Son corredores de media distancia de Sudán del Sur. Se radicaron en Kenia. Y fueron parte del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados del Comité Olímpico Internacional (COI). Ahora, luego de competir en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 se sumarán al programa de becas de atletismo que ofrece a los refugiados la oportunidad de establecerse en Canadá en función de su talento deportivo.

Ellos son Rose Nathike Lokonyen, Paulo Amotun Lokoro y James Nyang Chiengjiek, quienes ya participaron como Refugiados en Río 2016. Su destreza atlética resutó un atajo, una salida, un espacio para buscar y buscarse una nueva vida. Mientras estaban en el campamento para refugiados de Kakuma, en Kenia, establecido desde 1992 donde casi 200.000 personas viven en el mayor espacio semejante de África, los tres mostraron sus dotes para correr. Entonces, su talento fue advertido por maestros y entrenadores quienes los recomendaron para ser llevados a un centro de entrenamiento en Ngong, cerca de Nairobi.

Tras su participación en Tokio 2020, se instalarán en Canadá para estudiar en Sheridan College de Oakville, Ontario. De este modo, se convertirán en las primeras personas refugiadas que se trasladan a ese país en el marco de la denominada “vía atlética”. Esta gestión fue ideada a partir de la alianza entre el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Agencia de la ONU para los Refugiados, Sheridan College y World University Service Canada (WUSC). Asimismo, los tres atletas continuarán recibiendo la beca del COI.

De chico, para evitar ser secuestrado y reclutado a la fuerza como soldado, James Nyang Chiengjiek se vio obligado a huir de su casa en Bentiu. Huyó de su país a los 13 años luego de que su padre fuera asesinado por las milicias en la Segunda Guerra Civil Sudanesa. En 2002, al llegar a Kenia, un país vecino, se instaló en Kakuma y asistió a una escuela conocida por tener excelentes corredores. Allí se sumó a un grupo de chicos que se entrenaban para competencias de larga distancia.

Las cualidades atléticas de Chiengjek fueron detectadas por los entrenadores del campamento y, tras varios años en la base especializada en Ngong, logró integrar el primer Equipo Olímpico de Atletas Refugiados del COI, el cual compitió en los Juegos Olímpicos de Río 2016 en los 400 metros llanos.

En Japón, James Nyang Chiengjek participó de los 800 metros y quedó último en su serie clasificatoria. Sus lágrimas colmaron el estadio Olímpico. No le fue nada bien. El atleta nacido en Sudán del Sur venía encabezando el pelotón de corredores pero, al momento de girar en la primera curva, chocó con el español Saúl Ordoñez, se desplomó en la pista y le puso fin a su sueño olímpico. Al margen de su caída, Chiengjiek se levantó y siguió corriendo hasta el llegar a la línea de meta, donde finalmente se arrodilló y rompió en un llanto desconsolado. “La salida de la carrera fue buena, pero alguien me golpeó por detrás. No pude equilibrarme. Esta es la peor decepción de mi vida”, dijo.

Otro de los atletas que surgió en el centro de Kakuma es Paulo Amotun Lokoro, quien solía cuidar el ganado de su familia en Sudán del Sur hasta 2006, cuando, con apenas 14 años, huyó de los efectos de la guerra que padeció durante la mayor parte de su infancia Después de reunirse con su madre en Kakuma, Lokoro se destacó en varios deportes para luego enfocarse en los 1500 metros, disciplina en la que compitió para el Equipo Olímpico de Atletas Refugiados del COI en Río 2016, donde finalizó 11º de 14 corredores en su serie clasificatoria. Luego de su debut olímpico en Brasil, formó parte del Equipo de Atletas Mundiales Refugiados en los Relevos Mundiales de 2017, los Juegos Asiáticos en Pista Cubierta de 2017, el Campeonato Mundial de Media Maratón de 2018, el Campeonato de África de 2018 -donde llegó a la final de los 1.500 metros- y el Campeonato del Mundo de 2019. En Tokio, Lokoro volvió a los 1500 para llegar 13º de 16 corredores en su serie.

Para Lokoro, los refugiados “tenemos la esperanza de preparar y promocionar a la juventud con talento que todavía está ahí [en los campamentos de refugiados]. Queremos darles apoyo, llenarles de ánimo y alimentar su talento. Sus ojos están puestos en nosotros: nos están viendo”.

Y Rose Nathike Lokonyen, la otra atleta refugiada y olímpica huyó de la violencia en Sudán del Sur cuando tenía solo 8 años. Creció con su familia en el campamento de refugiados de Kakuma. Durante una competencia escolar en el campamento, una maestra le sugirió que corriera una carrera de 10 kilómetros. Quedó en segundo lugar. Lo hizo descalza, al igual que muchos de los niños. Algo que repitió una y otra vez. Y cuando se hicieron las pruebas para el Equipo Olímpico de Atletas Refugiados del COI, en la previa de Río 2016, la tuvo como ganadora. Luego se trasladó al Centro de Entrenamiento de la Fundación por la Paz Tegla Loroupe cerca de Nairobi, donde se enfocó en los 800 metros. Fue la abanderada en Río 2016 y, en su competencia, terminó 7º en su serie. Tras los Juegos de Río, fue invitada a participar en una deportiva en Suecia, y en junio de 2018, fue invitada a Ginebra para participar en la Quinta Consulta Formal sobre el Pacto Mundial sobre Refugiados. También participó como delegada en el Foro Social del Consejo de Derechos Humanos en octubre de 2018 en el Palacio de las Naciones, Ginebra, Suiza. Además, representó al Equipo de Atletas Refugiados en los Campeonatos Mundiales de Relevos en Yokohama, Japón, en mayo de 2019, y en los Campeonatos Mundiales de Atletismo en Doha, Qatar, en el mismo año. Ahora, en Tokio 2020 quedó 8º en su serie de 800 metros.

Tres atletas. Tres historias de las miles que podrían generarse en cada uno de los campos donde la vida encuentra apenas una oportunidad de redención.