Todo el mundo del fútbol hizo fuerza por él. Todos querían verlo jugar una vez más. Su sueño era seguir jugando, tenía por delante sueños por cumplir. Fueron 697 días que duró la suspensión que casi termina con su carrera. #DejenjugaralTanque fue el hashtag que acompañó a Santiago Silva durante su lucha por volver a jugar tras un dóping positivo detectado tras realizarse un tratamiento de fertilidad.
“Yo me voy a retirar cuando tenga ganas, no cuando me lo digan”, había decidido a los 39 años, cuando ya se había convertido en jugador de Argentinos Juniors y gracias a la medida cautelar todavía podía calzarse los botines. Pero tuvo que dejar las canchas para recorrer juzgados, cámaras y demás sitios legales para buscar su libertad, que le permitieran volver a hacer lo que más ama en el mundo: jugar a la pelota.
Cuánto habrá de amor por el futbol que fueron más de dos decenas de clubes en su carrera, en algunos casos con dos etapas distintas. Y en todos, claro, dejando buenas sensaciones, dejando su marca, su sello, sus gritos de gol a boca abierta, su ímpetu para pelear por cada pelota. Es de esos delanteros que podría regresar (de hecho lo hizo) a cualquier institución y seguramente tendrá las puertas abiertas. Todos le podrán recordar goles a favor… y algunos en contra.
Dos veces goleador del campeonato argentino, una vez con Banfield y la otra con Vélez, uno de los uruguayos más goleadores del fútbol vernáculo. De hecho, logró superar a una leyenda como Enzo Francescoli, logrando un total de 139 goles en el país, allá por el 2018, cuando vestía la camiseta de Talleres de Córdoba.
Tiene, además, otra particularidad: supo celebrar títulos con dos equipos acérrimos rivales: celebró el título de Primera con el Taladro y la Copa Sudamericana con Lanús, algunos años después. En total, en Argentina, logró dar cuatro vueltas olímpicas.
De Europa a la Argentina
A sus 21 años, Silva ya había debutado en la Primera de Uruguay (en 1998 había comenzado en Centro Español pero en la segunda charrúa), había vestido tres camisetas en su país natal y ya había pisado a Europa. Llegó desde Defensor a Chievo Verona, donde no llegó a jugar ni un minuto y por eso su próximo destino fue Brasil, para llegar al Corinthians, que tenía al ex seleccionador nacional Carlos Alberto Parreira como entrenador.
“Debe ser un récord histórico: hice mucho banco y no entré ni una sola vez. Yo era muy joven, para mí era todo nuevo, el Chievo recién había ascendido y fue la revelación en ese primer semestre: le ganó al Milan, empató con el Inter. Hasta el día de hoy no puedo entender cómo no entré ni un minuto. Si hubiera tenido un par de oportunidades… Pero no se dio”, contó para El Gráfico.
Parreira no se mostró feliz por la contratación, ya que los dirigentes se habían guiado por un video del delantero. Apenas jugó cinco partidos en 2002 y se fue sin convertir goles, aunque sí fue campeón: ganó la Copa Río – San Pablo. “Fuimos campeones y de ahí me volví a Uruguay, para jugar en Nacional“, dijo.
Le tocó ponerse la camiseta del club del que era hincha de pibe, cuando soñaba con jugar en Primera y en la Selección, en la que debutó para ser parte de las juveniles sub 15 y sub 17. Sin embargo, no le fue bien y ese fanatismo se fue esfumando. “No la pasé bien y aunque no le tomé rabia, no sentí para nada al hincha que llevaba adentro. Desde ahí no le di más pelota a Nacional y fui profesional, me tocó hacerle un gol y no sentí nada”.
La suma de kilómetros no se iba a detener allí. Porque después de abandonar al Bolso, donde otra vez fue al banco y jugó poco, pasó de nuevo a River para otra vez subirse a un avión, esta vez para jugar en Alemania. Primero recaló en el Energie Cottbus, de la segunda germana, y luego, en Portugal, pasó por el Beira-Mar, de la Primera lusa. Metió un par de goles, jugó algo más, sumó experiencia.
Su primera llegada a la Argentina, como jugador profesional ya que había estado de visita con su familia, fue en Newell’s. Y aunque jugó una docena de partidos y metió 4 goles, quizá el más recordado en Rosario fue uno que no pudo hacer: en el clásico de la ciudad, con Central ganando 1-0 por la Sudamericana 2005 (el día del “Pirulazo”), Juan Marcelo Ojeda le sacó un tacazo de gol que era el empate -y la clasificación- en el último segundo.
