“Tengo que luchar”. Apenas tres palabras sirven para pintar de cuerpo entero a Romelu Lukaku. Apenas una definición basta para graficar su vida entera. Ese es el ADN de Romelu Lukaku, el portentoso delantero belga que trascendió su carrera como jugador. Para él, acaso, el fútbol fue un refugio, un espacio de socialización y superación. Un atajo para trascender y elevarse al sitial que ocupan los mejores de su generación. Esa lucha lo llevó (y lo lleva) a ser un embajador global de aquellos que no tienen voz y sienten en carne propia los embates racistas que resisten, presuntuosos, en pleno siglo XXI como una expresión, claramente, decadente y degradante de la especie humana. Lukaku es algo así como un estandarte contracultural en un espacio cada vez más mercantilizado y controlado como el fútbol. De esos personajes imprescindibles que piden igualdad en un mundo cada día más desigual.

Romelu Menama Lukaku Bolingoli, tal su nombre completo, nació el 13 de mayo de 1993 en Amberes, Bélgica, en el seno de una familia congoleña pobre formada por Adolphine Bolingoli, su madre, y Roger, su padre. El propio Lukaku se definió en más de una oportunidad como una mezcla entre una madre belga y un padre congoleño. Un mix entre lo bueno y lo malo que le tocó en suerte vivir. Tiempo después llegó su hermano Jordan (25 de julio de 1994) para que la familia Lukaku fuera de cuatro integrantes. Jordan, su persona de mayor confianza, juega como lateral izquierdo en Lazio, de Italia. Juntos, desde muy pequeños, acuñaron el sueño de jugar al fútbol para salir adelante. A ellos, los hermanos Lukaku, los une algo más que su pasión por el fútbol. Asimismo, tampoco se puede hablar de los hermanos Lukaku sin prescindir de dos laderos que los acompañaron desde siempre: su primo Boli Bolignoli-Mbombo y Vinnie Frans, su mejor amigo.

Romeleu pasó gran parte de su infancia y adolescencia en un pequeño poblado llamado Wintam, ubicado entre Bruselas y Amberes, a donde Adolphine, su adorada madre, hacía malabares para cuidar y alimentar a sus hijos, mientras su marido invertía de manera pésima los pocos ahorros que había cosechado en sus tiempos de jugador de fútbol (tuvo escasa trascendencia) en el ascenso belga, además de jugar en la selección de Congo (antes Zaire) y antes en el fútbol de Costa de Marfil. “Aún recuerdo ver a mi mamá rellenar la botella de leche con agua para diluirla y que durara más. Eso no lo puedo olvidar, recuerdo el momento exacto y más recuerdo la expresión de su rostro. Ese día (tenía 6 años) entendí que en mi casa no había plata”, contó Lukaku en una entrevista en la que también afirmó pasar sus inviernos sin calefacción y sin electricidad por falta de pago. Mucho menos, agua caliente.

Los números de Lukaku en Bélgica

Pero eso no era todo. También le quedó a flor de piel acompañarla a la panadería que estaba cerca de su casa para pedir fiado. Esas enseñanzas lo marcaron a fuego y sirvieron como impulso para dar el salto. Y claro, lo hizo a fuerza de goles y golpes con los defensores rivales. Durante años usó los botines gastados de su papá y debió aprender a jugar y soportar las burlas de sus compañeros y rivales por su gran estatura y tamaño. “Aprendí a jugar con rabia. Eso me fortaleció”, contó años después. Le decían Rocky o El Tanque, dos apodos con los que, en definitiva, se amigó ya que supo sacarles provecho para imponerse dentro del campo de juego.

Incluso, su físico por encima de la media (mide 1,91 metros y pesa 90 kilos) lo llevó a jugar en categorías mayores hasta su debut en la Primera de Anderlecht, en 2009. Entonces tenía 16 años y 11 días. Ese día empezó a saldar sus cuentas pendientes. Sobre todo, con su mamá, a quien le había prometido sacarla del ostracismo económico con el que los Lukaku debieron crecer. Sus goles y su raid de equipos (Chelsea, West Brom, Everton, Manchester United, Inter y Chelsea) lo catapultaron a la Selección belga, donde se hizo líder junto con Eden Hazard y Kevin De Bruyne, con quien tiene un festejo que busca plasmar la diversidad en “un ambiente precioso”, tal como definió el Príncipe De Bruyne.

Fanático de la NBA, su deporte fetiche, Lukaku apuntó el año pasado contra las redes sociales, una cloaca dividida entre cierto positivismo y el pestilente pus de personas llenas de odio. Por ello, el actual jugador del Chelsea, exhortó a los CEOs de Twitter y Facebook a ponerse los pantalones largos para tratar de poner fin a los abusos que reciben los futbolistas en Internet. En ese sentido, según las últimas estimaciones, en 2021, Facebook eliminó más de 70 millones de mensajes de odio de sus plataformas, entre las que también se encuentra Instagram, y más del 90% de ellos fueron eliminados antes de ser denunciados. En el caso de Twitter, el resultado fue más ambiguo, aunque pretende ser efectivo a través de la denuncia de comentarios a cargo de los propios usuarios. En este caso, la red social del pajarito, al igual que la ideada por Mark Zuckerberg, posee herramientas automáticas capaces de detectar la mayoría de los tuits abusivos que elimina.

“No estoy luchando solo por mí. Estoy luchando por mi hijo, por mis futuros hijos, por mi hermano, por todos los demás jugadores y sus hijos. Lo hago por todos”. Romelu Lukaku, en el nombre del gol.