“Si bien, el campamento de personas refugiadas proporcionó un lugar seguro para mi familia cuando huyó de la guerra, a menudo me pregunto dónde estaría si me hubiera quedado ahí y no me hubiera beneficiado de las oportunidades que obtuve gracias al reasentamiento. No creo que hubiera llegado a donde estoy ahora”. Las palabras de Alphonso Davies retumban como si fueran pasos estruendosos, pisadas en modo estampida de Gullivier, ese gigante que despertó en la isla de Liliput luego de que naufragara el barco en el que viajaba. En verdad, hacen crujir las estanterías y provocan sensaciones de lo más disímiles, aunque, seguro, todas en una misma dirección: el mundo suele ser un lugar injusto donde lo indebido jamás (nos) debe ser indiferente.
Alphonso Davies es hoy uno de los mejores laterales del mundo, viste la camiseta de Canadá y también luce la de Bayern Munich, uno de los clubes más poderosos del mundo. Incluso, con una velocidad de 36,51 kilómetros por hora, es uno de los jugadores más veloces mundo, apenas unas décimas menos que Kylian Mbappé que, con 37,6 km/h supera los 37,58 km/h del jamaiquino cuando logró el récord mundial en Berlín 2009 para detener el crono en 9,58 segundos.
En poco tiempo, Davies se ganó un lugar preferencial en el fútbol. Sin embargo, Alphonso jamás olvida su origen. Nunca lo hace, lo luce con orgullo como quien blande un estandarte que merece ser mostrado. Davies nació el 2 de noviembre de 2000, en Buduburam, una ciudad de la región Central de Ghana, cuando sus padres, Debeah y Victoria Davies, de origen liberiano, huían de la Segunda Guerra Civil (de 1999 a 2005) que sacudía esas latitudes que habían acogido el idioma inglés como el oficial, al tiempo que tiene otras 20 lenguas o dialectos (el quepelés, bassa, vai, grebo, craví, guisí, gola y el criollo “inglés liberiano”, entre otras). El idioma, claro, evidencia la influencia estadounidense y británica, además del nombre de su capital (Monrovia), en honor a James Monroe, presidente de los Estados Unidos, que gobernaba en el momento en que los esclavos negros fueron liberados.
En ese contexto, sangriento y de extrema hambruna, Liberia aún es el claro reflejo de las heridas abiertas que heredó la república más antigua del continente africano que todavía padece la carencia de servicios tan básicos como el agua, la electricidad o la atención sanitaria. Liberia fue fundada en 1822 para alojar a los esclavos emancipados del norte de América. Proclamó su independencia en 1847, aunque recién fue reconocida por Estados Unidos en 1862. De ahí huyeron los padres de Davies a un campo de refugiados en Ghana hasta que fueron reasentados en Canadá cuando el pequeño Alphonso tenía cinco años. “El panorama era terrible. La vida allí es como si te metieran en un contenedor y luego echaran la llave. No hay modo de salir. Tenías que pasar por encima de los cadáveres para ir por comida”, contó su madre en una entrevista junto con su padre, quien agregó: “Para sobrevivir tenías que empuñar un arma y no estábamos dispuestos a eso. No queríamos que nuestra familia siguiera viviendo en un ambiente así, no lo soportábamos. Amábamos y amamos nuestro país, pero nuestras vidas dependían de una decisión: irnos de Liberia, por más dolor que nos causara”.
“Cuando nos mudamos a Windsor es donde empiezan mis recuerdos. Todo lo anterior es muy difuso. Era muy chico y las referencias que tengo es por lo que me contaron mis padres. Ellos me explicaron que había guerra en Liberia. En esa situación, solo había dos opciones: formar parte de la guerra o marcharse. Mis padres no tenían intención de empuñar armas. Estoy feliz de que decidieran que nos marcháramos”, contó Phonzie (apodo de Alphonso Davies) en una nota con la BBC. “En Canadá experimenté la nieve por primera vez, aprendí a andar en bicicleta y asistí a mi primera escuela que me permitió probar varios deportes: atletismo, baloncesto, vóleibol y hockey”, detalló Alphonso que tiene dos hermanos (Ruth y Brian).
