Mide 1,68 metros. Apenas supera los 70 kilos de peso. Pero, más allá del físico, parece un gigante que en el mediocampo se hace inmenso, casi infranqueable. Tan sólido y veloz como silencioso. La timidez o, mejor dicho, su manera sigilosa de vivir también la impone dentro del campo de juego. No precisa la estridencia ni la comandancia gesticular que suele desbordar el fútbol mediático de hoy en día. Para N’Golo Diarra Kanté, en cambio, minimizar la disonancia lo hace un jugador delicioso, apetecible en el corazón del juego: el mediocampo, su lugar el mundo. El espacio en el que se sintió cobijado, siempre.

Kanté nació el 29 de marzo de 1991 en el seno de una familia muy pobre que emigró de Mali, uno de los países con más desigualdad del mundo. En 1980, apesadumbrados por la compleja situación de su país, decidieron emigrar a Francia, al suburbio de Les Géranimus, en las afueras de París. Kanté siempre entendió que el esfuerzo iba a conducirlo a un lugar mejor.

Kanté marca a Luka Modrić en Rusia 2018 (Getty)

Siguió los pasos de su padre y cada madrugada, de domingo a domingo, se levantaba a las 5.30 para acompañar a su padre que era recolector de residuos hasta su prematura muerte en 2002. Un hecho que lo marcó profundamente. El pequeño Kanté se las rebuscaba y separaba entre la basura cualquier material que pudiera ser reciclado. Con esos francos franceses (luego euros) podía colaborar con la exigua economía familiar que tenía a su mamá como empleada doméstica.

Acaso, jamás imaginó, que mientras él juntaba chatarra y basura para reciclar en 1998, Francia, el país en el que nació, edificaba su primer título del mundo de la mano de Didier Dechamps (un esencial en la historia de Kanté como jugador), Zinedine Zidane, Robert Pirés, Patrick Viera, Bernard Diomède, Christian Karembeu, Lilian Thuram, entre otros. Varios, de acuerdo a la lista del entrenador Aimé Jacquet, provenientes de familias que, como los padres de Kanté, había migrado a Francia en busca de otras oportunidades. Al tiempo, en 2001, con el nuevo siglo y mientas empezaba a jugar al fútbol, primero en el club barrial Pateu y luego en Suresnes, hasta dar el salto en 2010 cuando tenía 19 años. Previo, claro, debió soportar estoicamente que varios entrenadores le dijeran que tenía condiciones pero que con eso solo no alcanzaba. Rennes, Sochaux y Lorient lo rechazaron. Y hasta un entrenador le sugirió que se dedicara al rugby. Para todos, la diminuta estatura de Kanté era un condicionante en un fútbol cada día más físico.

El propio Kanté hoy se ríe de las peripecias que vivió como jugador de divisiones menores. Y sostiene que eso, sumado a su historia de vida, fortalecieron su carácter. “Cuando estaba con Suresnes, club de mi infancia, fui a hacer pruebas para entrar a la academia de clubes profesionales en Francia, pero no tuve oportunidad. Me decían que tenían jugadores como yo o simplemente no les gustaba lo que yo hacía. Así que no pude entrar. Me quedé con Suresnes hasta los 19 años, que fue cuando pude jugar en la sexta división de Francia, con Boulogne”, detalló el volante de 31 años hace unos años. Y añadió: “El primer equipo era profesional, pero las reservas jugábamos en sexta división. Pasé un año en sexta división, fuimos a quinta división y después pude estar con el primer equipo en la tercera división. Después pude llegar al Caen y todo fue diferente”.

La oportunidad que le brindaron Boulogne (2011-2013) y Caen (2013-2015), con el que ascendió a Primera (la League 1). Un año después, ya era uno más en la elite francesa de fútbol. Tanto que, en 2015, el Leicester City primerió a Olympique de Marseille, Olympique Lyonnais y West Ham para quedarse con el volante que ya era una realidad y terminó convirtiéndose en el estandarte que llevó al club inglés a conseguir el primer título de su historia. Fue tan importante Kanté que Chelsea se lo llevó un año después por 36 millones de euros y hoy, tras ser campeón de la Champions League, soporta que los embates de otros equipos poderosos de Europa que pretenden tener a Kanté en sus filas.

Como botón de muestra de su templanza y humildad, días antes de que Francia iniciara la conquista del Mundial de Rusia 2018, Kanté sufrió una pérdida que bien puede alinearse con la de su padre: Niama, su hermano mayor. Sin embargo, el volante decidió seguir adelante apoyado en sus compañeros de equipo que lo quieren como a un talismán. De hecho, Kanté parecía un espectador de lujo mientras, exultantes, sus compañeros celebraban el segundo título para Francia. O, incluso, en palabras del brasileño Felipe Saad, con quien compartió en Caen: “Llamé a Kanté para mi cumpleaños. De repente, llegó al restaurante con una caja de bombones en la mano, todo avergonzado. Se disculpó por el regalo y dijo que no sabía qué regalar porque nunca antes lo habían invitado a un cumpleaños”.

N’Golo Diarra Kanté, nombrado así por sus padres en honor a un esclavo que, en el siglo XVIII, se convirtió en rey de Segú, una región de Mali, el país al que debe gran parte de su ADN el volante al que Paul Pogba definió como “el mejor de todos en su posición al tener unos 15 pulmones, de lo contrario, no entiendo cómo se puede correr tanto”.