Seidel, el 1-2-3 (Getty Images)

La realidad de Molly, en tiempos de la NCAA, se hacía evidente. Era lógico que su cuerpo estuviera enfermo y lejísimos de estar saludable. “Era obvio que estaba luchando contra un trastorno alimentario. Era tan obvio que la gente escribía en los foros de mensajes del equipo de atletismo que me veían enferma, muy flaca, casi sin fuerza. Pero cuatro años después, tuve la fortaleza para apropiarme de mi historia. Y a hablar me ayudó a sanar”, dijo la atleta que tras aquella nota su historia empezó a replicarse y, en poco tiempo, se convirtió en “la atleta con trastornos de alimentación”. Y ella quería ser tan solo Molly, la atleta. “El regreso, la vuelta para aprender a correr, o simplemente a vivir, con un nuevo cuerpo, el real, el verdadero, y sumar una nueva manera de comer fue la parte más difícil”, admitió.

Desde hace un tiempo, producto de la terapia, la compañía de amigos verdaderos y su familia, Molly empezó a sanar. El proceso, este duro proceso, la seguirá por siempre. Lo positivo para ella es que buscó alejarse de ciertas compañías dañinas que poco la ayudaron en el pasado. Así volvió al alto rendimiento pero para solventar sus gastos, en Boston, donde vive (antes lo hacía con su hermana Isabel), llegó a tener dos trabajos (uno como mesera en un bar y otro como niñera) para poder solventar su carrera hasta que logró meterse en el Trial maratoniano de 2020 por su tiempo en una media maratón en diciembre 2019: ganó la Rock ‘n’ Roll Half Marathon en San Antonio, Texas, con un tiempo de 1h10m27.

Molly Seidel, con el pelotón de punta del maratón de Tokio 2020 (Getty Images)

Para Molly no todo es correr. Nunca lo fue, en verdad. Tiene un título de grado en Antropología y otro en Ciencias del Medio Ambiente de la prestigiosa Universidad de Notre Dame.

Se la considera la FKT (Fastest Known Turkey). Es decir, la persona más rápida en correr disfrazada de pavo. Seidel lo consiguió en 2020 para el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving) en Estados Unidos, con una marca de 34m33s en una prueba de 10 kilómetros.

Hoy sabe como nunca antes que no sería la persona ni la atleta que es sin todas esas luchas y fantasmas internos que, no hace tanto, aprendió a enfrentar. Ahora sabe que no tiene que ser perfecta. Tan solo se tiene que animar a dar un paso y otro y otro. Como si estuviera en una carrera y el sonido de sus zapatillas (ese tap tap, tap tap, tap tap ) le indicaran el camino a tomar. Molly Seidel , la atleta que aprendió a luchar. Para ella, “es una pelea diaria. Cada tanto raigo y trato activamente con esos altibajos emocionales que vienen con el TOC crónico, la depresión y la ansiedad” . Molly Seidel , la mujer que, tarde o temprano, podrá contar que se sacó de encima ese comportamiento autodestructivo que tanto daño le infringió.