“Era un yonqui, iba a Turquía a doparme”. La afirmación del atleta italiano Alex Schwazer, campeón olímpico de 50 km marcha en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, la hizo tras publicar su autobiografía “Después de la meta”, en la que relata el lado más íntimo de su vida y cómo fue su camino hacia el dopaje.
Hace unos días, La Gazzetta dello Sport publicó un extracto del libro de Schwazer, donde confiesa que se volvió un adicto a las sustancias dopantes y que hasta llegó a mentirle a sus padres y a su pareja por este motivo. “Era un yonqui, iba a Turquía a doparme. De Innsbruck a Viena y de Viena a Antalya. Le dije a Carolina Kostner (la expatinadora, campeona del mundo en 2012, que fue pareja de Schwazer y que fue sancionada por encubrirle) y a mis padres que me iría a Roma, a FIDAL. Dejé mi móvil encendido por la noche, para que saliese el mensaje de la compañía de teléfono turca. Pensaba como un toxicómano. Fue algo irrazonable. Estaba dispuesto a mentir, porque drogarse y doparse también significa mentir”.
El marchista de 36 años (26 de diciembre de 1984) afirma que su exclusión de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 -pese a haber sido absuelto por la Justicia italiana de la última acusación antidopaje que pesaba sobre él- fue el detonante para publicar el libro. “Quizás este verano, con la absolución legal en Italia y la prohibición para competir en los Juegos Olímpicos, algo se rompió dentro de mí y decidí cerrar mi etapa del pasado. Me sentía listo y le di el libro a mi entrenador, Sandro Donati, y a mi abogado Gerhard Brandstätter, al que le dije que no esperase un libro de investigación, porque solo hablaba de mi vida. No pude encontrar la motivación para escribir 50 páginas sobre cómo gané en Pekín, el dopaje o lo que pasó antes de los Juegos de Río. Muchos puntos de mi historia han sido tiernos, no quería que el libro incluyera pensamientos de odio o resentimiento. No les di espacio a las personas que me hirieron ni a las que se subieron al carro cuando gané y se bajaron en los malos momentos”, contó al medio italiano.
Con anterioridad a su sanción en 2016, el atleta ya había sido suspendido por 3 años y 9 meses en 2012 por haber tomado sustancias prohibidas en la víspera de los Juegos Olímpicos de Londres y había vuelto a las competiciones en abril de 2016 en el Mundial de marcha disputado en Roma, en el que ganó con autoridad.
Tras su título en Pekín 2008, el ahora ex atleta no pudo revalidar título en Londres 2012 por dar positivo por EPO poco antes de la ceremonia de apertura. Fue sancionado cuatro años, cumplió castigo y en 2015 decidió volver de forma limpia. Para eso se unió al entrenador Sandro Donati, paladín de la lucha antidopaje que en los años ´80 fue apartado de la Federación italiana de atletismo por negarse a dopar a sus atletas. En ese momento, Schwazer declaró a un medio: “Quiero demostrar que voy fuerte sin ayuda. No quería terminar siendo un dopado”. Tras ese supuesto cambio, se comprometió a marchar limpio y, también, a someterse a todo tipo de controles por sorpresa y a cualquier hora del día.
Sin embargo, no pudo competir en los Juegos Olímpicos de Río 2016 porque, en un control hecho el 1 de enero de ese año, dio positivo por testosterona. Ese examen en rigor, se ordenó el 16 de diciembre de 2015, el mismo día en el que el Schwazer testificó en el juicio penal contra Pierluigi Fiorella (médico de la federación italiana) y Roberto Fischetto (responsable antidopaje de la World Athletics -WA-), quienes, supuestamente, empujaron a Schwazer y a otros atletas a usar EPO antes de los Juegos de Londres 2012. Su declaración contribuyó a la condena en primer grado de ambos (fueron absueltos luego tras apelar). En una escucha telefónica, Fischetto llegó a decir “Este crucco [alemán, por el apellido Schwazer] tiene que morir”.
