Del partido contra Bulgaria en Octavos de final de Estados Unidos ‘94, dos detalles se conservan como heridas en la historia de México en Copas del Mundo: los cambios de Miguel Mejía Barón y los penaltis fallados. Poco o nada se habla de la ausencia de Joaquín del Olmo en aquel juego. Pudo o no haber sido distinta la situación con su presencia en la cancha, sin embargo su ausencia fue notable debido a que se trataba de uno de los mediocampistas más completos que ha tenido el futbol mexicano y había sido fundamental en la primera ronda.

La espina de perderse aquel partido por acumulación de tarjetas en fase de grupos, se la sacó con su llegada al América para la temporada 1994-95. Proveniente del Veracruz, Del Olmo sintió los colores americanistas sin ningún peso ni temor. Bajo la dirección técnica de Leo Beenhakker, ‘el Jaibo’ potenció las cualidades que poseía y lo llevaron a ser mundialista.

 

Con Beenhakker perfeccionó liderazgo, visión de campo, ubicación, recorridos y técnica. ¡Cuántos goles celebró con Biyik! También se transformó en un motor ofensivo para contribuir al despliegue del camerunés junto a Kalusha Bwalya y Luis Roberto Alves ‘Zague’. Lo hacía con recuperación de la pelota, asistencias e incluso con una de sus principales virtudes: el tiro de larga distancia.

Beenhakker no terminó la temporada en el banquillo y Del Olmo permaneció enAmérica consolidándose como capitán. La madurez futbolística que adquirió sobresalía por encima de otros mediocampistas nacionales y extranjeros. De eso se percató Carlos de los Cobos, entrenador de la selección olímpica.

De los Cobos se acercó a Del Olmo para comunicarle que iba a formar parte del plantel tricolor en Atlanta ‘96. Todo parecía que así iba a ser hasta que el propio técnico le informó de último momento que no estaba contemplado para asistir a los Juegos Olímpicos. Fue una acción poco cortés con el futbolista.

Travieso o perverso, el destino puso semanas después a De los Cobos en el camino de Del Olmo cuando fue contratado como timonel del América. El antecedente de haberlo marginado de la selección olímpica fue interpretado como un motivo de fricción por parte del entrenador, que se molestó con ‘el Jaibo’ por una reunión de vestuario y tomó la decisión de separarlo enviándolo al equipo de segunda división.

Denigrado a la segunda división, el jugador recibió una llamada inesperada desde Holanda. Era Leo Beenhakker, recién nombrado director técnico de Vitesse que lo deseaba como refuerzo para su media cancha. Pero Del Olmo debía solucionar su situación con América, donde no iba a jugar mientras estuviera Carlos de los Cobos.

Sin diferencias ni broncas entre las partes, la directiva accedió en liberarlo para que pudiera marcharse a la Eredivisie, liga que lo aguardaba para mostrarse en un nivel más competitivo. El mexicano se adaptó rápido gracias a que conocía el estilo de Beenhakker, por lo que no tuvo dificultades para hacerse indispensable en el esquema del equipo.

La temporada de 1996-97 fue de óptimos resultados para Vitesse. Culminó en quinto lugar general y con boleto a la Copa UEFA (hoy Europa League). Del Olmo había sido un elemento fundamental para que así sucediera, por lo que se auguraba un mejor panorama para él en Europa, ya fuera en Holanda u otra liga de mayor jerarquía.

 

Pero, el maldito "pero" que se interpone en el trayecto de futbolistas en plan ascendente, 'el Jaibo' fue traspasado del América al Necaxa. El club de Coapa, al ser dueño de su carta, le puso punto final a su breve estancia por el futbol europeo. Resignado, atado de manos ante las normas que regían en el futbol mexicano, debió regresar para vestirse de rayo.

Y volvió con la calidad intacta para ser subcampeón con Necaxa. Vivía un lapso de gran lucidez para ser inamovible en Francia '98, no obstante lo dejaron fuera de la lista mundialista por no acatar la indicación de firmar con un promotor. 

A través de la televisión, como un aficionado más, el mexicano que abrió las puertas del futbol holandés con Vitesse siguió a la selección mundialista de 1998, un equipo que tenía cabida para su calidad, no para su negativa de acceder a ciertas condiciones.