Graffitis decoran las paredes de distintas sedes del Mundial, algunas con mensajes optimistas, pero la mayoría en señal de protesta a la organización de la Copa de Mundo. El arte no se calla y no puede ser escondido. Además de la fiesta, el color también lo tendrán las manifestaciones. Porque Brasil se ha preparado a lo grande para este gran acontecimiento, una oportunidad única de mostrar su crecimiento en la última década. Imponentes estadios, rutas nuevas, líneas de transporte innovadoras, extensión de los subterráneos, aeropuertos transformados y acoplados para lo que será una visita masiva. Pero todo eso, por más innovador y eficiente que resulte, no puede ocultar la complejidad del conflicto social. Déficit en obra pública, en vivienda y en educación afectan a gran parte de la sociedad, que a pesar del crecimiento, no pueden salir de la pobreza. El poder que otorga una Copa del Mundo es desmedido y deja una brecha que fácilmente puede ser aprovechada por la corrupción. Por más buena intención que se tenga, son muchos los millones, muchas las obras, y muchas las manos por las que pasan los proyectos. Ni hablar de funcionarios como João Havelange o Ricardo Teixeira, ex-Presidente de FIFA y ex-Presidente de CBF, respectivamente, que se alejaron de la organización por casos de desvíos de fondos .

Fuegos artificiales y fuego contra los manifestantes. Camisetas de todos los colores celebrando y colores en todas las paredes protestando.

Todo esto tiene un resultado, porque el pueblo no es tonto y lo puede ver. Está bien disfrutar de la fiesta, lo merecen. Pero también habrá lugar para la protesta, totalmente entendible y lógica. Y así será el paisaje de la Copa del Mundo, contradictorio. El arte es noble y estará de los dos lados. En gran medida las calles estarán decoradas por la fiesta de la Copa del Mundo. Pero no será difícil encontrar los retratos de una cruda realidad. Una realidad contradictoria y conflictiva.