La escondió en una de sus espinilleras. Allí la ocultó por si acaso se presentaba la oportunidad de usarla. Le había prometido a un amigo ponérsela en caso de hacer un gol con Ankaraspor. Y lo hizo.

Después de perforar el arco rival con una palomita, se incorporó del césped para sacar de la espinillera una máscara dorada de Místico para cubrirse el rostro y celebrar la anotación con brazos extendidos. Así, Antonio de Nigris cumplió la promesa.

 

Antes del gol se trataba de un pacto inocente entre dos amigos, nada más. Pero eso cambió por completo en cuanto el jugador festejó con sus compañeros de equipo. Desde la banca, su entrenador reprobó la acción, y en la cancha el árbitro lo amonestó por celebrar de una manera no permitida.

Terminado el juego, su director técnico lo regañó por ganarse una tarjeta amarilla debido a esa “tontería”. Sin embargo, en contraste a lo que ocurrió en el campo, la afición quedó fascinada con “la tontería” e hizo un clic especial con De Nigris, al que adoptaron inmediatamente como ídolo intocable.

Por haber alterado el orden de lo establecido, el jugador trajo consigo también un revuelo de interés social, cultural y mediático en Turquía por la lucha libre. Sin querer se transformó en un embajador del pancracio y su folclore a partir de las máscaras, un artículo que maravilló por semanas a la población turca, especialmente a los aficionados de Ankaraspor, quienes se motivaron en alentar todavía más a su equipo.

 

La conexión entre De Nigris y la afición, que se estrechó con fuerza a partir del festejo enmascarado, creció al grado de que el futbolista terminó por convertirse en un héroe meses posteriores cuando se consiguió el objetivo de salvar del descenso a Ankaraspor.

Por un simple acuerdo ingenuo entre dos amigos, De Nigris conquistó Ankara en 2008, algo que en materia histórica había conseguido un extranjero como Augusto en 25 a.C.