“Quiero dejar de ser egoísta, dejar de pensar en mí y pensar en mi mujer y mis hijos que me están aguantando”, dijo Luis Salmerón en febrero de 2021, plena pandemia de coronavirus, cuando comunicó a través de un video la decisión de dejar de jugar profesionalmente al fútbol.
Pensando en él fue que Pupi, uno de los artilleros más reconocidos del ascenso argentino, había tomado doce años atrás la decisión de probar suerte en la máxima categoría del fútbol argentino, resignando sueldo, para que se le abrieran nuevas oportunidades deportivas a su carrera. Con 103 goles que presumir, saldo de su paso por Ferro, en diferentes ciclos, Deportivo Armenio, Atlanta, Tigre y Talleres de Córdoba, aceptó el llamado de Julio César Falcioni para integrarse al plantel de Banfield que terminó coronándose campeón del Apertura 2009. Jugó poco y no logró convertir, ni abrirse de para en par aquellas puertas de Primera División. Aprendizaje, entiende hoy.
“Dejar de ser egoísta”, remarcó en su despedida el delantero que también pasó por Independiente de Mendoza y Tristán Suárez. Pero su emoción le estaba haciendo pasar por alto que hubo una decisión que sí tomó pensando en los demás, que lo alejó de casi todos para poder por fin, después de tantos años de fútbol, comprar la casa para su familia.
-Tenés un nombre icónico en el fútbol de ascenso, pero no se ha hablado tanto de tu paso por Shanghai Shenhua. ¿Qué fue lo que te llevó a China?
-Me fui con muchas dudas en realidad. Para mí era algo muy extraño. Si bien ya estaba medio grande en ese momento, aunque después jugué hasta los 38 años, era la tercera vez que me buscaban. Fue un tema económico, pero también la curiosidad de con qué me iba a encontrar. Lo hablaba mucho con mi mujer, porque económicamente nos re servía y yo estaba entrando en una edad avanzada para el fútbol sin haber podido comprar mi casa todavía. Esa fue nuestra bandera. Comprar la casa, porque ya había nacido nuestra hija.
–Esa decisión fue todo lo contrario a egoísta…
–Yo hubiese querido jugar en Boca o River. Siempre fui conocido como un jugador del ascenso, pero uno apuntaba siempre a lo mejor. Tuve ese paso por Banfield en 2009, que no fue exitoso en números porque no jugué mucho, porque venía de quilombos de pases, de perder plata. Siempre perdía yo. Aposté a Banfield que económicamente no me servía. Era deportivo, hacer un par de goles para ver si me cambiaba la carrera. No pasó y también por eso la decisión de ir a China. Mi mujer dijo que ni lo dudáramos. Hoy te digo que fue la mejor decisión que podríamos haber tomado. Gracias a esa decisión, se nos acomodó la vida económicamente.
-¿Y qué encontraste allá?
-Yo soy muy observador. Me encontré con un fútbol muy bueno. Estructuralmente, China está al nivel de Europa. Mejor que Sudamérica seguro. Estaba toda la estructura de los Juegos Olímpicos de Beijing (2008), los estadios eran de primera, la logística, la organización. Era sorprendente. Uno estando acá se pensaba que China era como en las películas. Tuve la suerte de vivir en Shanghai, de jugar en uno de los mejores clubes.
-¿Cómo fue tu adaptación al equipo, tu relación con el plantel?
-Tuve la suerte de ganarme rápido la confianza porque al segundo partido que jugué hice goles. Ellos no tenían sueldos altos, pero tenían buenos premios. Cuando ganábamos y yo hacía goles, entraba el dueño del club y daba premios. Un partido ganamos como 4-1. Yo hice los cuatro goles y el dueño pagó premio triple. Los chicos venían y me abrazaban, me agradecían. Popi me decían, era lo que les salía. Yo tuve la suerte de romper la barrera de la confianza rápido, con los goles.
-China amagó con tener el poderío que hoy se ve en Arabia Saudita. ¿Llegaste a convivir algunas de esas estrellas que pasaron por allá?
-Cuando explota el mercado chino a mí me encuentra allá. Fue a mediados de 2011. Yo estaba sorprendido para bien. Todos los equipos buscaban sumar figuras internacionales. Muchos brasileños, algunos europeos, todos ponían su impronta, su estilo. Físicamente los chinos son muy dotados, también disciplinados para el trabajo. El mercado chino explotó con la llegada de Darío Conca (al Guangzhou Evergrande), que en ese entonces pasó a ser el jugador mejor pago del mundo. Después al Shanghai llegó (Nicolas) Anelka y yo no continué justamente por eso. A los seis meses también llegó (Didier) Drogba. Después Gio Moreno y otras figuras mundiales.
-¿No te quisieron retener?
-A mí en números me había ido muy bien, pero Salmerón al lado de Anelka no entraba en la discusión. También hubo algunas cosas de representación, se nos cerraron algunas puertas. Después, pasados unos años, el que era mi traductor me mandó una nota que decía que entre Anelka y Drogbá habían hecho 12 goles. Yo había hecho 14. Mis números fueron buenos, porque no jugué más de 30 partidos. El torneo era de 15 fechas y después jugué la Champions de Asia, pero no todos los partidos.
-¿Qué te dejó como experiencia de vida, más allá del fútbol?
