Para las nuevas generaciones de americanistas quizá no exista ese enmudecimiento de dos segundos al saber que el rival en turno es Puebla. Y es que el breve silencio era señal de respeto hacia un equipo que por muy mal que anduviera en los torneos, siempre le plantó cara al América. Por décadas, la Franja fue ese adversario incómodo que en el Cuauhtémoc y en el Azteca hacía sufrir a los de amarillo y azul.
“Mientras no nos toque el Puebla, todo está bien”, era una de las expresiones comunes por parte de americanistas en la última jornada de los campeonatos cuando Águilas y Camoteros clasificaban a la liguilla. Ese temor tenía razón de ser: el equipo poblano se crecía contra el de Coapa.
La rivalidad entre ambas camisetas también causó expectativas temporada tras temporada debido a que había goles cuando se enfrentaban, un 0-0 era imposible. En los ochenta vivieron una etapa intensa por el gusto de mostrarse mutuamente sus potenciales ofensivos: Carlos Poblete y Jorge Aravena por un lado, Antonio Carlos Santos y Zague por el otro.
Para los noventa, década en que protagonizaron un peculiar juego de Cuartos de final en viernes al mediodía, horario inusual en el futbol mexicano, Puebla vino en picada y se convirtió en un sobreviviente del descenso, además cambiar el color de su franja azul por naranja. Pero a pesar de eso, su orgullo caído se reponía cuando se topaba al América, que a su vez perdía el quicio con su eterno dolor de cabeza.
Si bien es cierto que América tiene tres clásicos “oficiales” (contra Chivas, Pumas y Cruz Azul), y que todos los equipos le juegan de tú a tú porque es el enemigo a vencer cada torneo, sus confrontaciones contra Puebla merecen una distinción aparte, porque la Franja históricamente se ha encargado de ser una piedra en el zapato del americanismo.