Bien podría estar en medio de una fiesta. Como la que año a año suele regalar el Abierto de Australia, el primer Grand Slam que abre cada temporada de tenis, que empieza el próximo lunes 18 de enero. ¡Pero no! Novak Djokovic sigue inmerso en un mar de mentiras y de incertidumbre por jugar con sus propias reglas en medio de la pandemia por Covid-19 que no se detiene. Tras varios días donde el Ministerio de Inmigración analizó la declaración de ingreso al país del actual número 1 del mundo, su visa volvió a ser cancelada por segunda vez. La determinación del juez Kelly fue revocada y con ello, ahora, se suma la posibilidad de quedar inhabilitado para ingresar a Australia durante tres años. Todo se sabrá en las próximas horas, cuando Djokovic mantenga la audiencia decisiva ante el juez en un tribunal del estado de Victoria. De acuerdo a las leyes australianas, claras e igualitarias para todos, “a una persona cuya visa haya sido revocada se le puede prohibir por un período de tres años que se le emita incluso una visa temporal”. Si es deportado, tras la audiencia, Nole no podrá volver a Australia hasta 2025. Así lo hizo saber el ministro de Inmigración Alex Hawke, quien informó su resolución a través de una nota en la que ejerció su poder de cancelar el visado al serbio de 34 años. En virtud del artículo de la Ley de Migración aplicado, Djokovic no podría viajar a Australia durante tres años, salvo en circunstancias imperiosas que afecten al interés del país. Esto último le reserva a Hawke la renuncia automática al castigo en cualquier momento. Hawke alegó que el retiro de la visa se da “por motivos de salud y buen orden, sobre la base de que era de interés público hacerlo”.

Todo por su decisión de no vacunarse. Una medida que lo erigió como estandarte del movimiento antivacunas. A los ojos de su padre Srdjan, “su hijo ha estado en cautiverio, pero nunca ha sido más libre. (…) Novak se convertirá en un símbolo y líder del mundo libre, en el líder de los países y pueblos oprimidos”. Todo por seguir sus reglas. Claro, las que él y su entorno quieren y definen. Desde que empezó la pandemia por coronavirus, Djokovic tuvo comportamientos erráticos. Cuanto menos, fallidos y ajenos a pensar en el otro. Por caso, la decisión de organizar a mediados de 2020 un torneo en los Balcanes (Adria Tour) se convirtió en un foco de infecciones de Covid-19, incluidos él y su esposa, Jelena. Algo que completó al poco tiempo, cuando expresó públicamente sus dudas sobre el programa de vacunación del Covid-19, ganándose el apoyo peyorativo de “Novax”.

Algo así como las máximas de Nole, el hombre de Belgrado (22 de mayo de 1987) que forjó su temple con las bombas que caían en la antigua Yugoslavia al tiempo que los Djokovic se arropaban en el subsuelo de un edificio enclenque a esperar que el miedo y el terror les dispensaran una tregua mínima para ver la luz. Creció en ese entorno, en medio de la guerra de Kosovo, en la que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) bombardeaba la capital serbia para expulsar a las fuerzas serbias de Kosovo, a los que acusaba de atrocidades contra los albano-kosovares. Novak aprendió a jugar al tenis antes que a leer y a escribir. Tenía 4 años y ya sabía lo que quería para su destino: jugar al tenis y ser el número 1 del mundo. Así se lo manifestó a Jelena Gencic, que había formado a Monica Seles –N° 1 del mundo, ganadora de 9 Grand Slams– y Goran Ivanisevic –llegó a N° 2 y conquistó Wimbledon– cuando la vio por primera vez en las canchas del Partizan Tennis Club, en Belgrado. El mismo deseo que Seles le había mencionado. Novak, el hombre risueño y divertido que esperó su momento para tomar el bastión que dejaron el español Rafael Nadal y el suizo Roger Federer. El niño que mientras no practicaba en la academia de Gencic, peloteaba, de manera frenética y compulsiva, sobre el piso de cemento de una pileta olímpica vacía que durante el invierno no se utilizaba por los altos costos de climatización. El niño que tras la guerra emigró a Munich, Alemania, para mejorar en la academia dirigida por Niki Pilic, un ex tenista croata que se había destacado en los años 70, y luego a la escuela de Riccardo Piatti, en Torino, hasta que en 2003 se hizo jugador profesional.

Más allá de los contextos, Djokovic tomó una decisión y ello trae consecuencias. Y su detención inicial en el aeropuerto, durante algo más de 8 horas, a cargo del personal de Migraciones del Aeropuerto Internacional Tullamarine debido a un problema con su visado, desató un conflicto diplomático cuando el presidente serbio Aleksandar Vucic acusó a las autoridades australianas de “maltrato” y de ejercer una “caza política”. Quien recogió el guante fue el primer ministro australiano Scott Morrison, que aclaró que Djokovic no aportó evidencia de tener la vacunación completa ni justificación para estar eximido de ella. “Las reglas son las reglas, especialmente cuando se trata de nuestras fronteras. Nadie está por encima de las reglas”, sostuvo.

Djokovic se negó repetidamente a confirmar si se había inoculado contra el coronavirus por considerarlo un acto de reserva personal, lo más probable es que ahora deba esperar en su intento por ser el más ganador de títulos de Grand Slam. El serbio pretendía, y tenía argumentos suficientes claro, para quedarse con su décimo Abierto de Australia y así romper el récord de 20 Grand Slams que por ahora comparte con Federer y Nadal, dos de los mejores del tenis que sí están a favor de las vacunas. Todo, por no vacunarse y, acaso, creerse más importante que nadie excusándose, lábilmente, en un “error humano” de su grupo de colaboradores al llenar su formulario de entrada a Australia.

Un partidario de Djokovic muestra carteles contra la vacunación (Getty)

El caso de Djokovic no fue el único. Detrás suyo, aunque con escaso o nulo rebote mediático, están Aman Dahiya (tenista indio de 17 años), Natalia Vikhlyantseva (tenista rusa de 24 años) y Renata Voracova (tenista checa de 38 años). Dahiya cuenta con una sola dosis. Mientras que Vikhlyantseva está inoculada, pero con Sputnik, vacuna rusa que las autoridades australianas no aceptan. Si bien Voracova no estaba vacunada, cumplía con toda la reglamentación requerida, siguió todos los protocolos, le facilitaron la entrada, compitió en un torneo y, luego, su visado fue cancelado.

Las horas cuentan y pasan para el serbio, mientras espera que se defina su situación en un país con reglas de inmigración inflexibles. Así, Nole podría sumarse a la periodista británica de extrema derecha Katie Hopkins que fue expulsada de Australia el año pasado tras infringir las normas de cuarentena. O, más atrás en el tiempo, al rapero estadounidense Snoop Dogg, a quien le denegaron la entrada al país en 2007 por sus antecedentes penales. Australia, más allá de las posturas, un país con reglas para todos y todas. Incluso, para Djokovic, el mejor jugador de tenis de la actualidad.