TODOS LOS DÍAS SON LUNES
Por Darío Sanhueza
Y llegó el primer Clásico del año. El Cacique recibiendo en el Monumental a la Universidad de Chile, en busca de una nueva victoria y de esa forma extender un año más el invicto como locales, y de diez años (y 21 partidos oficiales) en toda cancha y toda competencia.
Este Colo Colo, que aún se muestra como una escuadra en formación y que no ha logrado ser más que la suma de sus integrantes, esperaba a un rival que por fin llegaría en un momento futbolístico que le permitiría al menos ser competitivo, y en teoría tratar de cortar de una buena vez estas rachas cuyas extensiones son cada vez más groseras. No es menor constatar que no existen niños o preadolescentes que hayan visto al Cacique perder con la U; o pensar que el hincha azul más joven que haya visto –con uso de razón– ganar a la U a Colo Colo en Pedrero, debe andar por los 30 años de edad, no recuerda el tiro libre del Coto Sierra en el Mundial de Francia, al Chino Ríos número uno del mundo o a Pancho Toro cocinando con Paulina Nin en las adyacencias de la Torre Eiffel.
Alerta de spoiler: se mantuvieron ambas rachas. Sí. Pero de verdad es casi lo único que se puede rescatar de un partido de fútbol realmente precario, por parte de un equipo que no logra cuajar y que nuevamente mostró retrocesos, que se encontró con un rival al cual nadie le avisó que en el fútbol existen tres resultados y no dos, y que mostró desde el pitazo inicial su satisfacción absoluta con el mero hecho de no perder.
Muchas veces se dice que “querer es poder”. Eso no siempre es así. Colo Colo quiso. Con la cada vez más evidente precariedad de las armas con las que cuenta el 2023, con un festival de imprecisiones, pero igual fue el único que se arrimó al arco rival. El rival no se animó.
La U tuvo algunas buenas actuaciones, especialmente en la zona defensiva, pero sin dudas su mejor actuación terminó siendo en las declaraciones post partido, donde lamentaban no haber podido ganarlo. No quisieron siquiera intentarlo. Justo este 12 de marzo se celebraron los Premios Oscar.
El hecho de que el Popular haya salido con la valla en cero es engañoso, tendería a hacer creer que hubo solidez defensiva, pero el nivel de imprecisión con la pelota fue realmente desesperante. Cortés perdió cuatro o cinco pelotas que ante un equipo que hubiese querido ganar el partido, podrían haber sido goles. La dupla de centrales grandotes lentos dejó en evidencia la terquedad e inconsecuencia de un Quinteros a quien nunca le ha gustado Falcón, sinceremos el asunto. Pavez tuvo un par de buenos remates y muy poco más; Pizarro no gravitó más que en un par de pelotazos largos y perdió varios balones; Gil estuvo bien controlado y no logra mostrar una versión medianamente cercana a la del 2021. Bolados sucumbió ante la marca y sólo tuvo un par de relumbrones en el segundo tiempo, los mismos que tuvo Castillo en el primero, y Benegas chocó con Casanova con la obstinación con la que una aspiradora robot golpea los guardapolvos del living.
¿Y la banca? Bien, gracias. Palacios desperdició una nueva oportunidad –van varias ya–, Lezcano no pudo gravitar y Jordhy Thompson tuvo una muy clara pero le quedó para la muda. ¿Algo más? Una pelota de Ramiro controlada por Campos, y eso sería. Ah, además, un posible penal de Andía. Sin dudas contribuyó a la no revisión el show que se armó en Caupolicán con los artificios.
¿Para rescatar, además de mantener los invictos, ahora de veintitrés años en el Monumental y de diez años y veintidós partidos en total? El hecho de haber tenido público visitante, cuestión que ojalá se mantenga, más allá de los incidentes con roturas de rejas, enfrentamientos con la fuerza policial y por cierto el absolutamente condenable lanzamiento teledirigido de fuegos de artificio que a algunos les recordó la cruenta Batalla de Hogwarts entre los partidarios de Harry Potter y los adeptos de Voldemort. Dato al margen, a propósito de conductas delictivas: insólito y vergonzoso comportamiento de un ciudadano que no entiende que el campo del Monumental es sagrado y no encontró una mejor idea que lanzar un elemento cortopunzante hacia el lugar donde yacía un rival con rotura de ligamentos en una rodilla. Leandro Fernández aprendió de su error y esta vez estuvo muy atento y solícito en exhibir la evidencia.
Y así se fue un nuevo Clásico, se extienden las rachas, pero el gusto amargo no sale ni con chicle ni haciendo gárgaras con bicarbonato. Hasta que Colo Colo no vuelva a jugar, todos los días son lunes.