Se fue libre para regresar a Centro Español, pero tuvo revancha regresando al país donde comenzaría a brillar. “A los 21 años me fui a Chievo. Fue una experiencia excelente. Estar en el primer mundo, eso rescato. Se acabó rápido y empecé a recorrer por todos lados: Portugal, Alemania. Ahí sí empecé a jugar y me hice fuerte. Después vine para Argentina. Por esa experiencia llegué a ser un jugador importante acá”.
Un Tanque en casa
Su gira por la Argentina, más allá un paso por Europa y otro por Chile en el medio, tuvo tres etapas y nueve equipos diferentes. Repitió en Gimnasia (el que abrió la cuenta), Vélez y Banfield; pasó por Boca, Lanús, Arsenal, Talleres, Argentinos y Aldosivi.
El Tanque, apodo que le puso de juvenil un periodista por ser grandote y potente, tuvo dos pasos por el Lobo platense con 11 años de diferencia entre el primero y el segundo y el mismo entrenador a cargo (y que lo pidió): Pedro Troglio. Convirtió 16 goles en 35 partidos, pero se fue del club en una temporada difícil. Por la goleada 7-0 de Estudiantes y por aquel partido escandaloso ante Boca.
El presidente de aquel entonces, Juan José Muñoz, fue a increpar al árbitro Daniel Giménez al vestuario junto con algunos “hinchas caracterizados” y el partido se suspendió. Recién volvió a jugarse casi dos meses después, cuando el Xeneize peleaba el torneo con Estudiantes. Y apareció en escena la barra brava para apretar y amenazar al plantel del Lobo para que dejara ganar a Boca. Eso fue lo que pasó: pese a ir ganando 1-0 antes de la suspensión, perdieron 4-1.
“Nos vimos obligados a ir para atrás porque Estudiantes era el que le peleaba a Boca. Fue un momento muy feo y estábamos totalmente desprotegidos porque los barras cayeron de repente, nosotros no sabíamos nada pero nos dimos cuenta que estaba todo estipulado. Fue tremendo”, contó el Tanque más de una década después.
Por eso su destino giró hasta Liniers para sumarse a Vélez, el primer club en el que pudo quedarse más de una temporada. Fue a pedido de Ricardo La Volpe y aquella confianza dio sus frutos: fue el goleador del equipo en el Clausura 2008 aunque al Bigotón no le fue tan bien (se fue antes de terminar el Apertura). Con Hugo Tocalli la cosa mejoró un poco pero no le alcanzó para quedarse un año más y se fue a Banfield, donde encontraría la felicidad por primera vez.
El primer título
Vélez lo cedió a préstamo y en aquel Banfield de Julio César Falcioni volvió a sonreir. Un 13 de diciembre del 2009 el Taladro obtendría el primer título en el profesionalismo, sumando 41 puntos, dos más que Newell’s. El Tanque fue el goleador del campeonato, con 14 gritos en total, fundamentales para la consagración.
“No nos terminábamos de dar cuenta. Lo de la gente fue increíble. Cuando entramos al club, al volver de la cancha de Boca, había ancianos de 80 años que nos agradecían. En ese momento como estaba tan eufórico quizás no me daba cuenta. Estaba todo el barrio afuera, por ahí un vecino que no era hincha salía a saludarte igual porque era un hecho histórico, la primera vez en 113 años que celebraba eso”.
Con la confianza por las nubes, el delantero grandote y con cara de malo comenzó a mostrar otra faceta: la de los festejos raros. Con Seba Papelito Fernández armaron una dupla que sorprendía con cada grito de gol, algo que él continuó haciendo en otros clubes. Subirse al cartel, haciendo Sumo, manejando el carrito de los lesionados, atender el teléfono-botín, tirarse de plancha al banderín del córner, el tackle, taparse con un cartel, y hasta “robarle” la cámara a uno de los fotógrafos (en Boca, nada menos que en un Superclásico).
“Es peligroso, claro. En el clásico con Lanús, nos tiramos juntos en el aire y Seba me pegó un rodillazo en la oreja que me dejó dos días un zumbido insoportable. Lo que pasa es que venís eufórico del gol y no medís nada”, explicó.
Sus locuras y sobre todos sus goles lograron que Vélez lo quisiera de nuevo y, además, porque no pudo llegar a un acuerdo con Banfield. Había tenido su pico de rendimiento y ahora estaba listo para demostrar que estaba para más. Y lo hizo: en el Apertura 2010 fue goleador del torneo junto con Denis Stracqualursi y fue subcampeón. Sin embargo, el gol más importante fue el que no pudo hacer: en la semifinal de la Libertadores 2011 ante Peñarol, a los 76 minutos tuvo un penal para que el Fortín alcanzara su segunda final en la historia…
“Me dolió muchísimo, más que a nadie. Pero yo me hago cargo de la situación”, respondió ante la pregunta si volvería a patear aquel penal. Además de asegurar que, por cómo estaba el equipo, hubiesen ganado la Copa.
