Pese a caer 2-1 ante Chile en semifinales, Perú le dejó a toda su gente los motivos suficientes para ilusionarse con la recuperación de un estilo que marcó tendencia en el continente.

Las derrotas siempre duelen. Más para un grupo de futbolistas que ha mostrado tener un orgullo inquebrantable, capaz de soportar las críticas que, también cabe recordar, no fueron pocas y de lograr, con fútbol, revertir esa relación que parecía rota entre público y selección. Pero el seleccionado peruano deberá mantener su cabeza en alto, primero, porque todavía queda la posibilidad de colgarse una medalla, pero fundamentalmente porque han dado lugar a la reivindicación de un estilo, de una concepción del juego que tantas alegrías le dio al fútbol criollo allá por los años setenta.

Paolo Guerrero es el goleador peruano en la Copa América gracias a sus tres goles ante Bolivia.

Mucho ha tenido que ver, a la hora de convencerse y convencer, la llegada de Ricardo Gareca a la dirección técnica del equipo. Porque no sólo fue capaz de motivar al jugador peruano desde la palabra, sino que trasmitió los fundamentos para que la confianza llegue como un producto de lo que se puede plasmar dentro del campo. Lo logró con una combinación de experiencia y roce internacional, como la que aportaron futbolistas de la talla de Paolo Guerrero, Jefferson Farfán, Claudio Pizarro, Juan Manuel Vargas y Carlos Lobatón; y la cuota justa de juventud y desenfado que le inyectaron Christian Cueva, Pedro Gallese y Carlos Ascues.

Un equipo perfectamente equilibrado, permitió que se consoliden futbolistas que habían hecho su aparición en tiempos mucho más turbulentos y no habían podido demostrar toda su jerarquía. Por eso el continente se sorprendió con el despliegue de Luis Advíncula, más allá de contar este con una amplia trayectoria que incluye clubes en Perú, Ucrania, Alemania y Brasil.

Ante Chile, Perú jugó con un hombre menos desde los 19 minutos por la expulsión de Carlos Zambrano.

Y si Paolo Guerrero perdonó a todos aquellos que dudaron alguna vez de su sentimiento de pertenencia, ¿cómo no perdonarlo después de verlo aguantar cada pelota con valentía, pero también con talento, cuando el equipo ya sufría ante Chile la falta de un hombre en el campo? Y si en algún momento alguien se atrevió a tildar a Farfán de ser un haragán, ¿cómo no conmoverse al ver su lucha diaria para que unas ampollas que se empecinaban en sacarlo de la cancha no le ganaran la batalla?

Perú fue transparente. Mostró sus cartas desde el inicio de la competición, cuando un pase mágico de un Neymar que ya quedó tan lejano ahogó lo que iba a ser la primera alegría en tierras chilenas. Y con la competencia llegando a su fin, nadie podrá poner en duda que la selección criolla fue la que mejor plasmó dentro del campo su idea de juego, sin mañas, sin ayudas y, tantas veces, sin la confianza de todo aquel ajeno al grupo.

Las derrotas siempre duelen, sí. Pero Perú avanza en el camino correcto.

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