Primero, los Davies fueron a Windsor, Ontario. Un año después se mudaron a Edmonton, donde Phonzie se integró a la escuela católica Madre Teresa. Pero desde que llegó a Canadá, incluso antes en el campo de refugiados pateaba una pelota casi sin saber que ese deporte iba a convertirse en su gran escape a la gloria. Acaso, el fútbol se convirtió en el espacio perfecto para huir de manera lúdica y así soñar con un futuro mejor. Tanto que una profesora de educación física lo incorporó al Free Footie, un programa que incluye un campeonato para que niños de bajos recursos puedan competir en torneos oficiales. La rapidez y avidez de Alphonso por acariciar una pelota llevaron a Tim Adams, uno de los organizadores del torneo, a recomendarlo para Davies fuera incorporado al St. Nicholas Soccer Academy, el equipo en el que empezó a sobresalir hasta llegar al Vancouver Whitecaps, de laMajor League Soccer (MLS). En continuidad con su hoja de ruta, es dcir un camino pedregoso, a la madre de Alphonso no le convencía la idea de que se fuera Vancouver, solo, a los 14 años. “La educación es muy importante para mis padres. Querían que tuviera algo en lo que apoyarme. Les prometí que no cambiaría. Estoy feliz de que me dejaran ir y me alegro que haya funcionado. Hoy miro hacia atrás y agradezco”, contó Davies.
A los 15 años empezó a jugar al fútbol profesional y tan sólo un año después, el 14 de junio de 2017, debutó en la Selección canadiense mayor en un amistoso ante Curazao, para comvertirse en el jugador más joven del elenco nacional de su país adoptivo. Un mes después participó de la Copa de Oro, donde fue máximo goleador con tres conquistas, además de ser elegido como revelación del torneo.
En julio de 2018, el Bayern Munich desembolsó diez millones de euros por el defensor que, en ese momento, tenía apenas 17 años y ya había sido elegido como el mejor jugador canadiense sub-17. En el equipo teutón, Davies ya sumó cuatro Bundesliga, dos Copas de Alemania y dos Supercopas alemanas. Además, aparece como uno de los baluartes de la Selección canadiense que regresará a la Copa del Mundo Qatar 2022 tras 36 años. La última y única participación para Canadá en Copas del Mundo fue en México 1986, donde perdió los tres partidos de su grupo ante Francia, Hungría y la Unión Soviética.
Durante las eliminatorias, Alphonso no pudo jugar las últimas seis fechas porque se le detectó una afección cardíaca tras haberse contagiado Covid-19. En marzo pasado, cuando su Selección consiguió el boleto ante Jamaica (goleada 4-0) Davies vivió el partido desde su cuenta de Twitch y, con el pitazo final, no pudo ocultar su emoción: se desplomó en el suelo y se quebró en llanto en vivo ante sus espectadores.
Más allá de su presente y futuro como futbolista, Davies trabaja para el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la agencia de la ONU para ayudar a los expatriados, y su misión es clara: “Quiero que la gente conozca la importancia de ayudar a las personas refugiadas, estén donde estén, en campamentos o en ciudades, en países vecinos o países de reasentamiento como Canadá. Las personas refugiadas necesitan nuestro apoyo para sobrevivir, pero también el acceso a la educación y los deportes, para que puedan desarrollar su potencial y prosperar realmente”.
Mientras Canadá esté ultimando los detalles en misión mundialista para Qatar 2022, donde integrará el Grupo F, junto con Bélgica, Croacia y Marruecos, Alphonso Davies estará cumpliendo recién 22 años que por lo vivido parecen muchos más.