LA ESTRELLA DEL RENACIMIENTO

Por Darío Sanhueza

Colo Colo, por fin, es campeón del fútbol chileno. Ha ganado su estrella N° 33 en torneos nacionales, engrosando un palmarés  que desde hace muchísimos años lo tiene como el equipo más exitoso de Chile, casi con las mismas copas que la suma de sus dos más cercanos perseguidores. Pero esta estrella tiene un sabor diferente.

Me parece que, de los títulos de este Cacique en el siglo XXI, cuatro han tenido un sabor a catarsis. Primero, cómo olvidar ese increíble y lleno de mística Clausura 2002, campeón en la quiebra, donde cortamos una racha de cuatro años desde ese inolvidable zapatazo del Murci Rojas contra Iquique el ’98. De ahí no ganamos hasta el Apertura 2006, con el desbordante talento de Matías, el escandaloso nivel goleador de Chupete Suazo y convirtió Aceval. Y esa que se negaba, la 30, que llegó el 2014 y que tuvo a Esteban como estandarte máximo, ese héroe que retorna del exilio para liderar a su gente y tomar la copa.

Pero creo que no hay otra como esta. Porque muchas veces, la vida se valora de otra manera cuando uno ha sobrevivido a una experiencia cercana a la muerte. Por supuesto, esto es fútbol y descender no es morir, pero vivir con esa herida habría sido catastrófico. Y a nosotros nunca nos había pasado, hemos padecido algunos planteles mediocres y resultados magros, pero nunca estuvimos deportivamente en un momento peor que el 2020, a noventa minutos de bajar. Por eso, creo que la cicatriz del 2020 recién terminó de cerrarse en Coquimbo.

Lucero fue una de las figuras en la campaña alba. | Foto: Agencia UNO

Es cierto que el 2021 pudimos y debimos ser campeones, pero perdimos muchos puntos de local, nos faltó categoría en la faz ofensiva y, sobre todo, experiencia y manejo para llevar mejor las particularidades que aún vive el mundo, así que pasó la UC y se llevó la Copa. Pero ese 2021 tuvo mucho de transición, de restablecimiento de los parámetros históricos de esta institución. Este año había que ser campeones, sí o sí.

Y así fue. Con un nivel de autoridad apabullante, especialmente en una brutal segunda rueda, el Popular se llevó este torneo incluso faltando dos fechas. Los números algo resumen lo logrado: la valla menos vencida y la mejor delantera, por amplísimo margen; sólo tres derrotas en veintiocho partidos; y algo importantísimo como un 10-4-0 como local, sin derrotas –podrán corregirlo los estadísticos profesionales, pero el Cacique no gana un torneo largo sin perder como local desde 1960–, entre otras cifras. Pero por sobre todo se explica con lo visto en cancha: el excelente año de Cortés, el bastión defensivo y anímico que fue Falcón, ese ejemplo de resiliencia superior a Will Smith en “En Busca de la Felicidad” que es Suazo, el dominante torneo de Pavez, la consolidación de Pizarro, el desequilibrio de Solari mientras estuvo, el buen primer semestre de Gil –no tanto el segundo–, los goles importantes de Costa, y sobre todo el tener un 9 que hace goles y juega bien a la pelota como Lucero.

Momentos inolvidables hay muchos. Fue clave empezar ganando en un duro debut contra Everton; la masacre a la U; el gol in extremis de Oroz para salir vivos de San Carlos; el triunfazo en Curicó que terminó siendo más decisivo de lo que pensábamos; el punto rescatado en Rancagua luego de un inicio tétrico; otro gran punto en Viña, rescatado con nueve jugadores; el ganar tres partidos en los últimos minutos con aportes de jugadores no habitualmente titulares –penal a Bolados con Audax, el zavalazo ante Huachipato y Kiwi Rojas para Bolados contra Palestino– y entre medio otro Clásico; la exhibición ante Unión; mantener el invicto de locales ante la UC y Curicó; y el gol de Bouzat que sentenció las cosas en Coquimbo. Habrá alguno más preferido que otro, pero son muestras del sólido y macizo campeonato obtenido por el Popular.

 

Por todo lo anterior, ya es nuestra la 33 –que es un número bonito, sonoro, que ahora deja de ser terminología médica o la edad de Cristo o de los mineros, y pasa a ser de Colo Colo–, la primera estrella luego de mirar hacia abajo en un precipicio al cual han caído todos, menos nosotros. La estrella del renacimiento.