“Es importantísimo confeccionar el calendario internacional. Y entonces sí tendrá la Selección la prioridad necesaria. Si bien los jugadores podrían integrar los domingos sus equipos, no ocurrirá lo de esta vez. Ni la Copa Libertadores, ni ningún tipo de gira, podrá afectar a la Selección”. Las palabras son de César Luis Menotti en octubre de 1974. Llevaba pocos días como entrenador del conjunto nacional y para su debut no podía contar con varias figuras de Independiente, que jugaba la final para ser campeón de América.

El Flaco, hoy Director General de Selecciones Nacionales, provocó una verdadera revolución cuando tomó al equipo tras el Mundial de Alemania. La búsqueda de priorizar y revalorizar a la celeste y blanca tuvo como premio tangible el título en el 78, pero dejó una estela que trasciende a su gestión: no hay nada más importante en el fútbol nacional que esa camiseta.

Getty

Getty

Desde que ese mantra se hizo carne, se disputaron doce mundiales. Argentina llegó a la final en cinco. Casi la mitad. El único que empata ese logro es Alemania. Brasil e Italia jugaron tres. Francia puede alcanzar la cuarta. La élite del fútbol a nivel selecciones.

No es cierto que a Menotti se le facilitaron las cosas para el Mundial de 1978. Incluso amagó con renunciar en un par de oportunidades porque no se cumplían con las condiciones que había pedido al asumir. Sin embargo, si lo comparamos con lo que pasó después, podemos decir que fue un privilegiado por la cantidad de tiempo que pudo disponer de sus jugadores. Esa copa del mundo en el país fue el retorno a los primeros planos y la primera estrella bordad en el escudo.

Para el 82 se juntó el que muchos sostienen que fue el mejor plantel de todos. La base del campeón del más algunos chicos que habían logrado el título juvenil en 1979. Entre ellos, un tal Diego Maradona. El Diez y Kempes, los dos, hasta ahora, íconos de la gloria. Pero el equipo no se ensambló de la mejor manera, el contexto Guerra de Malvinas impactó y no se pudo repetir el protagonismo.

Getty

Getty

Se fue Menotti y asumió Carlos Salvador Bilardo, con un libreto diferente, pero no tanto. Hay menos diferencias futbolísticas entre ellos que las que marcan los “ismos” o incluso que las que los propios protagonistas proyectan. ¿Una continuidad? La Selección como prioridad. ¿Otra? Los dos llegaron discutidos a la gran cita. ¿Alguna más? Ambos sacaron campeones del mundo a la Argentina.

Tras el festejo del 86 con Diego en modo Barrilete Cósmico, el 90 fue poner los pies en el barro. La derrota con Camerún, el increíble duelo con Brasil, los penales de Goyco y ese equipo diezmado en la revancha finalista contra Alemania que terminó con lágrimas.

Getty

Getty

Coco Basile llegó para clausurar la antinomia y “matar a los padres” Menotti y Bilardo. Su equipo, sin Diego, conquistó dos veces América. Su equipo, sin Diego, no pudo sacar boleto directo a Estados Unidos 94. Su equipo, con Diego, venció a Australia en el repechaje. Tras dos triunfos en el arranque, la Selección Argentina se quedó renga por el doping. El shock y Rumania hicieron el resto. Comenzaba la etapa del post-maradonismo.

No es sencillo llenar un vacío, pero la Era Passarella tenía a una camada de jugadores muy buena. El colectivo para intentar suplir la falta del ídolo máximo. Desfiló en la primera ronda de Francia, superó a Inglaterra recién en los penales a pesar de haberlo hecho en el juego en los 90 minutos y se quedó sin nada frente a Holanda tras el Ortega-gate con Van der Sar, más la calidad de Bergkamp en una definición fenomenal.

Getty

Getty

El Mundial 2002 es una espina clavada. En un contexto muy particular a nivel país, se dio el peor resultado en una edición en este lapso. El equipo había mostrado un andar arrollador en Eliminatorias y el plantel tenía un talento excepcional. Grupo de la muerte, un par de resultados que se combinaron para complejizar las cosas, Anders Svensson y a casa.

El cuerpo técnico del equipo en Qatar está compuesto mayoritariamente por chicos de José. Lionel Scaloni disputó un solo Mundial de mayores y fue el de 2006, con Pékerman como entrenador. Ese equipo, cuyos hilos movía Juan Román Riquelme y ya tenía a Lionel Messi, hizo un muy buen torneo que incluyó una de las mejores actuaciones colectivas: el 6-0 sobre Serbia. En los cuartos de final contra Alemania el combo lesión de Abbondanzieri más algunos cambios fueron parte de los detalles que salen mal y la despedida fue por penales.

 

El Mundial del 10 fue con el 10 en el banco y el 10 en la cancha. Es el título que nos hubiera gustado celebrar. Desde el aspecto futbolístico, una Selección que empezaba a mostrar una generación interesante, a la que le costó mucho clasificarse para Sudáfrica y que tropezó, otra vez, frente a una Alemania que la humilló.

El Rubicón se pudo cruzar, después de cinco ediciones viendo la definición desde afuera, con Sir Alex Sabella. Un equipo que había mostrado una excelente versión en Eliminatorias, que tuvo dificultades en el armado con algunas piezas tocadas físicamente, pero que en el andar encontró el cómo. Fue una pena esa derrota, otra vez la bestia alemana, porque el rival no había hecho más méritos en esa final.

Getty

Getty

Y después, la hecatombe. La debacle total. La muerte de Julio Grondona tiró a la Selección Argentina al fondo del mar de las prioridades a resolver. Tata Martino puso todo su trabajo y seriedad. Tuvo dos finales de Copa América, pero no pudo romper la maldición. Comisión Normalizadora. Patón Bauza. La llegada de Chiqui Tapia. La apuesta por Jorge Sampaoli. Un plantel en un recambio generacional que no terminaba de materializarse. La derrota contra la Francia campeona del mundo fue más decorosa de lo que recordamos de aquellos tiempos.

Así llegamos a la Scaloneta. Un DT que estaba ahí, un torneo perdido en L’Alcudia que algo despertó. La negativa de los entrenadores “consagrados” que no priorizaron a la Selección. La Copa América en Brasil, la despedida de Messi y este Mundial de Qatar son elementos muy fuertes para poner en tensión una verdad de estos tiempos: el hincha del club por encima del de Argentina. Este equipo, que se nutre de aquel mantra del Flaco Menotti, no está destinado a la historia: la está escribiendo.