-También fue hermoso. Era genial cada cosa que veías. Los rompesonidos en las autopistas. La gente comprando peces, ranas vivas en los supermercados, para comer. El Shanghai viejo, el Año Nuevo Chino. Ahí, con los gerentes del club, entramos a una sala, con una mesa redonda, en la que giraban platos y ni sabías lo que comías. Probé sopa de aleta de tiburón, lo que se te ocurra. Todo en los primeros días. Todo sorprendente. Monopatines, motos eléctricas, las bicis que se doblan, todas cosas que acá se vieron mucho después. Inodoros con control remoto, con la función que se te ocurra. Están mínimo 20 años adelantados. Edificios gigantes que de noche eran pantallas completas con publicidades. Te estoy hablando de 2011. Estamos en 2024.
-¿Aleta de tiburón fue lo más raro que comiste?
-Comí tortuga, pero eso sí no me gustó. Cocodrilo, que me hicieron probar mis compañeros. Me llevaba bien con ellos, con todas señas a lo indio. Se cagaban de risa cuando probé tortuga.
-¿Compraste muchos souvenirs?
–Me fui con tres valijas y vine con diecisiete más o menos. Traje de todo. Una juguera que todavía está guardada. Te sacaba cáscara para un lado, jugo para el otro. No la usamos nunca. A mí hija le compré todo lo que se te ocurra de Kitty, que le encantaba. Hay muchas cosas que nunca usé, otras que sí. De una feria me traje como un equipito de te, que ellos toman mucho, con todo pintado a mano, con un guerrero chino. Es hermoso y cada vez que lo veo me lleva a esos recuerdos. También un tablero de ajedrez, que todas las piezas son guerreros chinos. Es para comprarse todo.
-¿Tu familia también se adaptó?
-Mi mujer y mi hija viajaron con mi suegra, aprendieron rápido a manejarse en subte, iban a conocer templos, distintos lugares. Yo no tenía tanto tiempo libre y no pude conocer demasiado. Pero mi mujer fue a todos lados. Yo me arrepiento de no haberlo vivido, pero estaba laburando. Y en el tiempo libre tenía ganas de descansar. Además era un caos. Cruzar de esquina a esquina en un shopping, un domingo, es un córner en el minuto 90 por el ascenso. Tenés que abrir los brazos y pasar a los codazos.
-Si en la actualidad te llamaran, no sé, para dirigir. ¿Volvés?
-Ni lo dudo. Ni pregunto cuánto me van a pagar. Voy por la experiencia de vida. Me gustaría que mi hija, que ya tiene 15 años, vea dónde vivimos.
Ver nacer una estrella: su año con James Rodríguez
Del paso por Banfield, además de un título histórico y un grupo que lo marcó a nivel personal, Pupi Salmerón también guarda el recuerdo de haber visto desarrollar sus primeras armas como futbolista profesional a James Rodríguez, quien terminó convirtiéndose en una superestrella con paso por clubes como Real Madrid y Bayern Munich, disputó dos mundiales y es considerado uno de los más grandes jugadores en la historia del fútbol colombiano.
-¿Qué recuerdo tenés de James?
-Conocí a un James de 18 años. Me llevaba muy bien con él. Falcioni había puesto sus fichas en él y se veía que tenía la calidad, que era un jugador diferente. Después, por todo lo que mostró a nivel internacional, uno no deja de sorprenderse y de pensar ché, yo jugué con este. La verdad que lo veía terminar de entrenar e ir al gimnasio, colgarse, hacer abdominales. Le decían Gordo, ¿entendés? Lo veía hacer repeticiones de dominadas. Me acercaba, me ponía a charlar con él. Era un pibe muy buenito, pero jodía. Después no tuve más contacto con él.
-¿Cuál era la cualidad que más te sorprendía?
-La pegada que tenía era una cosa de locos. Imaginate que yo ese año fui suplente y cuando hacíamos pelota parada yo era la barrera, jaja. Ellos practicaban tiros libres, con Erviti, con Laucha Lucchetti. Era hermoso. Un guante tenía en el pie. No descubro nada. Fue lindo compartir con él, pero también con jugadores como Erviti, que ese año fue el mejor de todos. Había un once hermoso, que salía de memoria. Eran los mejores del momento. Gente guapa, dura y buenos jugadores. Yo era suplente VIP. El Tanque Silva lo que tocaba era gol. Era sentarse y disfrutar.
-¿Sentís que en lo personal quedaste en deuda? No lo digo por el club, que cumplió su cometido, sino por tus propios deseos.
-Disfruté mucho del camino. Cuando me llamó Julio César me dijo te voy a traer y cuando te tenga que poner, no me va a temblar el pulso. Pero desde el inicio, El Tanque (Silva) y Papelito Fernández demostraron que iban a tener un gran año. Mi tarea y mi misión fue prepararme para cuando me tocara ayudar al equipo. Me sabía suplente, tenía 28 años, pero mi bandera era prepararme para cuando me tocara. Si no era en la cancha, si no era con goles, era en los entrenamientos. Por eso fuimos un grupo bárbaro. Si bajabas la intensidad, El Gallego Méndez, Víctor López, te cagaban a pedos. Esa era la mentalidad. No me fue bien, no pude hacer un gol, pero todo lo que viví, todo lo que pasó, es lo que queda. Con Erviti todavía hablo, le mando algún mensaje de vez en cuando. Él se sigue comportando conmigo como lo que fue siempre, un grande. Eso es lo que queda. Y sé que si el día de mañana me cruzo con James, que ni debe saber que lo sigo por Instagram, el loco me va a saludar con alegría, porque me va a recordar.