Soñaba con estar en un Juego Olímpico. Uno de invierno. Su sueño era tan grande que quería ser protagonista, mas no una simple parte. En verdad, Michael Edwards añoraba con ser esquiador olímpico del equipo británico.

Nació en Cheltenham, el 5 de diciembre de 1963. Todos lo conocían como el “pequeño Eddie”, un apócope de su apellido (Edwards), un diminutivo que describía al inquieto chico que a mediados de los años ´70, en rigor, fantaseaba con ser jugador de fútbol del Cheltenham Town Football Club, un equipo del ascenso inglés (hoy en tercera categoría). Pero, promediando los 12 años, se lesionó una rodilla y así quedó afuera de todo por más de dos años.

Conferencia de prensa de Eddie Edwards en Calgary 1988 (Getty)

Conferencia de prensa de Eddie Edwards en Calgary 1988 (Getty)

Cansado de intentarlo, empezó a esquiar y supo hacerlo con buena técnica. De esa manera llegó a integrarse al equipo nacional de su país. Eddie esperaba participar en los Juegos Olímpicos de Sarajevo 1984 como parte del equipo de esquí, pero no pudo clasificarse. Sumido en una especie de vorágine creativa, su mente caviló y pensó que tenía muchas más posibilidades de ir a unos Juegos de invierno como saltador de esquí, un ítem que hasta allí ningún británico había logrado desde 1929. De hecho, no había equipo nacional. Por delante estaban los Juegos de Calgary de 1988 y su objetivo era ese. Sin más, se dedicó a entrenar como pudo y, para ello, aceptó cualquier tipo de trabajo: desde mesero a cuidador. Sumar cualquier dinero lo acercaba más y lo alejaba de lo negativo, de lo que pensaban hasta en su propia familia: que no podría clasificarse.

Fue tal su empeño que hasta durmió en un hospital psiquiátrico de Finlandia, donde también trabajaba uno de los entrenadores del equipo local. Y fue allí, en la fría y lejana Finlandia, donde Edwards recibió la confirmación de su ingreso al equipo olímpico británico. Justamente allí, en el Comité Olímpico de su país libró otra batalla para que lo aceptaran. En realidad, el órgano deportivo británico no quería que Eddie fuera parte de la delegación.

Para Calgary 1988, Eddie ya era una revelación. Su último puesto en los Campeonatos del Mundo de 1987 lo impulsaron a seguir adelante. Incluso, su esfuerzo tuvo recompensa ya que logró pasar la norma olímpica al conseguir saltar casi 70 metros. Con esa carta, el Comité Olímpico de su país no tenía excusa alguna para negarle asistir. Así, se convirtió en el primer deportista en representar a Gran Bretaña en la competición olímpica de saltos de esquí.

Enfundado en sus anteojos dobles, los propios que usaba a diario porque no veía muy bien y los de esquí o nieve en color rosa, Eddie logró cristalizar su gran sueño. Acaso, una quimera para muchos. Si bien terminó último en las pruebas de 70 y 90 metros, fue tal la revolución que los periodistas acreditados preferían sus conferencias de prensa por encima de la de un campeón olímpico.

En Calgary 1988, no sólo estableció su récord personal como el récord británico de salto de esquí al alcanzar los 73,5 metros sino que su figura se elevó de tal forma que se convirtió en una celebridad. Incluso, Frank King, presidente del Comité Organizador, lo mencionó en la ceremonia de clausura: "Habéis robado nuestros corazones y nos habéis llenado de recuerdos. Habéis batido récords mundiales y muchos habéis batido vuestras marcas personales. Algunos de vosotros incluso habéis volado como un águila".

Eddie Edwards, hoy (Getty Images)

Eddie Edwards, hoy (Getty Images)

Eddie recogió el guante y, en una nota con The Guardian, fue más allá: “Me gustaría decir que volé como un águila, pero probablemente fue más bien como un avestruz. Para mí, el solo hecho de llegar [a los Juegos Olímpicos] fue mi medalla de oro". Y agregó: "Creo que los únicos huesos que no me he roto son el hombro, la cadera y el muslo".

Su carrera olímpica en salto de esquí no duró mucho más allá de Calgary. Meses después de la cita olímpica, se instituyó la llamada "Regla de Eddie 'el Águila'", que impedía entrar en los Juegos a los atletas que no hubieran demostrado previamente su valía en los Campeonatos del Mundo y de Europa. Esta norma, unida a numerosas lesiones, impidieron a Eddie británico clasificarse para otros Juegos Olímpicos.

Su historia trascendió el mundo de la nieve al llegar a la pantalla grande con la película “Eddie the Eagle” (“Eddie, el águila” o “Volando alto”) en 2016, y llevó al extremo la idea de Pierre de Coubertin, el fundador del Movimiento Olímpico moderno, quien había dicho que lo más importante en los Juegos Olímpicos no es ganar, sino participar. Eddie lo hizo, sin importarle nada ni nadie. Sólo él y su sueño. Su gran sueño que lo tiene hoy como conferencista, al tiempo que vive en Gloucestershire, cerca de donde creció.