La década había empezado con cambios marcados dentro del fútbol argentino. Pero más allá de la caída que evidenciaron muchos de los poderosos, el nivel de los equipos vivía un momento de esplendor. Y entre tantos de los conjuntos que tomaron la batuta del buen juego, sobresale uno que dejó bien en alto esa bandera. Se trata del Argentinos Juniors que brilló en los años 1984, 1985 y 1986.
El elenco de La Paternal ya había tocado cielos futbolísticos con la aparición de Diego Maradona, quién revolucionó la institución y la llevó a los primeros planos. Pero apenas unos años más tarde, los brotes comenzaban a estar verdes y el semillero del mundo, se atrevía a dar el gran paso.
El primer gran impacto lo dio al consagrarse campeón del fútbol nacional de la mano de Roberto Saporiti. Pero ese equipo que desplegaba buen juego, apostó a un crecimiento mayor… y lo terminaría consiguiendo. Conducido por José Yudica, se consagró en la Copa Libertadores tras una infartante trilogía en la final y alcanzaría el punto más alto en Tokio por la Copa Intercontinental. Enfrente una poderosa Juventus, partenaire ideal para llevar adelante el que está considerado uno de los mejores partidos del siglo XX.
El mejor del continente
El plantel del “Bicho” festeja con el trofeo de la Copa Libertadores (Argentinos oficial)
Un 24 de octubre de 1985, cambiaba la visión del mundo hacia el barrio de La Paternal. En un tercer partido desempate, Argentinos vencía a América de Cali en el Estadio Defensores del Chaco de Asunción y se consagraba por primera vez campeón del máximo torneo de clubes sudamericano: la Copa Libertadores de América.
Hasta ese momento solo cuatro clubes argentinos habían ganado el certamen: Racing, Independiente, Estudiantes y Boca. Codiciada por todos y obtenida por pocos, este título le otorgó al club, un prestigio y respeto incomparable e indeleble.
Ese conjunto conducido por el Piojo Yudica, reemplazante en el banco de suplentes de Saporiti -condujo al equipo en el título del Metropolitano 84- alzó la copa después de derrotar por la vía de los penales (5-4) al elenco colombiano. “Cuando asumió Yudica nos juntó en el vestuario y dijo: ‘Muchachos, acá vamos a seguir jugando de la misma manera, no hay que cambiar nada si este equipo es un relojito’”, recordó José Pepe Castro en alguna entrevista.
“La Libertadores la ganamos con una personalidad tremenda y con un plantel de gran jerarquía”, manifestó el extremo que esa tarde fría de Tokio sufrió la marca de Antonio Cabrini, campeón del mundo con el seleccionado italiano en España ’82.
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Humilde contra poderoso
El equipo titular de Argentinos en aquella jornada en Tokio (Imago)
La fecha elegida: 8 de diciembre. En una fría tarde en Tokio, Japón, los campeones de América y Europa se vieron las caras. El gran candidato era la Juventus de Michel Platini y Michael Laudrup, que obtuvo la copa europea -todavía no existía la Champions- ante el Liverpool, en lo que fue la recordada Tragedia de Heysel -Bélgica- antes del encuentro, donde muchas personas fallecieron porque la capacidad del público se desbordó en la previa del partido.
Por su parte, el Bicho aparecía como el equipo humilde que tenía a figuras como el Checho Batista, Carlos Ereros y un excepcional Claudio Borghi, del que Platini -mejor jugador de Europa en ese momento- afirmó luego de aquel encuentro: “Borghi es como Picasso. Un artista con un pincel en el pie derecho. Será capaz de llenar un estadio con un gol, un dribbing, una sonrisa”.
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Goles, cambios y alargue
Dos grandes equipos, en un trámite con idas y vueltas (Imago)
El partido fue parejo, de alto vuelo. Todos los goles fueron en la segunda etapa. “El ‘Piojo’, un sabio dentro y fuera de la cancha, nos incentivó a que fuéramos profundos, a que buscáramos desbordarlos siempre”, reveló Castro, dejando a la vista cuál era la idea principal del conjunto argentino para quedarse con el triunfo. Las emociones se fueron sucediendo e irían en aumento.
Argentinos se puso en ventaja a los 10 del complemento con el tanto de Carlos Ereros; sin embargo, Platini, de penal, igualó el tanteador ocho minutos después. Pepe Castro, cuando restaban 15 para el final, puso el 2-1. Todo indicaba que la gloria llegaba a La Paternal, pero Michael Laudrup hizo el empate definitivo, casi sobre el epílogo, con un golazo. Antes del cierre, al francés le anularon un gol por fuera de juego, lo que generó que se recostara en el campo a modo de protesta, en un hecho más que recordado.
Los malditos penales
Los penales resolvieron el ganador de esa edición de la Copa Intercontinental (Imago)
El encuentro terminó empatado en los 90 minutos y en los 30 de suplementario, por lo que la resolución se fue a los penales. En la tanda, Jorge Olguín y J.J. López convirtieron, mientras que Batista y José Luis Pavoni erraron sus remates. Por su parte, para la Vecchia Signora anotaron Sergio Brio, Cabrini, Aldo Serena -Laudrup erró el cuarto- y Platini, quien definió para el 4 a 2 que le dio la Intercontinental a los italianos.
Fue una jornada épica, donde millones en el mundo pudieron disfrutar de un partido inolvidable. El nivel mostrado por ambos equipos hizo que la FIFA, al igual que los especialistas, la definieran como la mejor final de la historia de la Intercontinental. “Encontramos el reconocimiento del fútbol argentino y mundial por el desempeño que cumplimos. Ese es el sello distintivo que queda de esa final”, dijo Castro.
“El hincha de Argentinos quedó maravillado con esa definición como si la hubiésemos ganado porque respetamos el ADN histórico de la institución, ese de jugar pelota al piso, con la cabeza levantada y pensar siempre en el arco rival, sin importar la jerarquía del equipo de enfrente”, consideró el delantero.
Quedó en la historia
La victoria no se dio, es cierto, y luego de igualar 2-2, perdió por penales. Más allá de eso, aquel día Argentinos Juniors estuvo en la cima del mundo a pesar del resultado, porque jugó la final de la Intercontinental de igual a igual ante uno de los equipos más poderosos del planeta y uno de los mejores de aquellos tiempos.
Protagonismo, actitud y buen fútbol fueron las claves de un equipo que quedó muy cerca de la gloria, pero que le alcanzó para quedar inmortalizado por siempre.