Cada vez que un extranjero futbolero llega a residir a México, una de sus inquietudes es el descenso del torneo local. Su primera impresión es de incredulidad porque no puede dar crédito a que un equipo descendido permanezca en la primera división gracias a la compra de un equipo que ganó en la cancha su derecho a ascender. Los sudamericanos, especialmente, perciben esta laguna permisible en el futbol mexicano como un atentado hacia la identidad.

Un hincha de River Plate, por ejemplo, prefería permanecer en la B antes que regresar a primera con la suplantación de un escudo que no es el suyo. “Si descendió mi equipo, mi equipo tiene que ascender”, suele expresar un fiel seguidor del Millo. Y el pronombre posesivo de “mi” tiene una razón de ser en el complemento de la identidad: el sentido de pertenencia.

A nivel nacional, aficionados de América, Chivas, Pumas y Cruz Azul, tampoco se sentirían identificados con un equipo que conserve el nombre pero haya visto quebrado su arraigo original. Es una fractura que los clubes denominados “grandes” no quisieran enfrentar porque su historia quedaría marcada no solamente por un descenso, sino por permanecer gracias a una playera suplantada, comprada.

En contraste, los llamados “chicos” han encontrado en el sistema de franquicias (futbol de escritorio) una oportunidad de conservar la plaza. Uno de esos equipos es Veracruz, que ha aprovechado esa posibilidad para intentar mantenerse en primera división, propósito que no cumple en el campo, donde ha pasado más amargos que buenos momentos.

Entre los gratos recuerdos que ha dejado en aficionados de la vieja guardia, es decir aquellos que no sienten apego por los Tiburones Rojos surgidos 2013 con el traspaso de Reboceros de La Piedad al puerto, está la temporada 1995-96. Durante esa época Veracruz era propiedad de Televisión Azteca.

Fue el último torneo largo. Los Tiburones Rojos fueron la sensación del campeonato junto a Toros Neza y Atlético Celaya. Bajo la dirección técnica de Tomás Boy, el equipo llegó hasta semifinales y fue eliminado por la revelación celayense. Futbolistas como Adolfo Ríos, Antonio Carlos Santos, José Luis González China, Carlos Barra y Antonio Apud, hicieron soñar a la afición con el título, quedándose cerca materializar esa ilusión.

En aquella temporada, por primera vez en muchísimos años, Veracruz compitió como un protagonista aspirante a lo máximo, olvidándose de que su encomienda histórica es no descender. Bajo la dinámica de jugar y dejar jugar, se plantó contra sus rivales como un oponente incómodo, que con Antonio Carlos Santos en extraordinario nivel hizo de la ofensiva su sello distintivo.

Jugó como nunca y no cayó como siempre, porque sucumbió en una instancia a la que no estaba habituado llegar. Lo hizo con un estilo libre y atractivo, diferente al acostumbrado con rosario en mano y cuchillo entre dientes para quedarse en primera división.

La identidad de esos Tiburones Rojos se extravió, fue perdiéndose en el tiempo, pese a que algunos sientan orgullo por un escudo que prevalece en una camiseta que ha suplantado otros nombres.