El mundo del atletismo asiste desde hace un tiempo, acaso impávido, a la polémica decisión que obliga a la mediofondista Caster Semenya a medicarse para competir como mujer, por más que esté comprobado que es una mujer, dado que sus niveles de testosterona son más elevados de lo normal (hiperandrogenismo). Así lo dispuso en 2019 el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS) al considerar que las reglas de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) para regular la participación de mujeres con Desarrollo Sexual Diferente (DSD) son “discriminatorias”, pero aun así “necesarias, razonables y proporcionadas” para preservar la integridad del atletismo femenino. Esta contradictoria máxima del TAS significó un revés a la apelación interpuesta por la sudafricana de 30 años (7 de enero de 1991) especialistas en los 800 metros, quien desde 2009, cuando ganó con absoluta facilidad la final en el Campeonato del Mundo de Berlín, provocó dudas y sospechas por parte de sus rivales que decían que “corría como un hombre”.

Más allá del controvertido caso de Semenya surge, quizá, uno opuesto. Si a Semenya se la acusa, sin base científica alguna, de ser un hombre que compite como mujer, en Alemania del Este, la Alemania socialista, la antigua República Democrática Alemana (RDA) que cayó con el Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, aparecen ejemplos de cómo la modificación genética, a partir de medicación dopante sin el consentimiento de los propios atletas, causó estragos más allá de los podios, las medallas y el reconocimiento. “El mayor lanzamiento de Andreas Krieger”, un corto coproducido en 2015 por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA) y por la Agencia Nacional Antidopaje de Alemania (NADA), narra en primera persona y con precisión quirúrgica el proceso a partir del cual Heide Kriger, hoy Andreas Krieger, fue sometida a un brutal cambio físico en pos de esa dañina máxima de ganar como sea. Algo así como el “ganar, ganar, ganar” en su peor y más leonina versión.

Cuando todavía era una niña, en 1979, y con 13 años Heidi (20 de julio de 1966) se sumó a una Escuela Deportiva para Niños y Jóvenes de Berlín que estaba asociada a Dynamo, un club patrocinado por la Stasi, la poderosa policía secreta de la República Democrática Alemana (RDA). “Ahí, mi rutina cambió completamente. Curiosamente por mi desempeño deportivo fui reconocida por parte de los entrenadores, funcionarios y por otros deportistas que me felicitaban. Y eso me hizo sentir parte del grupo. Eso era realmente lo que yo estaba buscando, quería ser valorada. Sin embargo, lo que ganaba dentro del gimnasio lo perdía una vez fuera”, dice Andreas en el documental. “En mi caso, con apenas 16 años, empecé a recibir de mi entrenador unas píldoras azules además de vitaminas que recibía desde antes. No sabía cómo se llamaban, no venían en el embalaje original. Yo las recibía de mi entrenador quien me decía que estas sustancias me ayudarían. En mi adolescencia, con apenas 17 años, ingerí más sustancias dopantes para hombres que el corredor Ben Johnson ya adulto. Esto era parte de un programa, plan de estado 14.25 y comprendía desde la investigación de sustancias dopantes, del desarrollo de nuevas sustancias hasta su distribución a los atletas”, agrega.

Heidi, en tan sólo dos años, pasó de medir 1,85 metros y de pesar 69 kilos a 105 kilos. A los 16 lanzaba el implemento (que pesa 4 kg en categorías mayores y 3 en menores) a no más de 14 metros. A los 18, las variaciones físicas se tradujeron no sólo en su peso corporal sino en una voz más profunda, un vello facial que había aumentado de manera inusitada, pero lo que más le dolía eran los insultos que recibía en la calle, un lugar al que le escapaba como si fuera una velocista. Encerrada, ahogada siguió entrenando y consumiendo las pastillas que le suministraban. A esa altura, podría decirse, era una adicta. Tres años más tarde, Heidi lanzaba la bala por encima de los 20 metros y los médicos y entrenadores se referían a ella como “Hormonas Heidi”.

