De pasar su mayor vergüenza deportiva a llegar a la cima de América en tan solo 1501 días. La gloria tiene otro sabor cuando se han probado las mieles más amargas.
Más lo sufrió, más lo goza. Lo que ayer fue fuego y destrucción, hoy es una explosión de alegría y pirotecnia Es imposible disociar las experiencias, hay que comenzar el análisis desde el 26 de junio de 2011 para dar real dimensión de lo que hoy se vive.
Años viendo a Boca ganar acá, allá y en todos lados. Ganándole a los brasileños, al Real Madrid y especialmente a River. Años viendo como el imperio más grande a nivel local también se resquebrajaba. Los bárbaros rompían fronteras. Los cobardes se fugaban con el tesoro, hasta dejar la fortaleza desnuda. Sin patrimonio, sin dignidad y hasta sin categoría.
Era impensado, era imposible. La reciente década del 90 había dejado una imagen de imbatibilidad que parecía irrefutable. Mirar a River era ver cuántos goles le iba a hacer al rival. Pero de a poco se fue rompiendo esa magia, y las falencias comenzaron a proliferar.
El enemigo más poderoso es el interno. Y ese imperio que era River, se fue carcomiendo desde adentro. Agentes del enemigo infiltrados, pero también ineptos, destruyeron el club, y lo deportivo se fue contagiando. Se volvió tan irreconocible que parecía no ser River. Pero lo era.
Si, eso que ven arriba es River. Es parte de la historia y no puede esconderse. Una lucha interna que perdió y de la que llevó tiempo reponerse.
Pero aún fue grande. Y con un ascenso maratónico volvió a la cima. Pero no volvió a ser River. Siempre lo fue. Ese proceso histórico es parte de su ADN, y hoy lo convirtió en arma letal.
Las experiencias en el profundo ascenso, en el transcurrir por el mundo con esa vivencia (mancha, para algunos), es lo que hoy lo hace más fuerte. Imbatible. A punto tal que se ha devorado a su rival de siempre, el que aún en los mejores momentos era un piedra en el zapato.
Y también lo hace más emocional. Sus hinchas lloran, se abrazan. Lo sienten más de lo que nunca han sentido en su vida. Y explotan de alegría, de fiesta.
Un gigante hambriento que se deglutió a sus fantasmas y luego se sacó la sed a pura Copa.
Números que asustan. Y no es para menos. Cómo parar la voracidad de éste monstruo. No pudo Boca, no pudieron los brasileños, no pudo Gignac. River limpió sus enemigos internos y juntó fuerzas en lo profundo del averno. Juntó bronca. Furia y odio. Los vio a todos burlándose, aguantó. Aprendió a aguantar, a sufrir. Y toda esa bronca hoy la potenció y la hizo jugar al fútbol mejor que nadie.
Tiemblen. Porque River no volvió a ser River. Se acordó que siempre lo fue.
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