Luego del gol de Sergi Roberto, el entrenador de Barcelona no sabía ni festejar de la alegría que tenía encima e improvisó.

Como nunca se lo había visto. Con una euforia incontenible. Con la necesidad de descargarse después de los duros cuestionamientos por el 0-4 en París con un pésimo rendimiento de su Barcelona. En una noche especial y mágica pocos días luego de anunciar que en junio dejará el club que ama. Para Luis Enrique también era un partido único y se notó en su festejo posterior al sexto gol, el de Sergi Roberto, cuando el encuentro se moría.

Directamente desbordado de felicidad, el entrenador del conjunto culé saltó, gritó, se abrazó con quien se le cruzó en el camino y, para terminar, improvisó otra celebración y se tiró al césped del mítico Camp Nou como si fuera un niño. Genial.

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