Tuvo revancha en el Clausura 2011: su gol con Huracán le dio el título al equipo de Ricardo Gareca. Un equipo de lujo, súperofensivo, con buen pie y mucho gol. Barovero, Cubero, Seba Domínguez, Papa, Augusto Fernández, Canteros, Maxi Moralez, David Ramírez y el Burrito Martínez, entre otros nombres, acompañaron a Silva en esa gesta.
Sin embargo, la despedida fue abrupta. “El Club Atlético Vélez Sarsfield comunica a los socios e hinchas que ha llegado un fax de la entidad italiana Associazione Calcio Firenze Fiorentina informando que hace uso de la cláusula de rescisión del jugador Santiago Silva“. La Fiore, el equipo de su referente Gabriel Batistuta, estaba dispuesto a desembolsar los 2.5 millones de euros para llevarse al Tanque por tercera vez al Viejo Continente.
Ante semejante tentación y pese a que Vélez le ofrecía un contrato por tres años, armó las valijas y se fue. Tenía 31 años, era -quizás- una última chance de triunfar en Europa. Duró poco, es cierto, pero al menos se sacó las ganas de convertir un gol en el fútbol italiano, algo que en el Chievo Verona no había podido hacer.
Un regreso complicado
La vuelta fue demasiado rápido y por eso los clubes que lo buscaban se encontraban con una traba: como ya había jugado en la temporada con la camiseta de la V azulada, no podía hacerlo para otro equipo de Argentina. Pero claro, en Boca estaba nada menos que el Emperador, Falcioni, su DT en Banfield, entonces hizo fuerza al menos para traerlo para la Libertadores, tras el permiso de la FIFA (que luego lo habilitó para el torneo local también). Y se dio.
“De muy chico una vez crucé la frontera para la Argentina, habíamos ido a las termas con la familia. Cruzamos a comprar algunas cosas y como me gustaba el fútbol, me compré unos posters de River y de Boca y los pegué en mi cuarto. En su momento me tiraba más River porque estaban Enzo y Cedrés, pero me gusta más Boca, se identifica más con mi estilo”, contó.
Otro sueño cumplido, jugar en un grande de Argentina. Y hacer goles. Bueno, romper la racha le costó 727 minutos en total: fue ante Estudiantes de La Plata, el primero de los 20 que hizo en 61 partidos (contando los torneos oficiales y amistosos). Aunque no pudo permanecer más que un año y medio en el club, algunos de sus goles serán recordados por mucho tiempo.
Una pirueta ante Colón, un gol a River (de penal, para empardar 2-2 luego de ir perdiendo 2 a 0), otro más en un Súperclasico pero para igualar 1-1, uno ante Fluminense en la vuelta de los cuartos de final de la Libertadores 2012, cuando ya estaban en tiempo de descuento y el pase directo a las semifinales. Después caerían en la final con Corinthians. Al menos tendría revancha quedándose con la Copa Argentina de esa misma temporada.
“Estuve un año y medio y tenía un año y medio más, pero por pensar diferente a Román (Riquelme) no pude seguir“, contó en reiteradas oportunidades. “Habíamos perdido la final de la Libertadores (2012) y todo el mundo estaba susceptible con lo que pasaba en Boca. Al ser un equipo enorme como Boca teníamos que ganar la final y no pudimos. Fueron momentos complicados en ese aspecto. Pero yo valoro mi paso y estoy contento”.
Sin embargo, sus diferencias con Riquelme quedaron ahí. “Después no pasó absolutamente nada. Fue eso, nada más. Podrán decir que yo era jugador de Falcioni, o algo… Yo lo que hice fue ponerme la camiseta de Boca y dejar el alma con esa camiseta. Fue lo que disfruté”.
Con la llegada de Carlos Bianchi, el ciclo del Tanque en Boca se cerró. Lo curioso fue que tras rescindir el club que lo fue a buscar fue Lanús, pese a su identificación con Banfield. Y en aquel primer torneo logró su tercer título con un equipo argentino: esta vez uno internacional, la Copa Sudamericana 2013. Tres goles aportó para el Granate, que definió en su casa ante Ponte Petra (el 2-0 de Blanco llegó tras un cabezazo de Silva) y dio la vuelta.