Andreas Krieger, hoy

“Todo debido al incremento de la masa muscular”, dice Andreas. Las pastillas que Heidi recibía eran de Oral Turinabol, un esteroide generado por un laboratorio propio de Alemania oriental en Kreischa, una localidad cercana a Dresden, donde alrededor de 2000 científicos, entre farmacólogos, fisiólogos y especialistas en Medicina Deportiva, crearon una hormona masculina destinada al exclusivo consumo de sus deportistas. Este plan, el 14.25, instaurado por las autoridades deportivas primero buscaba talentos deportivos a los que cobijaba y luego los inducía a seguir un programa de dopaje con andrógenos. Los resultados fueron tan espectaculares como siniestros: entre 1968 y 1988, la RDA consiguió un total de 519 medallas olímpicas. Un programa de dopaje sistemático que convertía a un país de 17 millones de habitantes en una verdadera potencia deportiva mundial. En definitiva, un país que estaba en condiciones de competir palmo a palmo junto con las superpotencias soviética y estadounidense. Tiempos en los que el deporte fue utilizado como plataforma propagandística por las autoridades de aquella Alemania (cualquier parecido es pura coincidencia).

En el caso de Heidi, el éxito llegó a su clímax en 1986 cuando ganó la medalla de oro en el Campeonato Europeo de Atletismo de Stuttgart, luego de lanzar la bala a 21,10 metros. “Al principio estaba muy feliz, me parecía genial. Ver a la gente pararse y aplaudirte. Pero rápidamente pensé: mierda, ahora van a esperar esto siempre”, explica. “El problema fue que me di cuenta que yo no encajaba ahí. Y no porque no quisiera hacer deporte sino porque no pertenecía a ese grupo de ninguna forma. Pero, en ese momento, yo no sentía o sabía por qué no encajaba ahí. Yo sólo sabía que no encajaba en ese grupo de… mujeres”, dice Andreas que recibió 2590 miligramos de Oral Turinabol en 1986, el mismo año en que ganó el título europeo.

Heidi Krieger, reposa antes de competir (Getty Images)

En 1991, con apenas 24 años y con un cuerpo totalmente transformado por los anabolizantes y las hormonas, Heidi se retiró de las competencias, al no poder lidiar más con el dolor crónico en sus caderas y extremidades. Por caso, en sus agotadoras sesiones de entrenamiento, como si estuviera en un laboratorio, llegó a levantar 100 toneladas de peso en dos semanas. Claro, su cuerpo crujía del dolor. Sus huesos le crujían como cristales que se rompen en una interminable cadena sin fin. Los cambios no eran sólo evidentes en lo físico. Su estado de ánimo era un sube y baja permanente. Podía pasar del máximo estado de euforia a la mayor tristeza o, incluso, de una calma y serenidad profunda a la agresión casi en un abrir y cerrar de ojos, como cuando de una piña dejó sentado a un boxeador que se había reído de su supuesta apariencia a una drag queen.

En 1995, mientras trabajaba en un negocio para mascotas, un compañero se le acercó y le dijo que sabía qué era eso que le estaba pasando. “Se llama transexualidad”, le dijo y Heidi, todavía era Heidi, se puso a llorar por alivio y por nervios. Pero, sobre todo, por enfrentarse a su realidad. Dos años después se había extirpado los senos y pasado por una histerectomía y otros procedimientos quirúrgicos para comenzar el proceso necesario para dejar atrás a Heidi para convertirse en un hombre llamado Andreas. En verdad, le demandó tres años a Heidi Krieger convertirse en Andreas Krieger. Al principio, no atribuía el desgaste de su cuerpo y su transexualidad al dopaje. Por el contrario, se pensaba y creía un campeón europeo totalmente limpio. Pero, las demandas contra funcionarios deportivos de Alemania del Este en 2000, fueron las que pusieron blanco sobre negro toda la verdad. “Fue con el proceso judicial de 2000 cuando acepté 100% que mi rendimiento no había sido honesto. Fue a base de químicos como logré esas marcas y no por mi propios fuerza. Le decisión sobre mi identidad sexual me fue robada”, señala Andreas. “Ellos jugaron a ser Dios y me utilizaron sin preguntarme. Tomaron decisiones sin tomarme en cuenta y sin importarles qué pasaría conmigo. La decisión de operarme y de vivir hoy como Andreas Krieger me salvó la vida”, dice el hombre que en 2002 se casó con la ex nadadora Ute Krause. “Ellos mataron a Heide”, concluye.