En un panorama apocalíptico e impensable para los clubes de la Liga MX, el futbol debió jugarse sin afición por un año. La pandemia obligó a esa situación, motivo suficiente para que los futboleros extrañaran como nunca las gradas. Pero en cuanto se dio luz verde para regresar a las tribunas, un cúmulo de vergüenzas han dado de qué hablar sobre el comportamiento de los aficionados.

Las broncas

Durante partidos como Puebla vs. Pumas, Cruz Azul vs. Toluca y Puebla vs. Santos, pudo apreciarse a aficionados intercambiando insultos y golpes. En algunos casos la violencia fue desmedida y hubo agresiones hacia mujeres. Todo ello, además, sin respetar las normas sanitarias establecidas en los estadios.

Acoso a reportera

En la jornada 16, afuera del Estadio Cuauhtémoc, Montserrat Gómez informaba en vivo pormenores de las medidas sanitarias que se efectuaron para ingresar al inmueble cuando un aficionado de Pumas la besó sin su consentimiento, además de no portar cubrebocas y reírse de su acción.

Sobrecupo

Las imágenes viralizadas del aforo que se dio cita en el Estadio Hidalgo para la semifinal entre Pachuca y Cruz Azul puso de manifiesto que el porcentaje permitido fue rebasado, e ignorado por el club hidalguense al permitir el ingreso de miles de aficionados que no debieron estar en las gradas por cuestión de cumplimiento con las normas sanitarias.

Agresiones a técnicos

Tanto en Liga MX como en Liga Expansión hubo partidos donde los entrenadores fueron víctimas de aficionados enojados. A Francisco Ramírez, técnico de Tepatitlán, le arrojaron un proyectil en la cabeza en el Estadio Morelos. Algo similar le ocurrió a Guillermo Almada en el Estadio BBVA luego de que aficionados de Rayados le arrojaran cerveza en protesta por el festejo de gol que hizo el entrenador santista.

El grito de la discordia

El día menos esperado FIFA cumplirá su palabra y le aplicará una fuerte sanción a México por culpa de la afición que continúa gritando “puto” cada vez que despeja un arquero en saque de meta. Por más campañas que se hagan para erradicarlo, persiste la insistencia por entonarlo. ¿En verdad hay que esperar un duro castigo para dejar de hacerlo?