Apenas días más tarde, la gesta no pudo completarse: Lanús perdió con Estudiantes en un partido que había sido suspendido y que se completó en La Plata. Sin poder dar vuelta el 0-2, se quedó en la puerta de celebrar el Torneo Final de ese año, que fue para Newell’s.
La despedida del club se dio al año siguiente, tras un conflicto con el cuerpo técnico encabezado por Guillermo Barros Schelotto y su hermano Gustavo. Reemplazado pese a los goles, cuestionó las razones y no se presentó a concentrar, logrando luego rescindir su contrato con el club. “Mi convencimiento es que no salí del equipo titular por rendimiento, sino por intercambiar palabras con el ayudante”, dijo en aquel entonces.
Girar y girar por el fútbol
Las puertas no se cerraron para Silva. Quizá porque de chico se dedicó a trabajar en el negocio familiar: una cerrajería cerca del Cerrito de la Victoria, en Montevideo. Había aprendido el oficio por lo que salía en su moto “y arrancaba casa por casa, para abrir puertas, desde las ocho de la mañana hasta el mediodía y después entrenaba a la tarde. O viceversa”, relató.
Por eso después llegaron sus pasos por Arsenal de Sarandí, un segundo paso por Banfield y tras un paso por la Universidad Católica de Chile, regresó al país para seguir coleccionando camisetas: Talleres de Córdoba, otra vez Gimnasia (esta vez llegando a la final de la Copa Argentina pero perdiendo la final con Rosario Central) y Argentinos Juniors, donde logró finalizar en el cuarto puesto.
Ya con 39 años, el Tanque seguía con ganas de patear la pelota. Un contrato por “objetivos” con el Bicho le renovaba la esperanza de seguir gritando goles. Sin embargo, llegó el parate obligado. El 2 de agosto de 2019, mientras concentraba con el plantel del club de La Paternal para jugar ante Aldosivi en Mar del Plata le llegó un telegrama. “Cuando me avisó no lo podía creer. Se me vino el mundo abajo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue el tratamiento”.
En enero de ese año había comenzado un tratamiento para regular sus niveles de hormonas y de esta manera poder ser padre otra vez. Pasó por un control antidoping jugando aún para el Lobo platense y cuatro meses después aquel positivo le quitaba la posibilidad de seguir jugando al fútbol.
El, reconoce, no lo había hablado con el médico del plantel aunque el tratamiento sí tenía seguimiento con profesionales. Se reunió con las autoridades de la Comisión Nacional Antidopaje y pese a la buena respuesta, todavía no podía saltar a la cancha. Fue a la Justicia, en el Juzgado Contencioso Administrativo Federal número 3 logró que dejaran en suspenso el castigo y pudo volver, ya regulada su testosterona.
Un año después, a punto de debutar con el Bicho, la AFA anunciaba a través de un Boletín que la cautelar había finalizado y debía hacerse efectiva la sanción. Asumió su responsabilidad, mostró las pruebas pero no pudo ser. Quedó suspendida su carrera desde aquel 31 de octubre del 2020, en plena pandemia.
Casi un año después, mientras él seguía entrenándose y esquivando los rumores, fue habilitado para volver al fútbol. Y lo hizo, claro, en otro club: este caso, en Aldosivi de Mar del Plata, con Martín Palermo como entrenador. Tres meses más tarde, ya estaba gritando goles otra vez. El primero, a Patronato y como local, lo hizo estallar en lágrimas. Nada menos que a los 41 años.
De paseo por Europa
Alguna vez se preguntó que hubiese pasado de haber sido defensor, puesto en el que jugaba en el baby. Por su altura, por su ímpetu, lo mandaron a jugar adelante. Los goles confirmaron que ese era su lugar. Al menos en la cancha: porque fuera de la cancha pasó por muchos.
Si algo le faltaba era dar una vuelta olímpica en Europa y lo hizo: en el ascenso de España, en la paradisíaca Marbella, más precisamente en Málaga, se fue a jugar a El Palo FC. A metros del Mar Mediterráneo y pese a que no le gustó demasiado tener que jugar en césped sintético, fue campeón para subir a la Segunda RFEF, lo que sería la cuarta categoría del fútbol español. Dos goles en 14 partidos para darse el gustazo de sumar un título más.
Dice que le faltó suerte para tener continuidad en algunos clubes, pero pese a todo logró ser campeón local e internacional, se hizo un nombre, un apodo asociado al gol, jugó en Europa y aunque le faltó una chance en la selección de su país, su gran cuenta pendiente, nadie podrá olvidarse del Tanque.