Hace unos años, el francés Lucas Pouille era uno de los animadores del circuito ATP, sin un nivel para ganar un Grand Slam, pero de todas formas era un animador. Pero pandemia y lesiones mediante, hoy su ranking lo ubica en el puesto 675 del mundo.
En 2018 llegó a ser número 10 del mundo y era un tenista que, de vez en cuando, ganaba algún torneo. En total en su carrera, hoy tiene 29 años, conquistó cinco títulos. Cuatro de ellos de categoría 250 y uno 500, en Viena contra Jo Wilfried Tsonga, compatriota suyo. Pero Pouille también logró meter cuartos de final en el US Open y Wimbledon 2016.
El arranque de la temporada 2019, era un sueño para él. Llegó a hacer semifinales del Australian Open, donde Novak Djokovic lo vapuleó en tres rápidos sets. El francés era un tenista divertido de ver para el público. Además, en su país era muy querido por haber sido parte del equipo campeón de la Copa Davis en 2017 y él como protagonista en el último punto contra Bélgica.
Antes de esa semi en Australia tuvo una lesión en la espalda y atravesó un pequeño periodo de depresión durante el año 2018. Pero logró levantar vuelo gracias a su coach Amelie Mauresmo, ex tenista y hoy directora de Roland Garros. Por ese entonces, resultaba llamativo que un jugador tenga a una mujer como entrenadora y era el único top 100 con esa condición.
Esa maldita pandemia:
Pero pandemia mediante y una lesión en el codo durante el año 2019, que lo llevó a operarse durante la temporada siguiente, lo llevaron a caer en un pozo peligroso. El año pasado, jugó Roland Garros y arribó como el número 160 del ranking.
El resultado fue una caída en primera ronda contra el checo Zdenek Kolar, jugador que hoy en día no corta ni pincha. Es más, no logró clasificarse para el Abierto de Francia actual. A esa derrota, como si fuese poco, se le sumaron dos caídas consecutivas en Challengers.
El circuito Challenger para los tenistas de experiencia es peligroso por los viajes y lo difícil que es mantener la cabeza lo suficientemente fría como para no frustrarse. Pero el bajón emocional del 2022 fue peor que el del 2018. Pouille tuvo depresión, noches enteras de insomnio y se encerraba en bares a tomar solo.
El mismo tenista le habló a L’equipe sobre esta situación que atravesó: “Entré en una depresión que me llevó a dormir apenas una hora por la noche y a tomar solo. Me sentía en un lado oscuro. Terminé en un hospital de Niza durante dos semanas en una cama hiperbárica para ayudarme a curar más rápido, rodeado de enfermos, moribundos, cánceres terminales… Me daba mucho miedo. No podía pegar un ojo, me hundía, me despertaba con los ojos desorbitados. Sentía que iba a terminar en un manicomio”.
Pero el francés encendió su fuego interior con una ilusión a mediano plazo: participar de los Juegos Olímpicos de París 2024. No solo por ser francés, sino por nunca haber participado de una cita olímpica. Pero para llegar bien a París debe prepararse. Por eso, aceptó la invitación que le llegó para jugar el Roland Garros de este año.
Pero la wild card era para jugar la qualy, donde ganó en los tres partidos, todos en la cancha 14 y con el público a flor de piel cantando la Marsellesa. Su esposa, Clemence Bertrand, con quien se casó en 2019 y lo motivó para seguir en el deporte, llegó a desmayarse luego del triunfo que lo metió en el cuadro principal del Abierto francés.
Pouille pudo avanzar en la primera ronda tras vencer al austriaco Jurij Rodionov, hay que reconocer que el sorteo le dio una mano. Pero el camino llegó a su fin luego de caer el pasado martes contra el británico Cameron Norrie en sets corridos. Pouille va a seguir jugando y buscará volver a ser aquel tenista que existió en el 2016 y parte del 2018.