Parecía un día más del montón de un año 2020 que se atrevió a quitarnos un sinfín de momentos que podrían haber sido y jamás lo serán. “Atención, última noticia”, irrumpe la tele de mi habitación, que se encontraba con poco volumen. “Se descompensó Maradona”, continuó el corresponsal en diálogo con sus colegas. Subo varios puntos de volumen y giro mi cabeza para ver con mayor detalle lo que estaba sucediendo, pensando a su vez que no era más que una de las tantas veces que vendieron pescado podrido con su salud. “Hay varias ambulancias y están en el lugar donde vive…”, susurré, manteniéndome firme junto a la idea que a partir de allí, tal vez, y solo tal vez, apenas era un pequeño susto.

Pasan los minutos. La inmediatez y la vorágine de noticias empiezan a avasallar y colapsar las redes sociales. “Nah, mirá si se va a ser para tanto. Diego, siempre que estuvo más o menos, terminó saliendo adelante”, indiqué en voz alta en la soledad en mi cuarto, tratando de convencerme a mí mismo y utilizando como referencia la operación a la que se había sometido hace unos pocos días.

Parece que pasó una eternidad, pero literalmente fueron unos pocos minutos. Miro mi WhatsApp mientras espero novedades. “Che, Clarín tiró que se murió”, leí. Siento un inesperado baldazo de agua fría. Posiciono mi vista sobre el teclado para actualizar la noticia que había escrito en cuestión de segundos. No podía, mis dedos literalmente no respondían. No entendía. Simplemente no comprendía lo que sucedía. Sencillamente no le encontraba una explicación lógica y razonable.

“¿Qué me pasa?”, cuestiono mientras miro mi monitor y una lluvia de mensajes de compañeros y conocidos se hace presente sin cesar. “Yo tampoco me siento tan identificando con lo que hizo… no lo vi jugar y mi familia casi nunca me habló de él. Lo vi a la distancia en un par de partidos de Eliminatorias cuando dirigía Argentina y listo. ¿Cómo puede ser?”, pienso, tratando de razonar y aún sin lograr comprender. Los segundos pasaron, el frío de ese baldazo imaginario se fue y me llegó ese momento que supongo que a unos les tocó afrontar antes y a otros lamentablemente no les sucederá jamás. Una parte de mí entendió, pero no lo podía explicar –algo que probablemente nunca logre-.

Tenía mis dudas sobre si lo que había entendido era tan cierto como creía. Mientras tanto, el reloj corría y la noticia ya era prácticamente un hecho. “En verdad, ¿es para tanto?, lanzó una parte de mí a la que aún no le cerraba ese “no se qué” que generabas, eso que justamente mi otra porción había logrado desbloquear pero no explicar. Terminé convenciéndome con lo que pasó después… las despedidas que más duelen, porque son para siempre. Ahora que me cierra todo, tome nota a ver si entiende, porque va para rato y le tengo que intentar explicar para que comparta esto que siento: Pelé, que supo competir siempre contra Diego para ser el mejor de la historia y dejó en claro que espera poder jugar un picado con él en el cielo; Brasil, uno de los tantos rivales históricos de Argentina; la mismísima Selección de Inglaterra, que lo sufrió en carne propia con dos de los goles más lindos de la historia y tuvo que aceptar que un pequeño atorrante los haya sacado de un Mundial; un tal Lionel Messi, su sucesor al que siempre lo compararon con él hasta el hartazgo; un supuesto Cristiano Ronaldo, que pelea con ese pibe que mencioné antes por hacerse un lugar entre los mejores; Ronaldinho, la magia y alegría recreada en jugador que se había transformado en tristeza al tener que despedir a su ídolo; Boca, el club de sus amores donde siempre fue feliz y donde su palco ya dejará de ser mirado de la misma manera por sus hinchas; River, otro club al que le tocó sufrirlo y con quien Diego jugó su último partido como profesional… La lista sigue, pero me parece que me explico. ¿Todavía no? Es que es el Diego, y a veces cuesta entenderlo (más aún explicarlo). No pasa nada, ya le tocará a más gente hacer ese click –o eso espero- que a mí me llevó un sinfín de años.

Las horas corrieron, y mientras ya entendía de forma definitiva que no había vuelta atrás me tocó entablar diálogo con unos amigos, no tan futboleros ellos, que me cuestionaban el fanatismo “desmedido” que se manifestaba en todos lados por este tal Maradona. Menciono un par de los ejemplos que exterioricé arriba, además de su eterno e inoxidable sacrificio para hacer feliz a todo un país corriendo detrás de una simple pelota. Me exponen como fundamento sus problemas fuera de las canchas, que les ganan de mano y no los dejan ver más allá. No entienden. No pueden. Simplemente no lo comprenden, y está perfecto. Es entendible. Esa energía que transmitía, por más que uno lo viese en miniatura desde una tribuna, era excesivamente compleja de transmitir y transformar en palabras. Por eso, simplemente, me avoqué a la simpleza -esa virtud que siempre lo caracterizó a él-, cerré con un “es que es así, es el Diego” y cambié rápidamente de tema para tratar de ocultar ese sabor amargo que se generaba en mi boca al volver a hablar del tema.

Llega la noche. Ceno. La comida no sabe a nada, pero me lo guardo y sonrío mientras hablo con mis viejos. Pienso en que él ahora está con los suyos, que tanto los extrañaba, y mi plato vuelve a tener sabor. Vuelvo a mi cuarto y sigo viendo una catarata de homenajes de conocidos, ex compañeros, amigos, rivales, instituciones y referentes de distintos deportes. Son las 10, y empiezo a escuchar por la ventana aplausos, gritos, el famoso relato de Víctor Hugo Morales en “El Gol del Siglo” a través de un parlante, algún que otro “Te amo, Diego”, chiflidos y más… miro al cielo, donde automáticamente y de forma repentina dibujo con mi imaginación un barrilete en las estrellas. Sonrío. No lo podía explicar –de nuevo-, pero ahí comprendí que simplemente me bastaba con entenderlo.

Tal vez me fui por las ramas”, repaso, mientras cierro el artículo y busco contener alguna que otra lágrima que se me escapa sin motivo ni explicación alguna. Sepa entender que es algo bastante difícil de expresar, pero también quiero que alguien más sienta ese famoso “no se qué” que mencioné arriba y todavía no logré encontrarle la vuelta para que se entienda.

Un lema popular reza que “sólo muere quien es olvidado”. Ya no estás más. Tu historia, sin embargo, sigue más viva que nunca. Queda en nosotros recordarla por y para siempre, como vos, que serás eterno. Te agradecería pero muchos no lo entenderían -como yo, en su debido momento-, así que simplemente opto por despedirte. Hasta siempre, Diego.