Argentina perdió la final del mundo con Alemania, dejando todo, hasta el último suspiro con la fea sensación de haberlo podido ganar. Lo ganó Alemania, sí, el equipo más espectacular del campeonato, más avasallante. Pero esto no se vio en la final, no se vio ese equipo supraterrenal que avergonzó a Brasil por 7-1. Este equipo argentino fue trabajador y guerrero, y se lo peleó de igual a igual a los germanos, reduciéndolos a su mínima expresión. Argentina lo pudo haber ganado, tuvo situaciones de gol claras que desperdició, al igual que Alemania. Pero la sensación fue que cualquier cosa podía pasar, que cualquier acierto o falla cambiaba la historia. Que se estuvo muy cerca. La máquina alemana mostró sus debilidades, porque se las desnudó el equipo de Sabella a puro esfuerzo. Con entrega y sacrificio, el equipo se ganó el cariño de su pueblo, que recibirá al equipo como lo merece, con altura. Eran pocos los que creían en ellos, eran muchas las frustraciones que arrastraba una generación completa de argentinos, que no había visto a su país, donde el fútbol es materia prima, en una semifinal. Y ellos fueron más allá, sin sobrarle nada, sin dejar de sudar sangre en cada instancia, en cada prórroga. Lucharon hasta donde nadie creía. Lucharon como verdaderos guerreros.
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