“Tenés tres opciones: Podés trabajar conmigo. Podés terminar la escuela. O podés probar otro año más con el fútbol”. Las palabras de Miguel Di María rebotaron como flipper frenético en la cabeza de Angelito, un pibe de 15 años. Mudo, casi petrificado, Ángel Di María apenas atinó a mirar a Diana, su mamá, que entendió todo (como siempre) y respondió: “Un año más en el fútbol”. Diez meses después, Ángel Di María saltaba a la cancha en el Gigante de Arroyito, el colosal estadio de Rosario Central, arropado con los colores que dice llevar en la sangre.
La vida de Ángel Di María (14 de febrero de 1988) bien podría ser el ejemplo de un guión cinematográfico perfecto. Pasó de la escuelita de fútbol El Torito a brillar en varios de los mejores clubes del mundo (Benfica, Real Madrid, Manchester United, PSG y Juventus), incluida la Selección de su país. La Argentina, su país increíblemente, el lugar donde más le costó lograr el afecto de sus hinchas. Un público, justamente, cargado del más peligroso exitismo y, mediado por las redes sociales (el lado negativo, por supuesto). Un público, complejo y afín a mostrar sus garras y fauces cuando las cosas “no salen del todo bien”. Un público, también, ganador de todo sin haber ganado nada, por supuesto.
En ese contexto, Di María fue rey lejos de su tierra y casi un excluido en su propia geografía. Años de memes y risas al por mayor, de críticas despiadas de señores vestidos de panelistas y de opinólogos con micrófono, Fideo supo reinventarse una y otra vez hasta ser hoy uno de los jugadores fundamentales de la Selección argentina que debutará ante Arabia Saudita en Qatar 2022.
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Sostén familiar:
De chico, su familia lo cobijó como al hijo pródigo. Su mamá, Diana, le marcó el camino mientras Miguel, su papá, intentaba lo que, años después, su hijo pudo cristalizar: ser un jugador profesional de fútbol. Imparable e impredecible, a partir de esa zurda precoz, Di María conquistó su primera liga infantil a los 6 años en El Torito.
Ese hecho, a priori minúsculo, fue el trampolín hacia Rosario Central, el club que, a cambio de 40 pelotas como parte de pago, gestionó sus inicios hasta debutar en la Primera (en 2005) de la mano del gran Ángel Tulio Zof, el artífice de una época dorada para los Canallas rosarinos con una exquisita generación de jugadores salidos del club, Di María entre ellos. Sin embargo, lo de Di María siempre fue una historia de superación.
Gritalo, girtalo, girtalo; Fideo Di María y el gol que valió una Copa América (Getty)
Hasta la sexta división jugó poco y nada como titular. Incluso, los escasos minutos que entraba eran la Liga Rosarina y no en los torneos de AFA porque para los entrenadores, sumado al trabajo sigiloso de los representantes de los demás jugadores, no había lugar para Fideo. Se sabe, en inferiores, sin un agente, suele (¿solía?) ser complejo tener oportunidades en un mundo voraz como el fútbol formativo.
El Torito, el club en el que convirtió más de 60 goles, se encontraba a pocas cuadras de la casa familiar en Perdriel y Avalos, pleno barrio Alberdi Oeste, lindante a La Esperanza, en la zona norte de Rosario. Y ese lugar fue el mejor remedio para un cuadro del que, por entonces no se sabía ni decía mucho: trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Con ese diagnóstico, el fútbol a toda hora fue el mejor refugio para Angelito, un pibe menudito jovencito que iba de un lado al otro para despuntar el vicio de patear una pelota, al tiempo que imaginaba cómo apilaba jugadores como si fuera un barrilete cósmico.
Salvo, claro, cuando ayudaba a su papá en la carbonería que se llamaba como su papá (Miguel) embolsando o cargando bolsas que pesaban de 4 hasta 10 kilos. Él, corajudo como pocos, prefería jugar al fútbol pero entendía que la economía familiar no estaba para lujos. Apenas alcanzaba para comer y Angelito, junto con sus hermanas Vanesa y Evelyn, se arremangaban para “laburar” en el tiempo libre, fuera del horario del colegio.
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El salto de Di María, el gran salto, lo dio con Carlos Ischia. En apenas 14 fechas como entrenador, Di María lo cautivó. Si bien Zof lo apuntaló y lo hizo debutar en Primera, luego, ni Leonardo Astrada ni Néstor Gorosito se animaron a darle vuelo a un desgarbado jugador que pedía su lugar a fuerza de “romperla” en Reserva.
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El cambio radical, pasar de jugar poco a jugar casi siempre, lo consiguió en las selecciones juveniles. De la mano de Hugo Tocalli, mano derecha de José Pekerman, en 2007, jugó el Sudamericano Sub 20 de Paraguay y luego fue una de las figuras argentinas que ganaron el Mundial Sub 20, en Canadá. Un año después, Fideo se quedó con la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, con gol suyo en la final ante Nigeria. Luego de Tocalli, Sergio Batista le mantuvo la continuidad hasta que Alfio Basile lo llevó a la Selección mayor, donde se consolidó con Diego Maradona y Alejandro Sabella. Siguió con Jorge Sampaoli y terminó por convencer a Lionel Scaloni que debía ser parte del equipo. Tanto que su gol fue la llave a la Copa América de Brasil 2021. Un gol que rompió el maleficio de casi 28 años sin títulos para la Selección argetina.
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Tanto trajinó y luchó Di María que, recién en 2021, logró su primer título con la Selección mayor. El mismo que logró con su amigo, el Enano, Lio Messi. El mismo que agradeció, a pesar de tanta crítica despiadada. “No es fácil mantenerse tantos años en la selección argentina con la cantidad y calidad de jugadores que hay en nuestro país. Recibí muchas críticas, pero llevo 124 partidos en la selección, creo que eso no lo logra cualquiera -le contó Di María al periodista Cristian Grosso, en una entrevista en La Nación. Yo lo disfruto como la primera vez. Poder convencer a cada técnico de que yo debía estar en la selección no ha sido sencillo. Entré al predio de la AFA con 15 años, mi primer técnico fue Hugo Tocali, y llevar tanto tiempo nos provoca muchísima felicidad, a mí y mi familia, que es la que me ha sostenido. ¿Revancha? No, no lo tomo como una revancha. Sí, como un nuevo desafío, y el último en un Mundial con mi país”.
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Este es Ángel Di María, el fervoroso creyente de la Virgen de San Nicolás, ahí, cerquita de Rosario, el lugar en el que empezó a doblegar el destino y forjar el presente que siempre imaginó. El mismo pibe que hombreaba bolsas, al tiempo que pateaba una pelota con la misma convicción. Una que recibió carradas de críticas antes de la idolatría actual. “Sé que muchos que me bancaron hasta en los malos momentos -en la misma nota con La Nación- y, hoy, también les agradezco a los que me putearon porque me hicieron seguir luchando por lograr mi objetivo, ese que llevaba adentro, y era ganar algo con la Selección”.