Una tragedia que nos deja una serie de interrogantes acerca del hecho en sí, pero muchos más acerca de cómo vivimos y cómo vale la pena vivir.

El plan inicial de la aerolínea boliviana LaMia era que el avión salga de Brasil, haga una parada en Bolivia, para luego aterrizar en Medellín.

La Agencia Nacional de Aviación Civil (ANAC) de Brasil desautorizó el vuelo, dado que no permite un viaje desde un país a otro a través de un charter de una tercera nacionalidad. Ahí hubo que cambiar la ruta, improvisar.

Chapecoense, entonces, viajó en un vuelo comercial hasta Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, para tomar ahí el charter directo hacia Medellín.

3.000 km es la autonomía máxima de vuelo del Avro 146, apenas superior a la distancia entre aeropuertos: 2.985 km

Con esta alternativa, el aeropuerto intermedio de Cobija, en Bolivia, no iba a poder ser utilizado porque ya era de noche y el mismo no opera. El piloto, contó Gustavo Vargas, gerente de la compañía, pudo haber optado por frenar en Bogotá, era una decisión que él debía tomar si creía que había algún riesgo.

De todas maneras, el propio Vargas explicó que todo se complicó cuando ANAC les denegó el permiso para el Plan A. ¿Por qué se improvisó esta ruta entonces? ¿Valía la pena arriesgarse? Ya es tarde.

La Nación

La relación de Chapecoense, la Conmebol y LaMia; deberá ser investigada. Así también como las garantías, fondos, orígenes y procedimientos de la aerolínea. No vamos a ahondar ahora.

Pero sí vamos a poner en tela de juicio las prioridades. Atlético Nacional ayer nos dio una lección, una muestra de ciertos valores que tenemos, bien al fondo, pero que suelen estar disimulados, cubiertos por armaduras automatizadas, que responden a formas en las que vivimos, a mecanismos inconscientes que no sabemos a dónde nos llevan.

¿Tan importante es salir campeón? ¿Tan grave es no respetar un compromiso?

Hoy, claro, tenemos los valores trastocados, relativizados. No nos importa tanto como ayer el fútbol, quién sale campeón, que se nos llenen los ojos de goles. Porque los tenemos empapados de lágrimas. El tema es que, cuando se sequen, nos quede algo.

¿Tan importante es salir campeón? ¿Vale la pena correr atrás de un calendario? ¿Qué pasa si no cumplimos un contrato?

Preguntas que no nos hacemos, porque nos hemos acostumbrado a vivir una vorágine en la que nos subimos, nos bajamos, pero siempre respetamos. En piloto automático.

¿Quién nos apura? ¿Quién nos corre? ¿Quién nos obliga?

¿Y si LaMia, la Conmebol o Chapecoense, a quien le correspondiese, decidía no arriesgar un Plan B cuando el A se vio frustrado? ¿Qué podía pasar? ¿No llegaba a jugar el partido a tiempo? ¿No se podía posponer o suspender llegado el caso? El caso llegó.

¿Quién nos apura? ¿Quién nos corre? ¿Quién nos obliga? ¿Somos conscientes de todas la decisiones que tomamos? ¿Y de las que toman por nosotros?

Atlético Nacional debe viajar ahora a Japón a jugar el Mundial de Clubes. ¿Debe? ¿No puede pedir que lo esperen un mes, un año, o el tiempo que le tome reponerse de semejante acontecimiento? ¿Se pierde plata? ¿Liberman pierda plata? ¿La televisión? ¿Las marcas? ¿Y?

Preguntas que probablemente no me las vuelva a hacer mañana ni con cuestiones personales, pero, aunque sea con una tragedia a cuestas, nos sirven para frenar un poco la pelota y pensar.

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