Es inevitable hablar de él sin recordar mi historia. Hoy que ya no se enrojecen mis pómulos al contarla la comparto con ustedes.

Entre 1999 y 2004, River no paraba de ganar campeonatos locales y yo, chocha, era fanática del jugador mas extrovertido, el más loco, el que se pintaba el pelo de colores y era todo una rareza.

Tiraba rabonas voladoras, caños pintorescos y le hacia goles a Boca. Tan querido por los grandes y por muchos niñxs como yo. 

Iba los domingos a ver a River con una muñeca, rubia platinada como él, grande casi como yo. Un día en la cancha la mire y me dije: "esta muñeca tiene que ser varón, para que sea igualito a él". Llegue a casa,  le corte el pelo, le pedí a papá que le compre la ropa de River y así comenzamos a ir los 3 a la cancha, vestidos de pie a cabeza con ropa del Millo.

Un día en la cancha se acerca un periodista con una cámara a preguntarme cómo se llamaba mi muñeco y por qué lo abrazaba tan fuerte: se llama Eduardo Coudet y le dicen Chacho, dije.

No olvido la cara del periodista, sorprendido por el parecido. Así el Chacho y yo nos aseguramos un ratito de fama en el programa "El aguante", domingo tras domingo.

Es imposible hablar de Eduardo Coudet sin sonreír y acordarme de mi muñeco. Un guerrero. Si nos fijamos bien así juega su Racing, con esas mismas características.

Ya venia alegrando corazones con Rosario central, gano la copa argentina 2015-16 y lo puso en la Libertadores. En Racing está primero hace casi doscientos días, y a una victoria de coronarse campeón. El Chacho duerme entre la ansiedad y la angustia.

Hoy sabe que se enfrenta a un Tigre en la que puede ser la última batalla antes de la victoria definitiva. Se abraza fuerte a la ilusión, como yo lo abrazaba a él cuando era una niña.