El furor puma estaba a flor de piel. La afición del equipo universitario vivía en éxtasis total y no había forma de irrumpir en su regocijo. Su vida se centraba en festejar el campeonato obtenido y en presumir que se lo habían ganado al América, el rival odiado del que se cobraron cuentas pendientes por dos finales perdidas con anterioridad. Todo era felicidad enmarcada con un “Goya” prolongado hasta que llegó la semana previa al inicio de la temporada 1991-92.
Las dudas comenzaron a expresarse al igual que los votos de confianza hacia su nuevo entrenador, Ricardo Ferretti, uno de sus símbolos e ídolos en la cancha pero novato en cuestiones de dirección técnica. Para algunos era arriesgado darle esa oportunidad a Tuca, para otros era una decisión acertada por tratarse de un hombre identificado con la institución y sabía cómo debía conducirse al equipo.
Iniciaron también las polémicas en charlas de bares y cafeterías. ¿Era Ferretti el indicado para darle a Pumas otro título? Fue el cuestionamiento que dio pauta a largas sesiones de conversaciones cheleras. Al mismo tiempo, otros universitarios no tan futboleros estaban más enfocados en su indignación con la Academia de Hollywood por haberle dado el Oscar de mejor película a Danza con lobos, de Kevin Costner, y no a Buenos muchachos, de Martin Scorsese.
Los estudiantes de nuevo ingreso del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) debatieron mucho sobre ello porque la película de Scorsese les revolucionó la forma de ver el cine, además de influenciar su apreciación para contar historias, ya fuera como guionistas, directores o cinefotógrafos.
Así, el relevo en el banquillo de Pumas con el debutante Ricardo Ferretti y la inexplicable injusticia de no premiar a Martin Scorsese por Buenos muchachos fueron dos temas de ocio en ese momento. Durante varias semanas de 1991 se convirtieron en ejes de pláticas prolongadas para pasar el tiempo o disfrutar la convivencia.
Imposible imaginar en ese entonces que seis años después Tuca y el cineasta volverían a ser protagonistas de controversias dialogadas: el entrenador por conseguir su primer campeonato de liga como timonel de Chivas (algo que le dolió a un sector de la afición puma) y el realizador por ganar el Oscar con Los infiltrados, una película menor dentro de su filmografía.
Mejor aún, a 30 años del debut de Ferretti y del incomprensible desprecio de la Academia de Hollywood a Scorsese y Buenos muchachos, ambos personajes continúan como nombres habituales de conversaciones sobre lo más importante de lo menos importante. Al técnico se le reprocha su estilo defensivo y se le reconoce por los resultados obtenidos. En tanto, el cineasta recibe críticas de nuevas generaciones por su rechazo al cine de superhéroes, sin embargo se mantiene en el pedestal del séptimo arte por su talento para contar historias.
Desde 1991, año en que inició su trayectoria como técnico, el bigotón más pintoresco del futbol mexicano no ha dejado de trabajar y su nombre es pronunciado por algunos seguidores de Pumas que lo quieren de regreso en Ciudad Universitaria. Scorsese tampoco ha parado de laborar detrás de cámaras. Parece que 30 años no son nada, al menos no para ellos, quienes están lejos de querer jubilarse. Y seguirá hablándose de ambos.