Desde entonces, Schwazer lleva cinco años bregando por demostrar que le tendieron una trampa. A principios de 2021, la Justicia italiana lo absolvió porque confirmó que no se dopó. “El juez de instrucción preliminar considera altamente creíble que las muestras de orina sacadas a Alex Schwazer el 1 de enero de 2016 fueron alteradas para que diera positivo y así conseguir la suspensión y el descrédito tanto del atleta como de su entrenador, Sandro Donati”, escribió el juez del Tribunal de Bolzano Walter Pelino en un auto de 87 páginas. Para Pelino, “existen solidas evidencias de que en el intento de impedir que eso se demostrara, se cometieron una serie de delitos”. Entre ellos, la obstrucción del procedimiento por parte de la WA -la ex Federación Internacional de Atletismo – y de la Agencia Mundial Antidopaje (WADA). De acuerdo al juez, ambas entidades mintieron sobre la cantidad de orina conservada, se negaron a entregar las muestras y presionaron al laboratorio de Colonia para que siguieran sus consignas. Asimismo, el juez probó varias irregularidades en la cadena de custodia de los frascos en los que se encontró una concentración “anómala y no fisiológica” de ADN del atleta. Desde un principio, el juez trabajó sobre la hipótesis de que esa concentración se debía a una manipulación de la orina del atleta. El laboratorio de Colonia analizó las muestras, las consideró negativas y así lo registró en el sistema ADAMS (la web en la que los deportistas, entre otras cosas, informan sobre su ubicación y conocen sus resultados de control de dopaje). No consideraron sospechoso el valor de 3,46 de epitestosterona (testosterona externa, es decir, no producida por el organismo) que encontraron. La relación normal entre testosterona y epitestosterona es de 1-1 y las normas permiten hasta un 1-4. “Era una cantidad tan mínima que la atribuyeron al consumo de alcohol [día siguiente a la Nochevieja] ya que el alcohol libera una cantidad mayor de testosterona”, explicaba, por entonces, Donati, su entrenador.
Para la WA sí fue sospechoso ese valor y, por ello, pidió analizar las muestras con un examen más caro (el IRMS) que permite detectar la testosterona sintética que, finalmente, se encontró en la orina de Schwazer y así certificó su positivo. Desde un principio, Donati cuestionó por qué la WA pidió analizar una muestra que había dado negativo y reprochó la demora de más de un mes (desde 13 de mayo al 20 de junio de 2016) para comunicar el positivo al atleta (algo que se suele hacer a los pocos días). Donati siempre sospechó que las muestras habían sino manipuladas y el abogado de la defensa pidió que se hiciera un análisis de ADN. Por ir en contra de la WADA, entidad con la que Donati colaboró durante más de 10 años, el entrenador de Schwazer fue despedido en marzo de 2016.
Pelino dictaminó el archivo de la causa penal (en Italia el doping es considerado un delito) contra el atleta (que en 2016 fue condenado por al Tribunal de Arbitraje Deportivo –TAS- con 8 años de suspensión). “No sólo la hipótesis de manipulación permite explicar cómo y por qué se haya encontrado una anómala concentración de ADN, sino que esta constituye la única explicación convincente”, sostuvo el juez, para quien “las pruebas se modificaron en cualquier momento en Stuttgart o Colonia (Alemania), donde se ha demostrado que había tubos de ensayo sin sellar, fácilmente manipulables”. Pelino, asimismo, acusó a la WA de obstrucción en el procedimiento y de mentir sobre las muestras y la cantidad de orina que contenían. Hasta pudo probar que a los peritos intentaron colarles incluso frascos sin sellar.
“Cuando toqué fondo me pregunté cómo había llegado a esta situación. Ese día marcó el renacimiento del hombre que tenía dentro y que no encontraba espacio para salir. Estaba en un laberinto inmenso y aparentemente sin salida. Un laberinto en el que perdí todo: la persona que era, mi novia, la credibilidad, la dignidad. Ahora he salido de ahí. Sobreviví a una emboscada, una trama tortuosa y cruel que en otras ocasiones me habría aniquilado. Quienes quieran leer la biografía de un hombre sin pecados tienen que elegir otra”, dijo Schwazer, ya retirado del atletismo.
Sin embargo, la sentencia del Tribunal italiano no fue aceptada por la WADA ni por la WA. Para ambas entidades, claro, Alex Schwazer fue, es y será culpable.