Pequeño Goliath, Gran Nicolai, Arturito y Hormiga atómica fueron luchadores minis que agradaron al público entre los años ochenta y principios de los noventa. El buen recibimiento que tuvieron por parte de los aficionados fue analizado a detalle por Antonio Peña, fundador de la empresa AAA en 1992.

Al ser una apuesta novedosa en la lucha libre, AAA necesitaba de atractivos distintos a los que ofrecía el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL). Peña sabía que un diferenciador podía ser la inclusión de pequeñas estrellas en sus funciones. Para eso era necesario presentar personajes enmascarados y coloridos que no se parecieran en nada a los ya mencionados, quienes se caracterizaban por tener una imagen muy apegada a la del luchador clásico de antaño.

Recurrió entonces a lanzar las versiones minis de los gladiadores estelares de la empresa. Aparecieron Octagoncito, Mascarita Sagrada, Jerrito Estrada, Espectrito, Piratita Morgan, Mini Cobarde, entre varios más. Incluso abrió la puerta a luchadores como Gran Nicolai para personificar al pequeño Vulcano en la terna de Los Destructores.

Pero el imán de taquilla era el Perro Aguayo, leyenda viviente que con el puro nombre llenaba cualquier arena. Tipo visionario, Peña le propuso al Can de Nochistlán la creación del Perrito Aguayo. El veterano gladiador aceptó con la condición de que él iba a encargarse de elegir al portador de su nombre en versión mini.

Y así lo hizo. Luego de observar a posibles prospectos, se inclinó por Gabriel Hernández, un chico nayarita que residía en Baja California. Fue integrado a la empresa como Mini Perro Aguayo, aunque popularmente se le conoció como Perrito Aguayo. Primero se le hizo promoción como sécond del Perro Aguayo en sus luchas, esto con el propósito de que la afición empezara a familiarizarse con él.

Una vez que se identificó con el público, Perrito Aguayo empezó a sobresalir en las funciones donde se le programó. En sus primeras presentaciones dijo estar listo para engendrar rivalidades y enfrentarse a quien fuera. No pasó mucho tiempo para que sus palabras surtieran efecto. Se topó con Jerrito Estrada, luchador que lo llevó al límite para retarlo por las cabelleras.

Perrito Aguayo aceptó, sin embargo, pecando de novatez o confianza, jamás imaginó que su adversario lo dejaría pelón. Esa derrota fue lapidaria para el pequeño Can de Nochistlán, no pudo levantarse de lo que para él fue una humillación. Le dolió tanto que apuró su retiro. Desapareció rápido de los encordados sin dar tiempo siquiera a que lo extrañaran.

Así como llegó, se fue. Duró poco como uno de los minis estelares de AAA. Tomó camino hacia la peor forma del anonimato, es decir, el olvido. Quedó resguardado en el anecdotario de personajes que no se hablaron de tú con la buena suerte en un ring.